Entre Tus Brazos

By NimeriaWhite

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Vera García acaba de vivir el peor momento de su vida, tal es así que acaba desmayándose en plena calle de no... More

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Agradecimientos
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By NimeriaWhite

La campana suena...

El sonido agudo es el detonante para que ambos luchadores comiencen a dar saltitos de un lado a otro mientras avanzan hacia el centro del cuadrilátero. Ninguno de los dos parece querer atacar primero, más bien esperan a que el otro sea quien dé el primer golpe.

Mi Daniel, tan precioso como siempre, luce su torso fibrado y musculoso brillando por el aceite que anteriormente le han untado para que los golpes no le dejen quemaduras en la piel. Sus músculos se mueven con sus movimientos precisos y ensayados y juro por lo más sagrado que es un espectáculo digno de ver. Adoro ver la tensión en sus grandes brazos o poder diferenciar los músculos de su espalda.

—Vera, se te cae la baba —se mofa Laura. Y es así como, sin darme cuenta, acabo volviendo a la realidad después de haber caído a los pies del embrujo Ros.

Golpeo su hombro con el mío y observo cómo Daniel es el primero en atacar lanzando un izquierdazo al rostro de su oponente, quien se cubre con el antebrazo parando así el golpe y retrocede sólo un paso. Entonces, Daniel vuelve a la carga, pero esta vez se centra en el abdomen de Sáez y éste intenta cubrirse todo lo que puede, exponiendo de esta forma su cara. Mi novio no es tonto y sé que el puñetazo que le da en la mandíbula ha sido gracias a la distracción de golpear su abdomen, por lo que Sáez se aleja rápidamente.

—¡Vamos, Daniel! —grita mamá orgullosa, lo cual me sorprende mucho ya que se escandalizó cuando supo que Daniel es boxeador profesional.

La gente grita a pleno pulmón mientras las tandas de puñetazos incrementan el ritmo. Daniel esquiva, frena y golpea como si hubiera ensayado una coreografía de puñetazos, como si supiera exactamente cuándo y dónde van a pegarle; sin embargo, Sebastián no se queda atrás, pues también parece haberse aprendido los movimientos de mi novio a la perfección porque se cubre bien y ejecuta los golpes con potencia.

Sáez trata de golpear el rostro de Daniel con la derecha, pero mi chico se agacha rápidamente a la vez que eleva el puño izquierdo con la precisión y velocidad justas para golpearle bajo la mandíbula, lo que hace que Sebastián de varios pasos hacia atrás. La euforia me invade la ver la inteligencia de su estrategia y salto de alegría en el asiento, acción que me provoca un ligero pinchazo en la zona del útero y esa razón es por la que me encojo intentando aplacar el tenue dolor.

Esteban se levanta y comienza a animar a Daniel dando gritos y voces como si viviera de ello y Laura sonríe al ver tan feliz a su novio. Mis padres parecen disfrutar de la pelea, aunque mi madre pone cara de susto de vez en cuando si se golpean muy duro, pero anima a su yerno, como ella dice, cuando cree que va ganando.

La campana suena y el árbitro se interpone entre ambos para que se alejen. Se me ha pasado demasiado rápido este primer asalto y creo que es debido a la ilusión con la que estoy viendo a mi novio pelear.

Cuando Daniel llega a su esquina, me sonríe para que sepa que está bien y puedo ver su protector dental oscuro, lo que me hace sonreír al pensar que podría caérsele como la dentadura de un anciano. Entonces, le mando un beso y él, sonriente, se sienta en la silla para descansar ese efímero minuto en el que le dan agua que tiene que escupir y secan su sudor.

—¿Cómo lo ves? —le pregunto a Esteban. De todos es el que más sabe y sólo confío en él a la hora de descubrir los puntos flacos del contrincante de Daniel.

Estaban, inclinado hacia delante para poder verme sin que Laura me tape, hace un gesto extraño.

—Es el primer round, Vera, aún no sé decirte nada claro —informa, haciendo que en mi interior se desate una poderosa incertidumbre—. He visto los suficientes combates de Sáez como para saber que su ceja izquierda es muy frágil. Si Daniel recuerda eso, en tres asaltos Sebastián perderá la visión de su lado izquierdo y tendremos ventaja.

Eso me alivia por una parte, pero no por otra... Daniel lleva un tiempo muy estresado y exigiéndose demasiado, así que no me extrañaría nada que en este momento no recuerde algo tan importante como que Sebastián tiene una ceja endeble. Me aterra la idea de que se esté exigiendo tanto que acabe por perder la mente fría que siempre le llevó a ganar cada combate.

—Sólo es el primer asalto —me recuerda Laura, posando la mano en mi pierna para que deje de preocuparme.

—Lo sé...

—Hija, suceda lo que suceda, habrá ganado —interviene papá, dándose cuenta como todos de lo nerviosa que estoy.

—¿A qué te refieres?

—Mira esto... —señala el lugar con las manos—. ¿Cuántos pueden decir que pelearon en la final nacional?

Cuando voy a responder, la campana suena para dar comienzo a un nuevo asalto y con el sonido mi corazón bombea con fuerza.

Ambos competidores se acercan al centro del ring con cautela pero enérgicos y, como en el anterior round, ninguno parece dispuesto a atacar primero hasta que Daniel es quien rompe la distancia con su puño izquierdo, cortando el aire con el guante negro. Para su mala suerte, Sáez lo esquiva ágilmente inclinándose hacia el lado, donde aprovecha el movimiento para conectar su guante en el costado de mi amor. Daniel, moviéndose con rapidez, se echa a un lado para no ser el blanco de los puños de su atacante y da un par de saltos antes de abalanzarse de nuevo hacia Sebastián, golpeando certeramente sobre el costado izquierdo de Sáez, justo el mismo lugar donde le acaban de golpear. El rostro de Sebastián se contrae en un mueca de dolor y trata de cubrirse la zona afectada con el brazo, lo que deja su rostro expuesto y Daniel toma ventaja, estrellando su puño sobre la mandíbula del lado derecho de su contrincante.

Salto de emoción junto con Laura al ser espectadora de un golpe tan certero y fuerte y de pronto todos mis nervios parecen disminuir.

Daniel lo da todo; usa su fuerza, su agilidad y su inteligencia creando la combinación perfecta para acorralar a Sebastián en una esquina y dejar caer sobre él una lluvia de puñetazos. Pero Sáez no es un principiante, sino un boxeador profesional que sabe cómo salir de una emboscada tan agresiva... sólo le basta un descuido de Daniel para propinarle un gancho a mi amor directo a su barbilla.

Daniel se tambalea hacia atrás un tanto desorientado y me enorgullece que sea capaz de cubrirse cuando Sáez arremete de nuevo contra él, evitando así más golpes en su rostro.

Los dos están sudando o quizá eso es lo que parece porque no puedo diferenciar el aceite de sus cuerpos del sudor, pero ambos cuerpos brillan bajo la luz de las decenas de focos y ya empieza a notarse el fruto de los golpes. Tanto la piel de Daniel como la de Sáez tienen ligeras manchas rojizas por recibir tantos golpes y al ver a mi chico sé que se tornarán moradas e incluso negras si Sebastián ha empeñado la fuerza necesaria para ello. De inmediato odio que esté ahí arriba pese a que sea su sueño porque detesto ver magulladuras y heridas en su cuerpo, pero nada puedo hacer salvo suspirar de alivio cuando la campana suene una vez más.

El del calzón blanco golpea el rostro de Daniel en un descuido de este último y su cabeza vuela hacia la dirección contraria. Aprovechando esa ventaja, Sáez arremete nuevamente contra él con una serie de puñetazos que mi amor no puede esquivar hasta el puñetazo número cinco, lo sé porque los estoy contando mientras el corazón se me comprime de dolor.

—¡Vamos, Daniel! —grita mi padre, frustrado.

Mi campeón esquiva el derechazo de su contrincante y ataca justo hacia su cara con tres rápidos y potentes directos que hacen que Sáez retroceda varios pasos.

Y la campana vuelve a sonar...

—No puedo con esto —digo, para nadie en particular, viendo cómo mi chico va hacia su esquina con la respiración acelerada.

—Ya falta menos —me consuela Laura, sobando mi espalda con mimo.

—¡Acaba de terminar el segundo asalto!

—Lo que quiere decir que falta menos —responde Laura con una evidencia rotunda.

Estoy muy nerviosa, demasiado. Apenas acaba de terminar el segundo asalto y Daniel ya tiene la piel enrojecida. En sus anteriores combates necesitó bastantes más asaltos para acabar así y juro que ver lo que le cuesta respirar me está matando.

Sebastián tiene el párpado un poco hinchado ya, pero no sangra, por lo que su visión no ha empeorado aún. Me siento mal al verle así, pero es la única manera en la que Daniel podrá tener ventaja porque ambos son extremadamente fuertes y veloces. Tanto Daniel cómo Sebastián saben dónde y cuándo golpear y temo que eso le quite posibilidades a mi amor a la hora de salir victorioso.

—Esteban, consuélame un poco —le pido a mi amigo, con cierto toque de desazón en la voz.

—¡Oye, que es mi novio! —protesta Laura de broma.

—Sabes a lo que me refiero...

—Si te soy sincero —contesta Esteban con calma—, no puedo asegurarte nada. Sáez es demasiado resistente, aguanta muy bien los golpes y sabe dónde tiene que darlos.

—Eso no me consuela.

—Pero... —añade—, Daniel es más rápido y corpulento, lo que hace que sus puñetazos sean más dolorosos.

—¿Conclusión? —cuestiona Joaquín.

Esteban suspira antes de decir:

—Esta mierda está muy reñida...

Mi padre inclina su cuerpo hacia delante para ver cómo su hija se desmorona entre pensamientos negativos.

—Vamos a ver, primavera, ¿a qué le temes exactamente? —indaga el hombre con curiosidad en su mirada.

Resoplo mientras me hundo en el asiento.

—A que no cumpla su sueño. Tengo miedo de que pierda, de que no consiga aquello por lo que luchó y se esforzó durante casi toda su vida.

—Ahí está la respuesta —responde—. Daniel luchó por llegar hasta aquí y, precisamente, aquí se encuentra. Ya ha descubierto que con esfuerzo puedes obtener lo que quieras y él quería llegar a la final.

—Pero no ha ganado...

—Todavía —interfiere mamá.

—Tengo fé, primavera... Tengo fé en que lo logrará porque no todo el mundo se apellida Ros.

No necesito pensarlo mucho para llegar a la conclusión de que mi padre tiene razón. Daniel es perseverante y muy cabezota. Es listo, ágil y potente. Daniel es todo lo que se necesita para ser el campeón nacional y mi campeón.

Como bien ha dicho mi padre antes, pase lo que pase, estar aquí para demostrar su valía ya le hace un ganador.

(...)

Cinco asaltos después ya estoy más allá de lo desesperada...

Sáez parece cansado y a Daniel se le nota que va teniendo menos aguante también. Ambos llevan superados siete asaltos de pura agresividad y fuerza y no es de extrañar que ninguno de los dos pueda ya con su alma. Ha habido veces en que Sebastián ha abrazado a Daniel para descansar y viceversa y se nota que los puñetazos van a menor velocidad y potencia mostrando así lo cansados que ya están; sin embargo, lo que más me está sorprendiendo es que ninguno de los dos se rinde. Ambos insisten en derribar al otro por medio de duros golpes en el rostro y, aunque me aterra la idea de Daniel cayendo a la lona, también me enorgullece su perseverancia a la hora de no dejarse vencer por muy cansado que esté.

Doy un salto sobre el asiento, tapándome la boca con las manos, cuando Sáez le asesta un golpe tan fuerte a Daniel que éste retrocede varios pasos hasta quedar posado en una esquina. Aturdido, Daniel intenta enfocar su vista para poder defenderse, pero Sebastián es demasiado rápido y le acorrala contra las cuerdas dándole una tanda de puñetazos tan duros y veloces que Daniel apenas puede cubrirse. Mi amor intenta abrazarle para descansar, manchándose así con la sangre que Sebastián suelta por su ceja, pero Sáez no se aleja... No le permite tomar un respiro porque se zafa de Daniel con rapidez para seguir golpeando.

—¡Sal de ahí! —le grita mi tío.

El corazón se me va a salir del cuerpo por lo agitado que está al verle tan atrapado entre los guantes blancos.

—¡Aléjate, Ros! —brama Esteban en pie por la frustración de no poder hacer nada.

Sebastián golpea y golpea su rostro y Daniel apenas puede responder a los ataques. Ya veo demasiada sangre en su cara y no sé si sólo pertenece a Sebastián o si también se le ha partido la ceja.

El estómago se me comprime de tal manera que no puedo respirar y el temor irracional al creer que Daniel está herido está corrompiendo mis nervios y esperanzas.

Daniel lo intenta, se esmera por atacar una y otra vez sin resultado porque Sáez esquiva o frena los golpes. Aún así, Daniel no es capaz de defenderse bien ni mucho menos de rendirse y sé que no va a hacerlo. Soy consciente de que mi novio no dejará de intentarlo e intentarlo hasta perder todas sus energías y, aunque eso me llena de orgullo, el ver cómo cae a la lona tras un derechazo de Sáez me parte en dos.

—¡No! —grito al borde del llanto.

Sebastián respira agitado con la ceja partida a los pies de Daniel mientras el árbitro comienza la cuenta regresiva al ver que mi campeón no se levanta.

—Uno...

—Dos...

—¡Daniel, levántate! —le exijo con impotencia, a punto de quebrarme en llanto y soltar las lágrimas que trato de contener en mis ojos.

—Tres...

—¡Vamos, Ros! —grita alguien por detrás. La verdad es que todo el mundo le pide que se levante, pero estoy demasiado afectada con su caída como para que me importe lo más mínimo.

—Cuatro...

—¡Vamos, ponte en pie!

Todo el mundo grita; Cesar, Gabi, sus compañeros, mi familia y amigos... incluso los que están aquí solamente para verle. Todos gritamos de impotencia pidiendo que se levante, que no se rinda y no sé si lo conseguirá porque desde que tocó el suelo no se ha movido. Ni siquiera le veo parpadear.

—Cinco...

—Seis...

—¡Por favor, cariño, levántate!

No puedo creer que esto esté pasando. Daniel no puede perder, se lo prohíbo tajantemente. Tiene que levantarse y demostrar que nadie es mejor que él.

—Siete...

—¡Hazlo por el bebé!

Todo ocurre a cámara lenta... Las miradas clavadas en mí de mis acompañantes; las expresiones de perplejidad; las bocas abiertas... Mis familiares y amigos han enmudecido al oírme.

Entonces la espalda de Daniel se despega del suelo.

Ver que se levanta con dificultad me resulta tan conciliador y reconfortante que el suspiro que suelto me hace doblarme hacia delante.

No me importa haber soltado la bomba que mi novio y yo cargamos si ese ha sido el detonante que le ha hecho ponerse en pie. No me importa haber dicho que estoy embarazada si eso es lo que Daniel necesitaba para no rendirse.

El árbitro se asegura de que Daniel está bien y éste asiente con la cabeza para proseguir con la pelea chocando sus guantes.

—Vera... —pronuncia mamá cautelosa.

—Carmen, este no es el momento —interviene mi tío—. Estamos aquí por Daniel. Ya tendrán tiempo de explicarlo.

Le agradezco a Luis por intentar crear calma en un momento tan tenso e importante, pero agradezco todavía más que ninguno pregunte nada al respecto ya que todos parecen haber entendido lo que mi tío ha dicho.

Intento ignorar las miradas que recaen sobre mí para darle toda mi atención a ese hombre de ojos grisáceos que arremete contra Sáez logrando golpearle en el párpado afectado. Aprovechando eso, Daniel toma fuerza y ataca sin piedad a su oponente brindándole varios puñetazos en el rostro y mandíbula que Sebastián no logra frenar. Parece como si no hubiera estado tirado en la lona hace apenas unos segundos, como si hubiera sacado fuerzas de donde ya no le quedaban para continuar y lograr vencer.

Mi Daniel tiene razón, a perseverancia no le gana nadie y lo está demostrando justo ahora que lanza puños por doquier con todas sus ganas.

Sus guantes negros arrinconan a Sáez en una esquina y por mucho que este último trata de apartarse, no puede salir al igual que él le hizo a Daniel hace un momento.

No sé de dónde ha sacado la fuerza Daniel ni cómo ha conseguido la energía para demoler a Sáez, pero lo que sí sé es que está dando todo. Esta exprimiendo al máximo todo lo aprendido en estos años y se nota por la mueca de orgullo que César, su entrenador, porta en su cara.

La gente comienza a alabar a Daniel repitiendo su apellido con fuerza mientras éste lanza golpes a diestro y siniestro, reventando las cejas de Sebastián, quien no puede hacer nada para evitar los puñetazos.

La emoción me abarca de forma inmediata y pronto me encuentro de pie junto a Esteban para ver cómo mi amor se desquita a golpes.

La gran mayoría de los presentes está en pie gritando y lanzando palabras de aliento a su boxeador favorito y me complace mucho oír que el apellido Ros es el que más resuena por el lugar.

Las piernas me tiemblan y el corazón me va tan acelerado como los golpes que Daniel le está dando a su rival, hombre que intenta zafarse de la furia de sus guantes conectando un golpe rápido y preciso en la barbilla de Daniel. Mi novio se tambalea hacia atrás por la inercia del impacto, pero se cubre la cara automáticamente para no recibir más puños.

A ambos se les nota cansados. Ambos están sangrando y sudando. Ambos están a punto de ser el número uno de todo el país y el encuentro está tan reñido que la emoción es palpable en el ambiente. Todos braman eufóricos el nombre de su favorito. Todos saltan o aplauden. Todos estamos expectantes por saber quién de los dos será el que saldrá victorioso.

Entonces ocurre...

Mi corazón se para por un instante cuando le veo caer a la lona de espaldas debido al gancho demoledor que ha chocado contra la parte baja de su barbilla.

Por un efímero segundo, todo el lugar se queda en silencio y la incertidumbre se apodera de cada uno de los que estamos viendo el combate mientras el árbitro se acerca al cansado y caído Sebastián.

Y comienza la cuenta atrás...

—Uno...

Mamá me toma de la mano.

—Dos...

El cuerpo se me queda rígido.

—Tres...

La sangre me bombea rápidamente mientras escucho cómo Esteban y Joaquín cuentan junto con el árbitro en voz alta y clara.

Siento las miradas de los que me acompañan puestas en mí, pero no soy capaz de apartar la mirada de Daniel, quien espera con la respiración acelerada a que la cuenta regresiva concluya.

—Seis...

«Diez. Diez. Diez...», rezo con todas mis esperanzas para mis adentros, cerrando los ojos mientras le imploro a Dios que Daniel sea el vencedor.

—Ocho...

Sáez se remueve en el suelo y, por muy bien que me cayera cuando le conocí, ahora mismo me encantaría patearle el costado para que ni siquiera intentase levantarse. Soy demasiado egoísta cuando a Daniel se refiere.

Sebastián tose al tratar de incorporarse y eso hace que vuelva a quedar con la espalda pegada al suelo del ring, perdiendo de así el último segundo que le quedaba para reanudar el campeonato.

—¡¡Diez!! —estalla la eufórica multitud.

—¡Diez, ha dicho diez! —exclama mamá, aplaudiendo entusiasmada.

Esteban grita algo de que va a besarle los pies a mi chico mientras Laura y Joaquín saltan de la emoción. Papá y Luis se abrazan al sentirse orgullosos de la proeza de Daniel y yo... Yo sólo puedo buscar sus ojos en mitad del estruendo que la gente crea.

El equipo de Sáez se acerca al susodicho para ayudarle a ponerse en pie mientras el árbitro va hacia Daniel para levantar su mano en el aire y así proclamarle campeón.

Ahora sí es el campeón. El campeón nacional. Mi campeón...

Mi corazón ruge con violencia al encontrar ese tono gris de sus iris y, pese a que su rostro está ensangrentado, su cuerpo amoratado y sus músculos agotados, sonríe para mí. Me sonríe. Me dedica una sonrisa tan amplia y majestuosa que salto de los asientos para subir al cuadrilátero donde su equipo ya está rodeándole entre vítores y halagos.

Mis amigos y familia me siguen de cerca para felicitar también al nuevo campeón, pero no les presto atención porque mi cuerpo me exige rodearle y abrazarle como nunca antes he hecho.

Me aferro a su sudado y magullado torso al rodearle con mis brazos y la gente se nos abalanza encima para festejar y felicitar al que siempre consideré el campeón absoluto. Daniel me aprieta con las pocas fuerzas que le quedan contra su pecho y la velocidad de su respiración me golpea sobre la cabeza al exhalar.

Me siento dichosa, feliz y orgullosa de poder haber presenciado en primera fila cómo el gran Daniel Ros ha cumplido su mayor meta, de ver cómo ha logrado convertirse en aquello que siempre soñó y jamás estaré más feliz en mi vida porque de eso se trata el amor; enorgullecerte como si el logro fuera tuyo.

—Te amo —le aseguro al elevar la cabeza, dejando constancia con las lágrimas que me invaden de que jamás estaré más feliz por él.

—Estaba deseando escucharte decir eso —responde, uniendo más nuestros cuerpos con sus brazos.

Entonces, me poso sobre las puntas de mis pies para fundir nuestros labios y la sensación es tan exquisita y placentera que mi estómago da un vuelco, pero una mueca de dolor se apodera del rostro de mi campeón y me obligo a separarme. Por un momento, había olvidado que su rostro está afectado por tantos golpes y algo tan simple como besar le cuesta un gran esfuerzo.

Mi familia y amigos le dan la enhorabuena y él sonríe cual niño con una bolsa de caramelos recién regalados. El comentarista se le acerca con rapidez con un micrófono en la mano, impidiendo así que Daniel continúe recibiendo halagos y palabras de júbilo y le hace mirar a la cámara que hay en una esquina del ring al mismo tiempo que Sáez se acerca.

Queda retransmitido por televisión cómo Sáez y Daniel se chocan los puños amistosamente pese a que los dos están hechos polvo. Ambos sangran y sudan y, aunque Sáez ha perdido, le da la enhorabuena con mucha sinceridad a mi amor frente a todos los espectadores, tanto a los que estamos físicamente como a los que hay detrás de las cámaras.

Esteban se acerca a Daniel y le abraza sin importarle si está sudando o sangrando, y Daniel le devuelve el gesto con una sonrisa que no le cabe en la boca.

—¡Ros, bendito tu nombre! —exclama el comentarista alegre—. Cuéntame, ¿qué se siente al ser el campeón del país?

Daniel sonríe de esa maravillosa forma en la que sus ojos se rasgan más aún y le tiende sus manos a Esteban, quien se apresura a quitarle los guantes con rapidez y le entrega algo que no logro ver.

—Es increíble —responde Daniel sin apenas aliento—. Me siento exactamente igual, pero diferente. Algo más cansado de lo habitual y mucho más alegre, pero igual que hace unas horas.

—¿Qué vas a hacer ahora que ya has logrado ser el mejor?

—Te diría que seguiré entrenando duro —contesta con cierto toque altanero, emoción que puede permitirse usar ahora que es el número uno—. Te diría que dentro de unos días volveré a entrenar, que cuando me recupere seré el Ros que se pasa el día en el gimnasio, pero desde este instante no soy el mismo porque ganar este combate no sólo me hace campeón nacional, también me recuerda que me hicieron una promesa si este momento llegaba.

Nadie parece entenderlo, pero yo sí.

Por supuesto que sé de qué está hablando, yo misma juré que lo haría si ganaba este combate.

Sin embargo, pasa algo que jamás habría esperado...

La rodilla de Daniel se hinca en el suelo de pronto...

¡Daniel está arrodillado delante de mí sujetando un pequeño cofre negro en sus manos!

De inmediato sé qué era eso que Esteban le había dado hace unos instantes y la emoción es tan incontenible que tengo que taparme la boca con las manos cuando las lágrimas se me escapan.

Todos se mantienen en silencio a la espera de esas palabras que tantas veces hemos escuchado en las películas de amor. Somos el principal objetivo de las cámaras y de los cientos de ojos que nos rodean y yo, mirando a Daniel desde arriba, soy incapaz de aguantar el llanto de felicidad.

Daniel, con su cabello negro alborotado y chorreando sudor, bañado de gotas de sangre a causa de su ceja partida y arrodillado delante de mí, me contempla a los ojos con esa preciosa y divina sonrisa que le caracteriza.

—Vera García Vázquez, ¿me convertirás en el hombre más feliz del mundo al casarte conmigo?

Aún con las manos sobre mi boca y llorando todo un océano, asiento velozmente porque las palabras no me salen de la boca.

La multitud estalla por segunda vez cuando me abalanzo sobre él y nos abrazamos una vez más.

—¡Sí, sí y mil veces sí!

—Gracias a Dios... —susurra en mi oreja, como si no se lo hubiera creído hasta ahora.

Este momento quedará grabado en mi memoria eternamente. Jamás olvidaré que Daniel Ros es la persona que más feliz me ha hecho en mi vida. Nunca podré decir que él no me consintió ni me amó como merezco.

Voy a casarme con el hombre de mi vida, el mejor hombre que existe sobre la faz de la tierra, el mismo hombre con el que tendré un hijo...

¿Acaso puedo pedir más a la vida?

Y... hasta aquí la doble actualización de hoy.

Espero que os haya gustado tanto como a mí escribirlo.

Cuéntame, ¿recordabas que Daniel dijo que le pediría matrimonio en cuanto ganara? Porque yo sí jajaja.

En fin, preciosas mías, nos leeremos la semana que viene. Os quiero tres mil ❤️❤️❤️

—Nimeria.

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