Había unas niñas en unas y unas jóvenes en otras. Aunque aparecían en las mismas fotos, había cierta distancia entre ellas. Mi madre no sonreía mientras la otra joven se veía más alegre. Pude reconocer aquella joven en las fotos. Casi podía jurar que era Altagracia con no más de quince años. A medida que crecían, las fotografías se hicieron más escasas. Altagracia la superaba en belleza y personalidad a mi madre. De todas aquellas fotografías había una que me llamó la atención. Estaba rota a la mitad, al unirla se formaba la imagen de Altagracia junto a un hombre apuesto y elegante. Ambos se veían enamorados y felices; las palabras de Altagracia comenzaron a encajar. No siempre había sido monja y tal como había dicho, antes de serlo había conocido el amor y quizá también el dolor de perderlo. El misterio en todo aquello era porque mi madre tenía esa fotografía rota con tanta rabia y que había sido de la vida de Altagracia en el pasado para terminar siendo una monja de clausura olvidada por toda su familia. Mil preguntas comenzaron a asomarse a mi mente pero ninguna de ellas terminaba de cobrar sentido. Altagracia no había mentido, mi madre y ella eran hermanas pero que tanto había pasado entre ellas para que mi madre la obviara de su vida era una pregunta que tanto Altagracia como Daniela no me responderian. Miré el reloj y ya era más tarde aún. No pude contenerme y terminé llamando al móvil de Alessandro pero para mi desagradable sorpresa me contestó una mujer. Rápidamente le reconocí la voz y los celos se hicieron presentes. Era la voz de Carla Estrada del otro lado de la línea.
— ¿Qué haces con el móvil de Alessandro? No, mejor dime ¿que demonios haces con él?
Algo burlona contestó
— El que Alessandro esté a dieta..., no significa que haga sus desarreglos de vez en cuando.
— Será mejor que ocupes tu lugar y dejes de intentar ocupar el mío porque te vas a estrellar contra una pared, eso te lo aseguro. Podrás intentar, resbalarte como la zarrapastrosa que eres pero jamás conseguirás nada con Alessandro.
— ¿Estás segura? ¿Y si te digo que si lo estoy consiguiendo poco a poco?
— Aún no me conoces, pero me vas a conocer pronto.
Lance el móvil al suelo y algo en mi estaba descontrolado. No eran solo celos, era algo que no podía contener. Escuchaba una voz en mi interior repitiendo una y otra vez lo mismo «No eres nada, ella es algo, tú nada» quería dejar de escuchar aquella voz porque escucharla era síntoma de que estaba enloqueciendo. Me detuve frente al espejo y la voz tenía razón, mi reflejo estaba desgastado, falto de vida y sensualidad. Solo era una mujer grisácea con poco o nada a su favor. Derrame una lágrima y nada más de imaginar a Alessandro con esa mujer me descontrole aún más. No quería volver a mi pasado, a los cortes, al alcohol y la depresión pero cada vez sentía eso más y más cerca. Aún tenía algo de control sobre mi desequilibrio y quería que siguiera así. Alessandro conocía de mi la mejor parte esa que era dócil, quizá tímida pero inofensiva. Conocía a una Alicia de la cual pudo enamorarse por la fragilidad y singularidad que representaba. Cuando conociera a la otra Alicia, esa que vivía exiliada en la melancolía y la falta de cordura se decepcionaría. El rímel se había corrido por mis ojos y las lágrimas seguían deslizándose en mis mejillas. Alessandro se había convertido en algo vital en mi vida y Carla representaba la posibilidad de que pudiera terminar perdiéndolo. No por ella, sino por mí misma. Sequé mis lágrimas, limpie el rímel e intenté verme serena y segura de mi misma. Alessandro llegó como a eso de las diez de la noche y yo no tenía idea de cómo reclamarle o simplemente no hacerlo.
— Amor, te hacía dormida es tarde.
— Si, es tarde. ¿Cómo te fue en la empresa? ¿Mucho trabajo?
— Más del que quisiera tener
— Seguramente tienes quien te ayude muy, pero muy bien.
— ¿Qué insinúas?
Negué con la cabeza
— No insinuo nada. — bajé la mirada acercándome al alféizar de la ventana para observar la noche y ver en ella reflejada como estaba mi alma, oscura y desorientada. — Hay cosas que por más que se quiera, terminan por no funcionar. Tú..., yo..., el amor y luego todo lo demás en contra. Siento que tengo que competir por ti, por tu amor y por ser tu mujer. Supongo que es parte de ser quien soy.
Alessandro se quedó callado mirándome con cierto desconcierto. Dio unos pasos hacia mi y quería creer que aquellos ojos destilaban amor y no lastima. Recogió mi cabello tras mi oreja y acariciando mis mejillas con una sonrisa tierna en sus labios.
— No puedes competir por algo que ya te pertenece.
— Pero puedo perderlo..., siento que puedo hacerlo.
— Temes por algo infundado. Te amo, y no habría forma de que me separara de ti amor.
Lo miré a los ojos y en sus pupilas rosadas pude ver el amor del que me hablaba. Me amaba igual que lo yo lo amaba pero comenzaba a creer que eso podía cambiar en cualquier momento. Besó mis labios con pasión, sujetó mis costados con firmeza y con fuego en su mirada y ardor en sus manos sobre mi piel, dijo.
— Eres mi mujer, la mujer que deseo, la mujer a la que muero a todas horas por hacerle el amor. Eres la mujer que con solo mirarme, provoca un torbellino en mi interior. Alicia, eres la mujer que necesito a mi lado para sentirme vivo.
— Si puedo perderte— Sollozé— hubo un tiempo en el que era un desastre. No era yo..., era solo un mar de depresión y alcoholismo que no podía curarse con nada. Temo que vuelva a pasar, que conozcas la peor parte de mi y termines desilusionándote tanto que tú amor por mi se convierta en lástima.
Volvió a besar mis labios y sus ojos miraron los míos con dulzura, con amor y con una pasión que no lograba explicar. Yo sentía miedo pero él sentía deseo por mi y yo trataba de explicarme ese deseo porque no hallaba manera posible de que la perfección y la imperfección calzaran. Sus manos al rozar mi piel concentraban todos mis sentidos en él. Su olor, su mirada, ese no se que que tenía en su rostro que me derretía me tenía totalmente hechizada. Sus labios suaves y tiernos besando los míos me convencían cada vez un poco más de que él era el amor que mi vida necesitaba para cobrar sentido.
— Aún no te das cuenta del amor que siento por ti. Estás tan acostumbrada al rechazo y el desamor qué piensas que no mereces ser amada. — Mordió suavemente mi labio inferior con una sonrisa pícara— Te haré el amor las veces que sean necesarias hasta que te convenzas de mi amor por ti. No tienes ni la más mínima idea de lo que me provocas cada vez que te tengo cerca. Imagino tu cuerpo desnudo, tus pezones rosados endurecidos, esas caderas anchas contrastando con tu fina y delicada cintura..., ¿Sabes lo que provocas?
Negué con la cabeza sonrojada
— Oh si..., lo sabes muy bien pequeña. Esa modestia me excita y no sabes a qué nivel.
— Sabes que creo..., que ves perfección en mi imperfección.
— No quiero perfección, eres perfectamente imperfecta, eso es lo que te hace ser la mujer que amo.
Buscaba y buscaba eso que él miraba en mi. Esa mujer flamante que él de solo mirarla se endurecía y deseaba follarla hasta correrse dentro pero no, yo no la veía. Seguía viendo a la misma Alicia, a la alcohólica, a la asesina, a la mujer que solo lo era de fachada porque no era capaz de sentir placer sin antes sentir culpa. A menudo me sentía así y justo en aquel momento me di cuenta que por años viví una mentira donde pensaba que había superado mis demonios pero no..., seguían ahí dormidos y comenzaban a despertar nuevamente. No había superado la depresión, sólo la había aislado. Estaba luchando internamente para no caer nuevamente ahí pero sentir que deseaba llorar en vez de reír, sentir tristeza en lugar de felicidad en los momentos felices y desear dormir y jamás despertar era los sentimientos que rondaban mi cabeza y mi espíritu. No quería arrastrarlo a él, ni a mis hijas a ese abismo. Alessandro me miró y ceñudo preguntó mientras seguía sujetándome por la cintura para tenerme cerca su piel contra la mía.
— Nena..., ¿dime que tienes? Te noto rara
Tragué saliva y con ella tragué mis lágrimas sonriendo tenue.
— ideas tuyas..., todo está perfecto.
— No me mientas, te conozco.
— Es el trabajo, solo eso. No se me dio un contrato y perdí unos cuantos millones. Pero nada que no se pueda reponer.
— No creo que sea el trabajo lo que te tenga así. Lo veo en tu mirada.
Era malisima ocultando las cosas y aún sin hablar mis ojos me delataban. Sentía pena por mí misma, sentía miedo y nerviosismo. Lo miré y suspirando llena de dolor silenciado comenté.
— Alessandro..., quiero, más bien necesito que me prometas algo.
— ¿Qué cosa?
— El día en que aparezca otra mujer, una mujer que te haga dudar de lo que sientes. Si aparece una mujer en tu vida que no te sea indiferente, quiero que me lo digas.
— Eso jamás pasará
Contradije rápidamente
— Pasará, no hoy, no mañana pero pasará. Cuando te topes de frente con mi depresión, con mis demonios primero sentirás lástima..., pero luego te hartarás y cuando allá fuera aparezca una mujer normal, hermosa y cuerda..., créeme que yo seré más una obligación que tu novia.
— He conocido las mujeres más bellas, también he tenido la oportunidad de tenerlas como parejas y sin embargo ninguna de ellas despertó nada en mi. Tú eres hermosa, tanto que no podría explicarlo con nada. Ya deja de hablar cosas que no tienen sentido.
Apreté los dientes y asintiendo con la cabeza insistí.
— Prométemelo, por favor.
— Si te hace sentir mejor y segura, te lo prometo pero jamás tendré que cumplir esa promesa. Tengo lo que deseo justo frente a mi.
Estaba indecisa, quería preguntarle sobre Carla, pero al mismo tiempo pensaba que si lo hacía, me vería como una neurótica insegura y lo último que quería era que Alessandro me viera así. Tenía a mi lado a uno de los hombres más codiciados y eso más que beneficios tiene un montón de contras. Sus manos y su polla tenían mente y razón propia. Siguió magreando mi cuerpo y su erección comenzó a golpearme suavemente mi vientre. Era ridículo, pero comencé a temblar como tonta. Y digo que era ridiculo porque el sexo entre los dos era algo normal y ya teníamos una bebita. Pero luego de saber sobre ese lado sadista que se negaba a dejar fluir conmigo en lo único que pensaba era precisamente en la forma de hacer que me hiciera víctima de su placer.
— ¿Qué haces?
— Quítate la braga
— No
— Hazlo
Hice lo que me pidió y ahora con solo un albornoz cubriendo mi piel de la suya lo miré y en su mirada estaba ese morbo que una vez me calentaba, me convertía en otra persona. En aquel momento se supone que levantará mi pierna y suave pero libidinosamente penetrara mi vagina pero algo ocurrió. Algo que no era esperado y que me dejó descolocada por completo. Su mirada se tornó perdida, su rostro se torció con gestos que demostraban dolor. Dio pasos confusos y sujetándose de mis hombros para no caerse casi se desvanecía en ellos. Ya no eran sospechas, ahora sabía con certeza que algo no andaba bien en Alessandro. Sentí miedo, esta vez no era el típico miedo de inferioridad, sentí miedo por él, por perderlo no por mi, sino por capricho de la vida y del destino. El quiso con una sonrisa convencerme de que estaba bien, pero no lo estaba..., ya nada lo estaba.