Entre Tus Brazos

By NimeriaWhite

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Vera García acaba de vivir el peor momento de su vida, tal es así que acaba desmayándose en plena calle de no... More

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Agradecimientos
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By NimeriaWhite

DANIEL

Las palmas de las manos me sudan exageradamente por culpa de la espera. La respiración por mi parte es prácticamente nula porque contener el aliento es la mejor opción para no acabar hiperventilando o peor aún, bufando como un toro embravecido.

Me supone un esfuerzo gigantesco no mirar hacia la izquierda, donde el hijo de puta de Manuel se encuentra esperando al igual que yo que el juez a cargo haga acto de presencia y mentiría si dijera que no tengo ganas de abalanzarme sobre él para partirle la cara de nuevo.

La rabia que siento es casi cegadora, pero intento contenerme para no empeorar las cosas; tenemos todas las de ganar y no perderé esto por alguien que no merece la pena.

Por un lado me siento orgulloso de la cicatriz que he dejado marcada para siempre bajo su ceja y de los puntos de sutura que aún lleva sobre el pómulo, pero por otro lado me siento asqueado porque esas marcas me recuerdan que pudieron haber sido muchas más y no lo fueron. Pude haberle reventado el rostro sin apenas esforzarme demasiado y no lo hice porque no me dejaron. Puede haberle dejado paralítico si me hubieran dado unos minutos más... Me da rabia saber que puede seguir respirando cuando tuve la oportunidad de eliminarlo para siempre después de lo que le hizo a mi Vera.

Mi abogado, el señor Márquez, espera a mi lado revisando papeles, pruebas e, imagino, repitiendo mentalmente su defensa para no dejar ningún cabo suelto. Yo no entiendo de abogados ni juicios, pero diría que Márquez es un hombre competente dada la seriedad con la que se ha mostrado todas las veces que nos hemos visto. Insiste en que una declaración por parte de Vera sería muy decisiva para el caso y reitera cada vez que puede que el juicio está más que ganado y, aunque sé que así será, no me agrada una mierda que Vera tenga que enfrentar a Manuel otra vez.

Ahora mismo ella está afuera con Gabi porque, como testigo que es, debe esperar a que la llamen para declarar y no puedo estar más nervioso al no tenerla delante para asegurarme de que nada malo le sucede.

Un hombre vestido de negro se posiciona frente a los presentes llamando la atención de todos, así que nos levantamos porque sabemos que el juicio va a comenzar.

—Preside la sala la honorable jueza Matilde Castaño —informa el hombre con seriedad, dando paso a esa mujer que será la encargada de juzgar a Manuel por sus horribles y traumáticos actos.

La señora de cincuenta y tantos se adentra en la estancia con serenidad y severidad al mismo tiempo. Su mueca permaneces seria en todo momento mientras se sienta en su lugar correspondiente bajo la atenta mirada de todos.

—Buenos días a todos —saluda con cierta formalidad, sin llegar a parecer simpática—. Doy por iniciado el caso ciento treinta y dos barra ocho, dándole la palabra al letrado Tortosa para empezar con la defensa.

Todos nos sentamos a excepción del abogado de Manuel, el tal Tortosa, que comienza su estúpida e innecesaria diatriba a la que la jueza brinda toda su atención. La mujer observa detrás de sus gafas cada movimiento del abogado y parece escuchar cada palabra, pero si le cree o no, no se le aprecia en el rostro. Supongo que forma parte de su deber como jueza; no mostrar empatía porque si lo hiciera su decisión sería condicionada por esta emoción.

Intento no poner los ojos en blanco, juro que sí, pero es inevitable no hacerlo cuando hay un hombre defendiendo a un violador. El tema de Vera aún no se ha tocado, solamente se está hablando de la agresión que le propiné y lo agradezco mucho porque no sé cuánto podría aguantar el escuchar el dolor que le infligieron a mi Vera. Seguramente acabaría gritando algo como "protesto" o "injuria", así que lo mejor es escuchar hablar sobre los puñetazos que le di y no sobre que un puto enfermo violó a mi novia.

—Es su turno, letrado Márquez —concede la señora cuando Tortosa concluye—. Tiene la palabra ahora.

Mi abogado se pone en pie con una postura recta y erguida propia de un hombre que se toma muy en serio su trabajo.

—Señoría, los hechos relatados por parte de Tortosa no son más que puras calumnias distorsionadas e inventadas por su cliente —inicia Márquez con calma—. El señor Daniel Ros, aquí presente, simplemente se dejó llevar por un ataque de ira ante los acontecimientos ocurridos en octubre del año pasado con su pareja. En ningún momento el acto fue premeditado ni planeado con alevosía como la parte contraria intenta demostrar, pues mi cliente nunca supo que el señor Manuel Pujante fue quien agredió sexualmente a su pareja hasta ese día en ese preciso momento.

—Protesto, señoría, se está dando una imagen de mi cliente distorsionada —replica Tortosa, y a punto estoy de saltar hacia él para callarle la boca a golpes.

—Protesta denegada —responde la jueza, interesada en el relato de mi abogado—. Continúe, letrado.

—Gracias, señoría —Márquez inclina la cabeza a modo de agradecimiento—. Puede que mi cliente cometiera la falta de la agresión contra el señor Pujante, cosa que admito que no estuvo bien, pero también he de confesar que hizo lo que cualquier novio haría de ser el caso.

—Protesto, señoría, una agresión jamás estará justificada —interviene el imbécil que defiende al hijo de puta.

La rabia puede conmigo, llevándome agresivamente a levantarme con rapidez y estrellar las palmas sobre la mesa.

—¡¿Y una agresión sexual sí está justificada?! —exclamo furioso, sin llegar a gritar pero elevando bastante la voz.

—No hay pruebas que lo demuestren más allá de una simple confesión de la señorita Vera García —responde el abogado contrario, mirando a la jueza con altanería, como si creyera que va ganando.

La jueza da un golpe con el mazo sobre la mesa para que dejemos de pelear y nos centremos en el juicio.

—Esto no es un patio de colegio —nos recuerda con seriedad—, así que les agradecería que se ciñeran al protocolo y dejaran de actuar como niños en busca de pleitos sin sentido —mira hacia mi abogado una vez que acaba, sosteniendo unos papeles en sus manos—. Letrado, ¿son estos los informes médicos aportados por la señorita Vera García?

—Así es, señoría.

—En ellos no se menciona nada acerca de una violación.

—Lo sé, señoría. Cuando ocurrió la agresión, la señorita García quedó inconsciente y mi cliente llamó a un médico sin saber lo que le había ocurrido más allá de los golpes, hematomas y arañazos en su piel, por lo que el doctor no pudo observar señales de violación al no ser ninguno de los dos conscientes de ello.

Esto empieza a quemarme la sangre...

No me gusta oír hablar de esto y menos aún si no tengo a Vera conmigo para poder abrazarla, aunque prefiero que no esté presente mientras tanto para no hacerla sufrir más.

Ojalá toda esta mierda fuera una horrible pesadilla de la que poder despertarme de inmediato porque saber que todo esto es verdad puede conmigo. No asimilo que una vez Vera fue violada y cada minuto que estoy aquí pasa sin que pueda dejar de imaginarla pidiendo un auxilio que nadie fue capaz de socorrer. Detesto saber que nadie hizo nada por ayudarla y que nada hará que pueda olvidarlo para siempre.

—Señor Pujante —pronuncia la jueza, mirando al hijo de puta de Manuel—, ¿es cierto que la noche del veinte de octubre usted se encontró con la señorita García?

—No, señoría.

—Miente... —siseo en voz baja.

—Entonces, ¿está diciéndome que la denuncia por violación es falsa? —interroga la señora con las cejas alzadas por la incredulidad.

—Así es.

—En ese caso, ¿por qué cree que la señorita García pondría una denuncia contra usted y más aún una tan grave?

—Por el señor Ros —se atreve a decir, el hijo de puta...—. Ambos son pareja y si Ros se mete conmigo, ella también lo hará.

—Creía que la relación entre el señor Ros y usted era buena antes de todo esto. Como agente y cliente se les veía bien en los medio de comunicación, ¿qué le llevó al señor Ros a golpearle?

Aprieto la mandíbula con los ojos entrecerrados porque sé que va a soltar otra puta mentira. Manuel es un rastrero y un mentiroso de mierda...

—Le dije que Sebastián Sáez había denegado la rueda de prensa a causa de su poca tolerancia hacia él.

«¡Mentiroso, mentiroso, hijo de puta mentiroso!!!», grito en mi mente, mordiéndome la lengua para no matarlo frente a todos.

La señora, escéptica, se recuesta en su sillón acolchado con un gesto incrédulo ante sus putas calumnias.

—Qué raro —comenta ella con escepticismo—, juraría que hace un par de días vi en las noticias un vídeo en el que Ros y Sáez parecen muy amistosos mientras aseguran que quieren medir sus fuerzas.

Sé que se refiere a mi último encuentro con Sebastián, encuentro en el que Vera y yo le explicamos lo que sucedió de primera mano para que no creyera lo que sale en redes sociales. Él, muy agradable, nos dijo que esperaría pacientemente a que arregláramos todo esto para que en la final yo pudiera usar todo mi potencial.

Manuel se queda sin palabras y yo no puedo evitar sonreír con una arrogancia victoriosa al ver que se ha quedado sin mentiras que decir. La jueza, al ver el repentino y enervante silencio de la parte contraria, hace un efímero gesto desdeñoso con la cara antes de posar sus ojos en nosotros.

—Letrado, puede llamar a la testigo.

Antes de que mi abogado pueda decir nada, me levanto de la incómoda silla con un postura erguida y seria pero con urgencia porque esto es algo muy delicado.

—Señoría —interrumpo lo que Márquez iba a decir—, ¿me permite hacer una petición?

—Cuénteme, señor Ros.

—Me gustaría que Vera y... —aguanto las ganas de insultar apretando la mandíbula— Manuel Pujante no tuvieran contacto visual —me obligo a continuar cuando ella alza una ceja—. Quiero decir que, si usted quiere, pueda permitir que Vera declare sin la presencia de Manuel. Para ella es difícil haber llegado hasta aquí y...

—Lo entiendo, señor Ros —me corta ella con educación. Mira hacia el otro lado, concretamente hacia un guardia que custodia una puerta, y asiente. De inmediato el hombre se lleva a Manuel y yo suelto el aire por la boca con alivio—. Letrado, llame a la señorita García.

Mi abogado se marcha para dejar entrar a Vera y yo cierro los ojos un momento respirando con más calma al saber que la jueza comprende la situación.

—Gracias, señoría —le agradezco con sinceridad.

—Ha sido un acto honorable, señor Ros. Puede sentarse ya.

Asiento mientras aguanto la sonrisa de agradecimiento que me asalta y vuelvo a tomar mi lugar sobre la silla.

En cuanto escucho el ruido de la puerta siendo abierta me giro con rapidez para asegurarme de que ella se siente segura y que no se ha arrepentido de esto, pues si en sus ojos viera cualquier atisbo de duda, la sacaría de aquí de inmediato para protegerla. Sin embargo, lo que veo en su preciosa mirada no es temor ni inseguridad, sino algo que me deja sorprendido: decisión.

Contemplo embobado cómo su vestido azul oscuro ondea por debajo de sus rodillas al caminar y cómo cada paso parece bien premeditado y firme. Noto la alineación de sus hombros al andar erguida y segura de sí misma y no puedo estar más orgulloso de ver en lo que mi preciosa arisca se ha convertido.

Cuando la conocí era una chica borde y distante que no quería relacionarse mucho con nadie por miedo a ser criticada y juzgada. Cuando la conocí sólo tenía pensamientos inseguros con respecto a su manera de pensar, actuar e incluso sobre su cuerpo. Cuando la conocí era vulnerable y débil, alguien al que tener protegido y alejado de todo mal en cuanto le ves, pero ahora... Ahora mi Vera es una mujer fuerte, luchadora e insistente que no se dejará de pisotear por nadie nunca más.

Estoy orgulloso de poder haber estado a su lado mientras daba tal cambio. Estoy orgulloso de ver que por fin se ve como yo siempre la vi: inteligente, grandiosa y perfecta. Estoy orgulloso de ella, así de simple.

Podría decir que la amo con cada puta célula de mi ser o que la quiero tanto que nunca existirá para mí nadie más, pero eso sería quedarse muy, muy corto... Lo que sí puedo decir con completa firmeza es que admiro a la mujer que camina con decisión por delante de mí.

Amar es un sentimiento precioso que te hace sentir dichoso, pero tiene una doble cara que puede volverse en tu contra. El amor va ligado al odio y la línea que los separa es tan fina como un hilo de coser; sin embargo, la admiración es pura. La admiración viene de la apreciación de la vida, de cosas que creíamos que eran irrelevantes o sencillas pero nos dimos cuenta de que eran mucho más complejas de lo que en realidad son. Admirar no produce dolor o desazón como tampoco tiene una parte contraria. La admiración es la percepción de la felicidad y si de algo acabo de darme cuenta al ver a la preciosa mujer que tengo delante sin duda es que más que amarla, la admiro.

Márquez inicia el interrogatorio previo que ya habíamos repasado antes de este día y Vera parece tomárselo muy bien, al igual que cuando lo ensayamos la última vez. Responde a todo con sinceridad y entereza, demostrándome a mí y a todos lo fuerte que se ha vuelto desde que Manuel le hizo eso que prefiero no nombrar otra vez.

La jueza hace un par de incisos al preguntarle detalles de lo ocurrido aquella noche en la que la conocí o sobre la paliza que le propiné a ese desgraciado y mi arisca responde cordial y sinceramente a todo; sin embargo, hay un momento en el que veo sus ojos brillar por las emociones contenidas y tengo que obligarme a tener el culo pegado en la silla para no ir a arroparla entre mis brazos.

Lo estoy pasando fatal al ver lo fuerte que intenta ser y, como ya he dicho antes, me siento real y grandiosamente orgulloso de ella.

Es la futura madre de mis hijos, no importa si está embarazada ahora o no, juro que lo será.

Vera García Vázquez será mi esposa, mi confidente, la madre de mis hijos y la última mujer a la que ame y admire sobre la faz de la tierra, eso lo juro aquí en este juzgado como que me llamo Daniel Ros.

—Gracias por su aportación, señorita García. Puede marcharse.

Vera asiente y le da las gracias a la jueza como buena mujer con educación que es y me dedica una sonrisa cuando pasa por mi lado antes de desaparecer de la sala.

Suelto el aire por la boca ya más aliviado cuando el guardia de antes le permite el paso de nuevo al cabrón de Manuel.

Todo el tribunal se mantiene en silencio mientras la jueza revisa unos documentos ajustándose las gafas sobre la nariz y las ansias de saber qué pasará pueden conmigo a pesar de saber que tenemos todas las de salir victoriosos.

La espera, al igual que este momento, se me hace eterna.

—Bien —inicia la señora—, en vista de las pruebas irrefutables aportadas por parte del señor Ros y teniendo muy en cuenta el testimonio de la señorita García, declaro libre de cargos al acusado y castigo con una pena de quince años en prisión al demandante por violencia y agresión sexual hacia la señorita García. Además de una compensación de cincuenta mil euros que tendrá que abonarle a la víctima por daños, prejuicios y agresiones —da un mazazo sobre la mesa—. Caso cerrado, pueden retirarse.

No quepo en mi alegría cuando la jueza se levanta y se marcha de la estancia. Salto de emoción y abrazo al abogado como si acabara de ver el mejor partido de fútbol de la historia.

El sentimiento de victoria se hace inmensamente grande en mí mientras veo la cara de imbécil que se le queda a Manuel después del veredicto final.

—¡Jódete, cabrón! —exclamo mirándole, al borde del paro cardíaco por la emoción.

No aguanto las ganas de salir de la sala e ir a contarle a Vera la buena noticia, así que ni siquiera espero a que Márquez recoja sus cosas de encima de la mesa, directamente salgo casi corriendo hacia la salida.

Hemos pasado aquí más de una hora y media. He estado nervioso, enfadado y preocupado. He dudado del raciocinio de la jueza en alguna ocasión. He deseado abalanzarme sobre Manuel y partirle la cara otra vez... pero todo ha merecido la pena. Cada puto minuto de espera ha merecido la pena.

Gabi se encuentra sentado en un banco mirando al suelo y de pronto me molesto al ver que Vera no está con él como le pedí, pero el alivio me invade al verla caminar al final del pasillo de allí para acá nerviosa y agitada.

—¿Ya? —cuestiona Gabi cuando me ve, llamando la atención de mi nena.

—¿Cómo ha ido? —interroga ella con preocupación, caminando con rapidez hacia donde estoy.

—Hemos ganado.

—¡¿Qué?! —grita emocionada, dando un salto para subírseme encima y yo la rodeo con mis brazos mientras doy vuelta sobre mi eje de pura felicidad.

—Lo hicimos, hemos ganado.

Vera besa mis labios enérgica y apasionadamente y yo me dejó hacer de todo porque me encanta que sea tan decidida y espontánea.

La bajo con cuidado al suelo cuando nos separamos, pero aún así no me suelta. Se aferra a mí con la cara llena de alegría y una sonrisa que no puede borrar.

—Lo sabía... —dice ella—. Sabía que ganarías. Sabía que todo saldría bien.

—Es gracias a ti. Tu declaración ha sido el detonante para tener el apoyo de la jueza —la abrazo con fuerza despegándola del suelo—. Te amo, nena.

—Enhorabuena, tío —Gabi me da un palmada en el hombro cuando me separo de Vera—. Ya estamos un pasito más cerca de la final. Ahora tienes que empezar a esforzarte mucho otra vez, como hacías antes de esta mierda.

—Lo hará —afirma Vera—. Dará todo de él para ganar ese combate, ¿verdad que sí, campeón?

—Por supuesto.

Claro que voy a esforzarme. Voy a entrenar mucho más duro que nunca. Voy a vivir en el gimnasio si hace falta. Voy a dejarme la piel en conseguir ganar esa pelea porque mi mayor sueño es convertir a Vera en mi esposa y sólo ganando la final ella accederá a casarse conmigo.

Voy a dejarme la salud entrenando para en el futuro poder decir que Vera es mi mujer.

Ya lo tengo más que decidido...

*
*
*
¡Hola, mis campeonas! :D

Decidme, ya sabíais que iban a ganar el juicio, ¿verdad? Creo que era evidente jaja.

No es por nada, pero he amado escribir este punto de vista de Daniel. Las cosas que dice sobre Vera son... ¡Aaah! No sé ni cómo explicarlo.

Nos leemos el viernes que viene.

Os amo tres mil ❤️

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