La chica de las mil estrellas...

De LaraGutierrez1997

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"A veces, en la búsqueda de las estrellas en otros ojos, caemos en el interminable pozo de la oscuridad". -Ak... Mais

Prólogo
Dedicatoria
Personajes
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58
Capítulo 59
Capítulo 60
Capítulo 61
Capítulo 62
Capítulo 63
Capítulo 64
Capítulo 65
Epílogo
Nota de la autora
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Capítulo 38

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De LaraGutierrez1997

Dedicado a DannLife

***

Bessie:

No sé por dónde comenzar, no recuerdo haber escrito nunca una carta, y menos de despedida. Trataré de decírtelo todo como mismo lo siento porque, de alguna forma, esta es la última vez que hablamos.

Sé que imaginaste un futuro para los dos, juntos, pero por mucho que he tratado nunca me veo a tu lado en el futuro. Ni en ningún otro lugar. Yo estoy demasiado roto, y no puedo permitir que malgastes tu vida tratando de salvarme de mí mismo.

Yo nunca podré ser tu héroe, Bessie, y ya te he hecho sufrir demasiado. No puedo romperte a ti también. No puedo.

El día en que nos conocimos fui a tu cuarto buscando un recuerdo, pero en lugar de eso te encontré a ti, despeinada y usando el pijama más ridículamente adorable que había visto. Eres un ángel, lo único lindo que me ha pasado en toda mi vida, y lo único que ha hecho que mi existencia valga la pena.

Cada vez que te oigo reír me causas una alegría inexplicable, esa es mi propia versión del paraíso. Pero a la vez tu risa me duele, porque no puedo parar de pensar en que, tarde o temprano, yo me convertiré en el motivo por el que dejarás de reír.

Eres preciosa, Bessie, y, si me dieran a escoger entre la vida que he tenido y una menos triste, pero sin ti, volvería a pasarlo todo una y mil veces por el simple hecho de sostener tu mano cuando tienes miedo y verte esperar ansiosa por mí en las mañanas.

Yo no le temo a la muerte, la he deseado demasiadas veces. A lo que sí le temo es a verte llorar. No estés triste ni pienses en mí. Sé feliz con alguien que te merezca. Piensa que es solo mi cuerpo el que te abandona, mi alma permanecerá contigo y, cuando mires las estrellas, te acordarás de mí. Piensa que seré la que más ilumine tu noche para que nunca más sientas miedo de la oscuridad, y seré la que te sonría desde el cielo.

Yo no me voy para volver con mi rosa, me voy para protegerla, y quiero finalmente que sepa que la amo. La amo desde el primer día en que me abrazó, desde el día en que la besé, y mucho más desde el día en que supo todo sobre mí y me aceptó tal como soy. O fui.

TE AMO, Bessie, perdona por no tener nunca el valor de confesártelo por más que lo he intentado. Ya nos encontraremos en otra vida, en una en la que te miraré a los ojos y te lo diré. En una en la que sí te haré feliz.

Lo siento,

JIMMY.

Terminé de leer y sentí que algo se había roto en mi interior. Tomé el papel con ambas manos y, sin detenerme a pensar en qué estaba haciendo, lo hice trizas y lo lancé contra el árbol.

—¡Idiota! ¿Cómo pudiste ser tan egoísta? —grité y comencé a golpear el árbol con mis puños. Las lágrimas brotaban de mis ojos—. ¡Eres un idiota egoísta, Jim Thomas! ¡No tenías el derecho de hacer algo así! ¡Tú no podías elegir por mí! ¡Yo soy fuerte! ¿Quién mierda te dijo que no podía resistir estar a tu lado? ¡Tú sí podías hacerme feliz! ¡Tú ya me hacías feliz!

Cada vez lo golpeaba con más fuerza y gritaba más alto. Tenía que sacarme el dolor y la rabia de alguna forma.

—¡Nunca voy a perdonarte, Jim Thomas! ¿Me oyes? ¡Nunca te perdonaré lo que hiciste conmigo y con los que te queríamos! ¡Eres un cobarde! ¡Te odio! ¡Te odio! ¿Me oyes? Te odio...

Me detuve y me volteé hasta apoyarme en el tronco para retomar fuerzas. Mis manos estaban ensangrentadas y temblaban sin control, pero ese dolor era insignificante en comparación con el que sentía luego de leer su carta. Me deslicé hasta sentarme a los pies del árbol y miré al cielo.

—Te odio, Jimmy... —susurré—. Te odio... Yo te odio... Yo te... te... amo... Te amo, idiota... Te amo... ¿Cómo pudiste hacerme esto?

Permanecí un largo rato allí, ahogándome con mi llanto. Cuando finalmente logré levantarme, me tomó casi una hora lograr encontrar todos los pedacitos de papel, pues el viento los había esparcido por el jardín. Con algo de tiempo y trabajo lograría pegarlos y quedaría parecida a la original.

¿A quién quería engañar? Yo estaba más rota que la carta, pero eso no cambiaba nada.

Tendría que ir con Stella a vendar mis manos llenas de cortes y futuros moretones. Lo único que verdaderamente deseaba era acostarme a dormir y despertar en diez años, cuando ya no doliera tanto.

***

La mañana siguiente me incorporé a las clases. Todos decían que necesitaba distraerme y que no podía permanecer encerrada en mi habitación todo el tiempo. Según ellos, eso no sería nada bueno para mi salud mental, pero esa era la menor de mis preocupaciones en ese entonces.

De cualquier modo, me pasé casi todo el tiempo mirando el pupitre a mi lado. Estaba casi tan vacío como yo, pero llevaba ventaja, porque los muebles no eran capaces de sentir.

Cuando la campana sonó me tomó un momento levantarme. Realmente me daba igual quedarme o marchare, no sentía deseos ni de respirar. Sin embargo, apenas lo hice, escuché que alguien me llamó. Y todo el maldito universo sabía que no tenía fuerzas para lidiar con ese alguien.

Me volteé despacio y la miré.

—¿Qué quieres, Natalia? —pregunté con desgano y ella me miró de un modo muy extraño. Por primera vez, no vi odio o burla en sus ojos; lucía diferente.

—Bessie, yo...

—Yo no tengo ánimos para pelear, Natalia —la interrumpí—, en serio que no...

Me di la vuelta para seguir mi camino, pero me detuvo sosteniéndome por un brazo y me vi forzada a mirarla.

—Bessie, espera —suplicó y no pude pasar por alto que ambas veces me había llamado solo por mi nombre, sin ningún apelativo despectivo—. Yo tampoco quiero pelear... Yo... lo siento, en serio lo siento...

Y entonces comenzó a llorar.

Me giré por completo hacia ella debido a la sorpresa que me causó verla en ese estado. Tenía que estar planeando algo macabro, no me quedaban dudas.

—¿Natalia...?

—Perdóname, Bessie, perdón. Soy una idiota, una engreída, y siempre voy por ahí hiriendo a los demás —dijo entre lágrimas y yo no podía contener mi asombro—. Lo siento, no puedo evitarlo, lastimar a los demás es lo único que se me da bien... Juro que no lo decía en serio, lo juro. Nunca imaginé que lo haría, nunca lo imaginé. Yo... lo siento... perdóname, por favor...

Debía odiarla con todo mi ser por todo lo que me había hecho y por lo que le había dicho a Jimmy, pero nunca antes había visto en ella una emoción real y estaba llorando sin consuelo. Una parte de mí quería gritarle que era una persona cruel y repulsiva, que se merecía todo lo malo que le ocurriera.

Pero yo no lo sentía, no realmente.

La observé con detenimiento y suspiré profundo. La herida estaba muy abierta aún para perdonarla y no sabía siquiera si luego de que se le pasara la culpa volvería a ser la misma de siempre conmigo.

—Sí, eres una idiota insoportable, Natalia —le dije con sinceridad—. No puedo decir que te perdono porque... honestamente, no sé si lo haré. Pero lo que le ocurrió a Jimmy no es tu culpa, al menos no solo tuya. Es culpa de todos, por no entender que cada persona tiene sus propios demonios y por complicarles la existencia a los demás añadiéndole nuestros resentimientos. El rencor es una carga demasiado pesada para llevar y ya cargo con suficiente dolor como para añadirle más peso. Yo ya no te odio, ni a nadie, pero sí creo que ya es hora de que también dejes tus rencores. Pasa página, Natalia, ninguno de nosotros tiene la culpa de que te hicieran daño en el pasado... Se lo debes a él, y también te lo debes a ti misma...

Ella sollozó mucho más al escucharme y se cubrió el rostro con las manos. No obstante, no me sentía lista para palmearle el hombro e intentar consolarla. Ella debía aprender a cargar con las consecuencias de sus actos. Por ese motivo salí del salón de clases, decidida a marcharme hacia mi habitación.

Jojo me estaba esperando afuera con rostro de preocupación, pero no era la única: Victor también quería hablarme, al parecer. Le asentí ligeramente a mi compañera para indicarle que todo estaba bien y que podía marcharse. Luego me volteé hacia Victor en silencio y totalmente seria.

—Hola... —me saludó con algo de vergüenza y pesadumbre—. ¿Te sientes mejor? —Negué con la cabeza sin suavizar mi expresión—. Yo... solo quería decirte que... nada de eso debió pasar, él se merecía algo mejor... En serio lo siento, y también todo lo que dije...

Tomé una enorme bocanada de aire e intenté contener mi naciente ira.

—¿Sabes qué, Victor? —le dije con hastío—. Por mucho tiempo me afectó la forma tan abrupta en la que terminó nuestra amistad. Yo te apreciaba y me sentía algo culpable por lo que había ocurrido. Pero luego comprendí que no soy responsable por lo que piensen los demás de mí, sobre todo si te juzgan sin saber si están equivocados o no... Para ti yo era una asesina que acabó con sus mejores amigos hasta hace un par de días, o quizás incluso aún lo piensas...

—Bessie...

—Pero ¿sabes qué más? —corté sus intenciones de hablar—. Ya no me importa, Victor. Ya no me interesan tus disculpas, no las quiero. Tampoco quiero tu lástima, no la necesito ni Jimmy tampoco... No creo que seas una mala persona, pero nunca fuiste agradable con él ni le diste una oportunidad. Ya es muy tarde... Yo ya me rendí contigo y con todos los demás que ni siquiera me dieron el privilegio de la duda antes de culparme por lo que ocurrió en mi pueblo. A Natalia soy capaz de comprenderla, ella está totalmente desequilibrada. Pero tú... tú decidiste hacer las cosas de ese modo... No te preocupes por mí, no quiero que lo hagas. Cuida de ella que sí te necesita y a mí simplemente déjame en paz.

Él bajó la mirada, pero no respondió. Quizás sí estaba arrepentido de todo lo que había dicho o, peor, de todo lo que no había dicho pero me había dejado claro con sus actos, que decían mucho más que sus palabras. Tampoco le guardaba rencor, pero ya había tenido suficiente. No quería a más personas dañinas en mi vida.

***

Me tomó un par de días decidirme a llamar al número anotado en el pedazo de papel. Estaba nerviosa y no estaba segura de qué diría ni cómo le contaría a Nick lo que había ocurrido. Pero si había alguien capaz de hacerme sentir mejor, ese era él.

Descolgué el teléfono y le dije el número a la operadora. Cuando empezó a sonar sentí que el estómago me dio un vuelco.

Sin embargo, respondió una chica:

—¿Hola?

—Eh... hola... ¿Ese es el número de Nick...?

—Pues sí, ¿quién habla? —preguntó. Su voz no me agradó ni un poco.

—Es Bessie, soy su amiga... ¿Puedo hablar con él?

—Oh —respondió con sarcasmo luego de un silencio momentáneo—, qué pena, pero eso no será posible «amiga Bessie». Nicky está... digamos que... un poco «ocupado» ahora mismo. Deberías llamar luego, algo así como... ¿nunca?

Escuché su risa burlona al otro lado del teléfono y sencillamente colgué.

«Genial», me dije y sentí mis ojos escocer. Ni siquiera había podido hablar con Nick que era la última pizca de esperanza que me quedaba. No sabía quién era esa chica ni tampoco qué hacía alguien como Nick con ella, pero supuse que, a fin de cuentas, ese no era mi asunto como para estar metiendo las narices.

Volví a sentirme igual de deprimida que antes, o incluso más, en caso de que fuera posible, en realidad.

***

Según El Principito, el desierto era muy bello. Nada se veía o se oía, pero algo resplandecía en el silencio. El día de mi llegada la clínica me había parecido exactamente eso: un desierto. Sin embargo, había predicho que su jardín sería un paisaje hermoso en primavera. Y había tenido razón.

El color verde había inundado hasta el último rincón, interrumpido solamente por los tonos coloridos de las flores. Pero, para mí, seguía siendo invierno.

Nuestro árbol también había florecido y de vez en cuando me dejaba caer una de sus florecillas rosadas para recordarme que estaba ahí conmigo. Sentarme a sus pies y recostar la cabeza en su tronco se había vuelto un ritual para mí en esos días.

En ocasiones le hablaba, sin importarme lo que pensaran los demás de mi comportamiento. Muy dentro sentía que Jimmy estaba cerca en algún lugar y que de alguna forma me escuchaba.

Habían pasado veinte días desde mi regreso del ala C, los días más duros de toda mi vida. Por un tiempo había creído que la pérdida de Beth era lo más desconsolador que me podía pasar. En ese momento miraba en retrospectiva y quería gritarle a esa Bessie cuán ingenua había sido, pues la ausencia de Jimmy era devastadora.

Aún no me acostumbraba del todo a la idea de que no iba a volver. Despertar cada mañana y chocar abruptamente con la realidad de que, por mucho que esperara, no tocaría la puerta ni vendría por mí había sido especialmente difícil.

Estaba más delgada que nunca antes, incluso más que después del incendio, y las ojeras ya eran un atributo permanente de mi rostro. También había renunciado por completo a las estrellas. Pensaba que quien había dicho que ellas no eran más que las cicatrices del universo había estado en lo correcto. Y yo ya tenía demasiadas cicatrices en mis recuerdos con las que atormentarme.

Por lo tanto, no había salido nunca más de mi cuarto en las noches. En lugar de eso, había vuelto a la rutina de quedarme encerrada y llorar.

Mi familia iba a visitarme cada semana y esos eran los únicos momentos de paz que lograba tener. Mi padre no me había reprochado nada, aunque podía muy bien decirme que me había advertido. Sin embargo, ya en aquel entonces había sido muy tarde. Jimmy ya era una parte inseparable de mí.

El final de los añorados encuentros familiares era siempre el mismo: yo llorando en su hombro justo como solía hacerlo en mi niñez cuando extrañaba a mi mamá; él con el corazón en la garganta diciéndome que no me preocupara, que todo estaría bien.

Jojo había sido mi única compañía durante todo ese tiempo, siempre ahí para mí cada vez que el dolor era insoportable y me deshacía en lágrimas. Victor y Natalia también se habían mantenido cerca, sobre todo Natalia, aunque yo los alejaba instintivamente. Quizás solo querían ayudarme, pero no podía borrar el pasado con tanta facilidad.

Sin embargo, ese día estaba especialmente abatida, pues las horas de Jojo en la clínica estaban contadas. Aunque una parte de mí se sentía feliz por ella, la otra no paraba de preguntarse qué diablos sería de mí también sin ella.

No obstante, no quería pensar más en eso. Sostuve mis rodillas con fuerza contra mi pecho y cerré los ojos.

Estaba usando el jersey de Jimmy por segunda vez. La primera había sido una noche en la que había colapsado y no encontraba consuelo alguno. Al ponérmelo había sentido como si él me envolviera una vez más en sus brazos. Y abrazando su recuerdo había logrado conciliar el sueño.

El jersey aún olía a él, a esa fragancia dulce que me llenaba de nostalgia y de tristeza. Por un momento sentí que estaba junto a mí nuevamente, que acariciaba mis cabellos y mi rostro, y que me daba la mano y me susurraba al oído que siempre estaría conmigo.

Pero era solo el viento.

Me preguntaba qué ocurriría cuando el jersey ya no tuviera su olor. ¿Olvidaría cómo se sentía estar entre sus brazos?

Aún no lograba perdonarlo del todo por lo que había hecho, pero tampoco estaba lista para dejarlo ir todavía.

***

—¿Qué haré ahora? ¿Cómo resistiré sin él y sin ti también? —le pregunté a Jojo mientras terminaba de hacer su maleta. Estaba sentada en mi cama abrazando mi almohada y un nudo enorme se había formado en mi garganta.

—Te acostumbrarás, no será tan difícil —respondió, y la frialdad de su tono me extrañó un poco. Quizás solo estaba demasiado sensible.

—¿Qué dices, Jojo? Eres mi mejor amiga, ¿cómo crees que me acostumbraré tan fácil a estar sin ti?

—Sí, Bessie, te acostumbrarás a estar sin mí como mismo lo hiciste con James. De cualquier modo, esa también fue tu culpa...

Sus palabras me sobresaltaron y me obligaron a mirarla a los ojos. La expresión de odio y desprecio en su rostro me desconcertó por completo. No parecía en lo absoluto la Jojo que yo creía conocer.

¿Quién era realmente la chica que tenía ante mí?

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