18.
Partida.
Aun cuando mi mente quiere seguir continuando leyendo el libro en mis manos para ya terminarlo, solo tengo que mover unos milímetros la vista para encontrarme con aquellos ojos que me miran de una forma tan, única.
—Deja de verme así—vuelvo a pedir por segunda vez y como la primera, no logro contener mi sonrisa.
—Le pides lo imposible—miro a la tercera persona hablar—. Tal parece que Isaiah ha decidido gastarte con su mirada.
No puedo evitar reír.
—Él también lo hace—delata Isaiah—. Solo que es lo suficientemente cauto como para disimular, no puedo hacer eso—se excusa.
Veo a Isaac embozar una pequeña sonrisa antes de volver a ver la portátil en la cual trabaja, aunque lo digo, me gustaba sentir sus ojos en mí, me gustaba tenerlo, tenerlos, cerca.
Es un hermoso día, los rayos del sol que entran a la biblioteca me lo confirman. El día de hoy la pareja, dueña de casa, ha decidido salir a caminar por el bosque, aun cuando estamos a cargo del pequeño que duerme en el piso de arriba, varias mujeres van y vienen vigilándolo.
Hoy como nunca, hemos decidido sin emitir palabras, pasar la tarde juntos, los tres. Aun cuando no sabía, me gusto verlos llegar a mi lado, verlos compartir su tiempo conmigo.
—Su herencia tiene mucha historia—murmuro atrayendo su atención.
—Es cierto.
—Pero eso no quiere decir que debas saberla toda—Isaiah me sonríe—. Te la pasas leyendo sobre eso.
—Me gusta saber, aprender—explico—. Mi madre desde pequeña me inculco que debo saber, para entender. Me hizo estudiarme toda la historia de los Reither, como la de los cambiantes en general. Y si estoy en una manada Price, quiero saberlo todo, entenderlo todo—ambos me escuchan con atención—. Además, es interesante, sus antepasados conquistaron muchos territorios.
—Y gracias a eso, en parte tenemos mucho trabajo—la burla en la voz de Isaac es palpable.
—Aunque sus padres no lo deben ver así.
Ambos asienten al mismo tiempo, se sabe que, si un jefe de manada tiene hijos, alguno de ellos puede heredar su posición, aunque otros no. Pero en cambio, tanto el padre como la madre de Isaiah e Isaac eran jefes de diferentes territorios, por los que sus hijos, todos, sin duda alguna, resultaron jefes, alfas.
—Un hijo para cada territorio—continuo—. El destino fue equitativo, de esta forma ustedes permanecerán juntos—sonrió.
No me pasa desapercibida la mirada que ambos se dan en silencio.
—¿Qué sabes con exactitud del mando de las manadas Price? —la pregunta de Isaac es rara, pero se la respuesta.
—Se sabe que el territorio paterno pasara a manos del hijo mayor. Este lugar quedará en manos de Dalton y, por lo tanto, la manada materna pasará a ustedes, o uno de ustedes, aun no sé cómo será eso. ¿Porque?
—Usualmente era así—indica Isaiah.
—Hasta que nuestro hermano mayor fuera exiliado—me sorprenden las palabras de Isaac.
—¿Su hermano fue exiliado?
—En realidad el deserto antes de que lo exiliaran—indica Isaiah.
—Entonces, eso significa...
—Que la manada que él debía regir, pasara a manos de Isaac—me interrumpe.
Un manto de confusión cae sobre mí, si eso era cierto, iba a ser prácticamente imposible que ellos estuvieran juntos, porque la ley indicaba que cada jefe debía mandar en su propio territorio, y sin ellos juntos, nosotros.
—No pongas esa cara Lynette—pide Isaac atrayendo mi atención—. Estaremos juntos. Debido a que mis padres no podían abandonar una manada, se implementó una norma que permite que podamos delegar y movernos entre ambas manadas.
—Es el doble de responsabilidad—indico, pero las palabras no son para ellos, sino para mí.
—Podremos con esto, cuando llegue el momento lo resolveremos—las palabras de Isaiah traen tranquilidad a mi cuerpo.
Esperaba que fueran ciertas.
Como nunca hoy tenia sueños, esperaba cosas y aunque no deseaba engañarme, ya estaba muy involucrada con ambos hombres. Mi piel hormigueaba en su presencia, mi mente no podía olvidarse de ellos y mi cuerpo solo pedía a ellos.
¿Era esto normal?
Lo cierto es que deseaba que todo funcionara, y aun tenía un largo camino por recorrer para entonces, pero esto, esta situación solo había agregado otro peso más a mi persona. No solo teníamos la peculiaridad de ser una pareja de a tres, sino que también teníamos varias responsabilidades.
Incluyendo las mías.
Despejo mi mente porque lo último que deseo es caer en mis pesadillas. Enseguida caigo nuevamente en el tema que estábamos hablando y una leve curiosidad me pica, me debato entre preguntar y no, al final intento hacerlo.
—No me imagine que su hermano mayor estaba exiliado—comento—. Creí que lo conocería.
—¿Porque lo dices?
—Creí verlo hace unos días aquí—recuerdo—. El vino y hablo con Dulce.
* * *
—¿Y si me odia? —pregunto sin pensar y Dulce me sonríe.
—Myriam es una buena mujer.
—¿A ti te acepto rápido? —cuestiono.
—No tuvo muchas opciones, debía aceptarme sí o sí.
Quiero preguntarle a que se refiere con eso, pero un pequeño chillido nos hace voltear al pequeño niño que es pasado de brazos en brazos riendo. Hoy era el último día que estaríamos en este territorio.
—Lynette, ella como cualquier madre, solo querrá ver feliz a sus hijos, si haces eso, ella te amará.
Tengo la intención de decirle que tuve una experiencia anteriormente en la cal eso n sirvió en absoluto, pero no debía mezclar cosas, ambas eran algo completamente diferente.
Mi madre, desde pequeña se había empeñado en aclararme que, en una familia de lobos, un intruso nunca es bien recibido, pero su presencia puede ser aceptada con el tiempo.
Aun cuando mi mente me plantea miles de escenarios donde todo puede fracasar, dejo eso de lado cuando el atardecer nos hace saber que es hora. Según los gemelos, siempre visitan este lugar, pero ya me había dejado saber que, debido a mi presencia y a todo lo que se nos viene, pasaría tiempo antes de que volviéramos a ver a Dalton y Dulce.
—Cuídate y mucha suerte Lynette—el pequeño abrazo y las palabras de Dulce son reconfortante. Lo cierto que ella será a quien más extrañare, hacia años no tenía tanta compañía y ella, en días, se hizo indispensable.
—Gracias.
Me despido de Dalton y no puedo evitar tomar a Dean en brazos, los sentimientos que el pequeño me causa, son tan contradictorios y dolorosos.
No pasa mucho cuando vuelvo a estar en la parte trasera del coche mientras veo como poco a poco nos alejamos de la casa, del lugar, de la ciudad y de la manada. Tal y como lo esperaba, salir de la manda Price me incomoda, algo me falta y la conexión con el territorio poco a poco van desapareciendo.
—Es hora de ir a casa—miro a Isaiah cuando dice eso.
—Nuestro hogar—sonrió con las palabras de Isaac.
Tendríamos varias horas de viaje, antes de llegar a la manada paterna, donde según las palabras de los gemelos, su madre los esperaba con una extraña sorpresa, claro que ninguna sorpresa podría superarme, yo era la sorpresa que ellos le llevaban.
Habían encontrado a su mujer.
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