La novia de mi hermano 1 [Dis...

By Luisebm7

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¿Rechazarías la compañía de la soledad cuando no puedes confiar en nadie más? La vida me mostró a temprana ed... More

Notas
¡Concurso!
1 - La sonrisa de mi cuñada
2 - Guerra de incordios
3 - Desconcertada
4 - Más que cuñadas
5 - Fisgoneando en su intimidad
6 - La amistad más corta de la historia
7 - Me gustas
8 - Presa de la lujuria
9 - Ella es un encanto
10 - La fiesta I
11 - La fiesta II
12 - La fiesta III
13 - La fiesta IV
14 - ¿Todo fue un sueño?
15 - Domingo de cine... y algo más I
16 - Domingo de cine... y algo más II
17 - Domingo de cine... y algo más III
18 - El renacer del rencor I
19 - El renacer del rencor II
20 - Desde la distancia, estaré a tu lado
21 - Sáname con un beso
22 - La perdición reside en sus labios
23 - La dulce venganza
24 - Una ruptura, una oportunidad
25 - Paseo en patines
26 - Hoy soñarás conmigo
27 - ¿Qué tramas?
28 - ¿Se reconciliarán?
29 - Cita de amigas I
30 - Cita de amigas II
31 - Cita de amigas III
32 - ¿Te conquisté?
33 - Esta noche serás mía
34 - Esta noche seré tuya
35 - Se acabó el cuento de hadas... ¿o no?
36 - Estrategia
37 - Encerrona
38 - La aliada kawaii
39 - El fin de su soltería
40 - Ana es cruel
41 - El Real Decreto de la distancia
42 - Cena con los suegros
43 - Cena con los suegros II
44 - La prueba de la distancia
45 - La prueba de la distancia II
46 - Masaje con final... ¿feliz?
47 - La tortura de la distancia
48 - Doble estaca en el corazón
49 - Las consecuencias de las decisiones
50 - Alguien pagará los platos rotos
51 - Ani desatada
52 - La abolición de la distancia
53 - Confiesa y seré tuya...
54 - Una nueva amenaza
55 - Una Flor llena de espinas
56 - Ani ha sido corrompida
57 - Game over, Mario
58 - Siguiente en la lista
59 - Lista actualizada
60 - ¡Ani es una facilona!
61 - El diario de Ani
62 - Enferma de amor
63 - Revitalizada
64 - El pacto
65 - Confesión carnal
Agradecimientos

La huella del pasado

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By Luisebm7

¿Puede una vivencia marcarte lo suficiente como para perder la confianza en la gente?

Recuerdo aquel día como si me lo hubieran grabado en la piel con un hierro candente. Por aquellas fechas era una niña de 9 años con una vida normal, quizás con ciertos privilegios de cría mimada porque mis padres son empresarios y han tenido un poder adquisitivo notable desde que tengo memoria. Sin embargo, apenas disfrutaba de su compañía, pero mi hermano mayor siempre estaba a mi lado cuidando de mí.

Como cada mañana entre semana, mi querido hermano Eric y yo acudimos al colegio privado del barrio. ¿Quién habría intuido que aquella mañana reluciente y de brisa otoñal tan agradable se convertiría en mi infierno?

—Hermanita, no des ni un paso más. —Eric apretó mi mano y me detuvo poco después de cruzar la verja de la entrada del colegio.

—¡¿Qué pasa?! —pregunté alarmada y contemplé su tierna sonrisa. Mi hermano estaba tan delgado que parecía un espagueti andante. Si incluía su cabeza melenuda en toda su silueta, su aspecto pasaba a ser el de una cerilla. Pero, indudablemente, era un chico alto y guapo y pasear con él de la mano irritaba a las mayorcitas que lo perseguían. Además, se comportaba como todo un caballero cargando con su mochila y la mía.

—Tienes el cordón desatado. ¿Quieres protagonizar la caída del siglo? —señaló con humor y se arrodilló delante de mí para atarme el zapato.

—¡Por eso me bailaba en el pie! —exclamé con asombro y él rio—. No domino el arte de atar cordones.

—Pero bien que sabes atar una cuerda de la manija de la puerta del baño a la de nuestra habitación para dejarme encerrado, ¿eh? —remarcó Eric sonriente y no pude contener la carcajada.

—¡Lo siento! Solo pongo en práctica tus clases de nudos. —Le dediqué una dulce mirada de niña apenada—. Se ve que no he practicado lo suficiente...

—Ni se te ocurra porque te dejaré sin agua caliente cuando te estés duchando —me amenazó con cariño mientras reforzaba el nudo del otro zapato.

—¡No, no! Eso no... —Acaricié su pelo tan negro como el mío y me percaté de la mirada envidiosa de una de las compañeras de mi hermano—. Estás peor que un oso. Pélate para que te veas más guapo.

—La bonita de la familia eres tú con ese pelazo —dijo y, tras ponerse de pie y echarse ambas mochilas al hombro, me pellizcó el moflete.

Ambos continuamos hasta la puerta principal del colegio. Allí, aquella chica rubia de ojos cristalinos que nos observaba se nos acercó destilando su altanería.

—¡Madre mía, Eric! ¿No te cansas de arrastrarte por este renacuajo? —Me sentí ofendida por las palabras y la risa burlona de aquella envidiosa, pero yo era tan bonachona y sensible que me refugié detrás de mi hermano.

—No hables así de Laura. Es mi hermana y la cuido como me dé la gana —respondió Eric con su encantador carácter de protector.

—A ver, es un renacuajo, pero tiene brazos y piernas, o sea que puede llevar su mochila y atarse los zapatos ella sola. ¿Y lo de llevarla de la mano? Es que parece tu novia, ¿sabes? Los que no os conocen piensan que estáis enrollados. —El discurso de una envidiosa, así lo clasifiqué. Ella deseaba estar en mi lugar para recibir el trato especial de Eric, pero la única privilegiada era yo, su hermana pequeña.

—No me importa lo que diga la gente, Amanda. —Orgullosa, aproveché la firmeza de mi hermano para mostrarle la lengua a esa chica desde las sombras. Disfruté con la mueca de asco que se apoderó de su cara—. No quiero seguir hablando sobre eso.

En ese instante, distinguí a mi grupo de amigas en el fondo del vestíbulo, en especial, a mi mejor amiga. Verla a primera hora por las mañanas hacía que mis días resplandecieran más que el sol del verano y que la armonía de la primavera. Marta, mi amada Marta Alonso, despertaba una chispa en mi interior que me brotaba en forma de alegría desmesurada.

—¡Marta está allí! —Me abalancé sobre mi hermano y le arrebaté mi mochila en un pestañazo—. ¡Me voy! —Eché a correr enseguida.

—¡Vale! ¡Nos vemos luego! ¡Y ve con cuidado! —vociferó mi hermano, pero no le presté atención.

Mi punto de mira estaba centrado en ella. El mundo a mi alrededor se desvanecía cuanto más me acercaba. La mochila rebotando en mi espalda era incómodo, pero eso no me impidió apresurar mis zancadas.

—¡Hola! —irrumpí en el grupo agitada y rebosante de felicidad. Ellas correspondieron mi saludo, aunque solo anhelaba escuchar la melódica voz de Marta.

—¡Me encanta Laura! Siempre llega riendo —señaló con agrado Tania, una de mis amigas.

—¡Me gusta reír! —exclamé y abracé a mi adorada amiga repentina y fugazmente.

—Pues no sé qué la pone tan contenta. Odio venir a clase —comentó Noelia, la más pesimista y amargada de todas.

—A mí me gusta su energía. Me mantiene despierta a todas horas —destacó Marta mientras acariciaba mis cabellos y creí flotar entre corazones. No solo me atraía que fuera mimosa conmigo, sino también su melena con ese tono de chocolate y sus lindos ojos almendrados.

—Hago lo que sea para que no te duermas en clase —dije sosteniendo mi sonrisa bobalicona.

—Hablando de clases, Laura, ¿me dejarás los deberes de Lengua hoy también para copiarlos? Me dio pereza hacerlos —me pidió Sara, otra del grupo.

—¡Y a mí los de Mates! —añadió Tania de inmediato.

—Yo necesitaré que me ayudes con los trabajos de Naturales —pidió mi otra amiga Susana, lo cual se traducía en que le hiciera todo el trabajo como de costumbre.

No me molestaba ayudar a mis amigas con sus tareas, lo consideraba mi ventaja por ser una estudiante aplicada y una forma de demostrar mi lealtad.

—¡Eh! No corráis —intervino Marta—. Todo eso me lo dejará primero a mí porque yo la quiero más. ¿A que sí, mi Laura? —Me echó el brazo por encima y me besó en la cara, suficiente para que mis babas de niña ingenua chorrearan por mi boca.

—¡Obvio! Mi Marta va primero —afirmé encantada—. Pero no os preocupéis, os dejaré todo.

—¡Esa es nuestra Laura! —celebró Tania—. Por cierto, en el examen te sientas a mi lado, ¿eh?

—¡De eso nada! No me la robarás. —Mi corazón latía con más fuerza cada vez que Marta empleaba un posesivo para referirse a mí, sobre todo cuando materializaba sus palabras con actos como el de esa ocasión, que fue agarrar mi mano.

¡Riiing! ¡Riiing!

—¡Qué asco! ¿No se podría romper ese timbre por una vez? —se quejó Noelia.

—¡Venga, llorica! ¡Tira para el aula! —Tania la puso en marcha con un empujoncito y todas se unieron a la estampida de alumnos.

Por fin tuve la oportunidad para quedarme a solas con Marta.

—Espera, Marta —le murmuré nerviosa, rascando con insistencia las cintas de mi mochila.

—¿Qué? ¿Quieres ser malota y llegar tarde? —dijo con sus gestos despreocupados y permaneció a mi lado.

—¡No! Tengo... algo para ti. —Entusiasmada, metí mi mano en el bolsillo de mi falda y saqué un papel doblado a la perfección.

La noche anterior, me había acostado más tarde de lo habitual porque me apetecía preparar una sorpresa para Marta. Como muchas otras veces, realicé un dibujo de nosotras abrazadas y lo decoré con flores. Mis dibujos no se alejaban del nivel de garabatos, pero ponía todo mi empeño y mi amor en ellos. Esa era una de mis formas de decirle que estaba enamorada de ella, porque sí, yo tenía bien claro que me gustaba mi mejor amiga y no miraba ni sentía nada por otras, mucho menos por chicos.

Siempre buscaba la ocasión perfecta para darle mis regalos, pues no quería que mis otras amigas se pusieran celosas por ser tan atenta con Marta. Normalmente esperaba a que estuviéramos en clase porque nos sentábamos juntas en un rincón, pero ese día no pude contener mis ansias de ver su reacción.

—¡Lo dibujé para ti! —Muy risueña, extendí mi mano con la hoja.

Marta la tomó y abrió el papel con calma. Sostuvo su media sonrisa mientras observaba el dibujo.

—¿Te gusta? Somos nosotras —indiqué con una inocente insinuación.

—¡Qué linda eres! Mi Laura. —Marta me abrazó y yo me entregué a sus brazos satisfecha. No sabía si ella sentía lo mismo por mí, pero me conformaba con su cariño—. Eres mi mejor amiga.

—Te quiero mucho —expresé y rocé mi mejilla con la suya.

***

Los primeros minutos de clase transcurrieron como de costumbre. Mis cuadernos circulaban por el aula, pasaban de mano en mano para que mis amigas y otros compañeros copiaran las tareas de las próximas materias. Los estudios no suponían ninguna dificultad para mí, por lo que me distraía fantaseando con Marta.

Cuando notaba que ella se aburría, me armaba de valor y buscaba su mano con atrevimiento. En aquella mesa, tras el muro de los libros, deslizaba las yemas de mis dedos con suavidad por su palma. El roce del vaivén de mis caricias en ella provocaba que mi pecho se agitara. El tacto de la piel de Marta cautivaba todos mis sentidos, absorbía mi pensamiento. Igual que en incontables veces, no pude resistirme y también froté su muslo. Todo en ella me resultaba agradable.

Recuerdo la expresión coqueta de Marta y su sonrisa de satisfacción. Yo sabía que mis delicados masajes le gustaban porque ella misma acomodaba su mano en mi pierna para que continuara. Si no, tumbaba su cabeza en mi lado de la mesa y me pedía que le hiciera esas cosquillas tan ricas que solo yo sabía hacer.

En todos esos momentos imaginaba que éramos novias. Era tal mi enamoramiento que recreaba en mi mente casarme con ella y masajearla todos los días para ver su cara complacida. Dado que no me atrevía a expresarle mis más profundos sentimientos, le escribía notas amorosas durante las clases cuando no la acariciaba.

El timbre del primer recreo me sacó de mi ensimismamiento, me libró del hechizo de tener la mirada perdida en Marta. Mis amigas y yo nos reunimos y salimos al patio del colegio. Saludé a mi hermano desde la distancia, que recién se sumaba a sus compañeros, y así surgió el debate que cambió todo.

—Quiero ser novia de tu hermano Eric —comentó Tania mientras nos sentábamos en el suelo.

—¡Es súper guapo! —añadió Susana.

—Oye, Laura, ¿tú lo ves desnudo todos los días? ¿Nos dices cómo es su cosa? —preguntó Sara con sumo interés, cuestiones que me abrumaron.

—¿Qué? ¡No! No hablaré de mi hermano y su... cosa. ¡Puaj! —expresé.

—Pero sí se la has visto —afirmó Sara, quien, como todas, disfrutaba de mis galletas rellenas de chocolate y fresa.

—Claro que se la ha visto, tonta. Viven juntos, ¿recuerdas? —señaló Marta y yo misma le puse la galleta entre los dientes.

—Es curiosidad. Yo no he visto ninguna en persona —argumentó Sara.

—Un pene es un pene, no es nada extraño que no vayas a ver nunca —expuso Noelia como si la reprendiera.

—Yo solo sé que Eric está en mi top cinco chicos guapos del cole. Sería uno de mis novios —reiteró Tania—. ¿Quiénes os gustan a vosotras?

—¡Sergio! —exclamó Sara.

—¿Cuál? ¿El de sexto A o el del C? —cuestionó Susana y se apoderó de un puñado de galletas como si las demás no existiéramos.

—¡Qué pregunta tan estúpida! ¡Pues obvio que el del A! —especificó Sara—. El otro tiene muchos granos, ¡es asqueroso!

—¡Uy, los granos! Espero que no me salgan —comentó Noelia denotando su repugnancia.

—Pues yo quiero tener de novio a Juan, el de quinto D. Tiene cara de niño bueno y es todo lo contrario —dijo Susana.

—Tendrá la cara bonita, pero es un pesado que molesta a todo el mundo, no sé cómo te puede gustar —contradijo Tania—. ¿Y a ti quién te gusta, Noelia?

—El profe de Música —confesó Noelia y reímos—. ¿Qué? Es muy guapo.

—Que es muy mayor, tonta. Lo que quieres es un chico que te toque la guitarra todas las mañanas para que no lloriquees tanto —expresó Marta con burla, aunque todas debimos pensar lo mismo.

—Solo he dicho que es muy guapo. A ver, Marta, ¿y tú de cuál serías novia? —preguntó Noelia y sentí cierta angustia al imaginar que a Marta le gustara otra persona que no fuera yo.

—Pues... —Marta lo meditó y me miró mientras lo hacía. Deseé que pronunciara mi nombre—. No sé. Hay muchos que me parecen guapos, pero no he pensado en ser novia de alguien.

—Ya, tú quieres un guapo como Robert Pattinson —bromeó Tania y clavó su mirada en mí—. Falta nuestra Laura. ¿Qué chico te gusta más?

Esa pregunta generó una nebulosa en mi mente. ¿Debía ser sincera? ¿Debía mentir? Las dudas me enmudecieron durante unos pausados segundos. Sin embargo, tenía la respuesta ante mis ojos. Marta estaba sentada a mi lado y mis amigas me rodeaban. A pesar de los nervios que cortaban mi respiración, consideré que era la ocasión ideal para expresar mis sentimientos. Imaginé a mis amigas alentando a Marta y a mí a darnos un beso. Así que tomé la mano de mi mejor amiga y...

—¡Me gusta Marta! —confesé con gran entusiasmo.

—¿Cómo? —cuestionó Marta con extrañeza y las sonrisas de todas menguaron a la vez que ella retiraba su mano de la mía.

—¡Marta, me gustas mucho! Yo sería tu novia —repetí como una idiota. Intenté recuperar el tacto de mi mejor amiga, pero ella se alejó por completo.

—¡Qué puto asco! —chilló Noelia.

—Estás enferma —añadió Tania con el mismo tono de desprecio y todas empezaron a ponerse de pie.

—¡Sí! Eso dicen mis padres de gente como ella. ¡Coge! —Susana me lanzó la bolsa de galletas con rabia—. No quiero que me contagies.

—Pero no estoy enferma. ¿Por qué os ponéis así? —expresé llorosa e incapaz de comprender sus reacciones.

—¡Sí lo estás! —afirmó Sara con dureza—. Por eso nos tocas a todas. ¡Enferma!

—Tengo ganas de vomitar. No quiero que mis padres sepan que ando con una bollera. —Susana fingió las arcadas.

—Alejémonos de este bicho raro —propuso Tania con una frialdad que nunca había visto en ella.

—¿Por qué me decís esas cosas? Somos amigas. —Me interpuse en su camino con lágrimas en los ojos. Habría entendido que Marta me rechazara porque no le gustara, pero no concebía que todas lo hicieran con tanta crueldad.

—¡Quítate, enferma! —Noelia me apartó con un empujón tan brusco que estuvo a punto de derribarme—. Tú no eres nuestra amiga. Eres una asquerosa bollera y no te queremos cerca de nosotras.

Las cinco me dieron la espalda sin compasión. ¿Por qué? ¿Las amigas no estaban para apoyarse? ¿Qué había de malo en expresar mis sentimientos? No le había hecho daño a nadie, pero ellas me lo estaban haciendo a mí.

Agarré la mano de Marta, mi mejor amiga, la persona en quien confiaba y que no había abierto la boca para nada.

—Marta, por favor. Yo te quiero —le rogué mientras las otras se adelantaban y divulgaban entre ellas que yo era una enferma bollera.

—¡No me toques! —bramó Marta a la vez que arrancaba su mano de la mía con odio—. ¡Sucia! ¡Eres una enferma de verdad! Ya sé por qué siempre estabas encima de mí. ¡Me das asco! ¡No te me acerques!

—Marta... Marta... ¡Por favor! —supliqué en medio del patio, pero Marta huyó de mí como las otras.

Mi sollozo se volvía incontrolable cuanto más digería que había perdido a mis amigas y a Marta por haber sido sincera. Nunca había saboreado unas lágrimas tan amargas, aunque esas serían dulces comparadas con las que estaba por liberar.

Cualquier consuelo me habría sentado bien, cualquier persona que me comprendiera y que me hubiera aclarado que yo no había hecho nada malo. Sin embargo, lo único que percibía a mi alrededor eran risas burlescas y miradas despreciativas. ¿Era yo la enferma o ellos por propagar su menosprecio hacia mí?

Corrí. Corrí con todas mis fuerzas para escapar de la vista de todos y para evitar que mi hermano me viera en aquellas circunstancias. Me encerré en una cabina del baño, el único lugar en el que podía desahogarme sola.

***

Cuando el recreo terminó, regresé a mi aula después de lavarme la cara. Me había calmado lo suficiente, pero aún moqueaba por el lloriqueo. Quería pensar que mis amigas me estaban haciendo una broma de mal gusto y que todas vendrían a abrazarme cuando entrara en la clase. No obstante, la realidad agudizó mi tortura.

Mis compañeros tomaban asiento y la maestra Eugenia ojeaba el libro de texto. Yo me detuve junto a la puerta para soplarme la nariz. En cuanto tiré el pañuelo al cesto de basura, distinguí el dibujo que le había regalado a Marta hecho añicos. La angustia regresó a mí y sentí un fuerte deseo de llorar otra vez. Además, noté que mi gran amiga se había cambiado de sitio. Marta me había abandonado.

Apresuré mis pasos para ocultar mis ojos empañados, que se humedecían cada vez más a medida que pasaba entre mis compañeros. Un desfile de repudio, en eso se convirtió mi recorrido hasta mi silla. Las voces de mis supuestas amigas repetían a mi paso "¡Enferma!", "¡Bicho raro!", "¡Bollera asquerosa!" y otras calamidades a la vez que incitaban a más alumnos a unirse al coro. Por si las palabras no eran suficientes, algunas fingían arcadas y exhibían muecas de repugnancia. Una lluvia de bolitas de papel y trocitos de goma acompañó el festín de insultos. Alcancé mi puesto llorando y la ejemplar maestra Eugenia se limitó a un "Silencio, chicos. Vamos a empezar la clase. Laura, deja el llanto ya, ¿eh? Estoy cansada de las niñas lloronas que se quejan por todo, así que baja la cabeza y no hagas ruido" con un tono muy seco.

Dos horas de tristeza pronunciada por las miradas aleatorias de Noelia, Sara, Tania y Susana lanzándome desprecio. Ellas mismas cotilleaban con otros cercanos mientras me observaban de reojo. Cualquiera habría deducido que envenenaban la imagen que mis compañeros tenían sobre mí, pero yo no fui capaz de figurármelo por ser tan ingenua. Marta era la única que no conspiraba, aunque tampoco me dedicaba ni una mirada. Eso me dolía más que cualquier cosa porque yo la apreciaba muchísimo y consideraba que nuestra amistad sería de esas que duran para siempre, y ella me había eliminado de su vida con tanta facilidad...

¡Riiing! ¡Riiing!

El timbre que lo cambió todo. El timbre que estremeció mis tímpanos al recordarme que sufría sola en aquella mesa donde Marta y yo habíamos grabado nuestros nombres en un corazón.

Todos salían del aula para disfrutar del segundo recreo, salvo yo. No me apetecía moverme de aquella silla, ni cruzarme con mi hermano ni intentar razonar con mis amigas. El daño había sido tan inesperado y doloroso que solo tenía ánimos para lamentarme sumida en mis pensamientos, por lo que agaché la cabeza y permanecí pasiva en mi puesto.

—Oye, Laura, ¿estás despierta? —Reconocí aquella voz melódica a mi lado.

—¡Marta! —expresé con ilusión al levantar la vista. Allí estaba ella con su media sonrisa y su mano hundiéndose en mis cabellos con calidez. No había nadie más en la clase—. Marta, ¿por qué te has enfadado conmigo? ¿Ya no lo estás? Solo quería decirte que me gustas, pero no es malo. Por favor, sigamos siendo amigas. ¡Yo te quiero! —Palabras de una niña estúpida.

—Vale. Acompáñame al baño para hablar —respondió y yo asentí aferrada a la esperanza de que todo seguiría como antes, incluso sonreí.

Marta no abrió la boca en todo el trayecto, solo exhibía su media sonrisa en respuesta a mis amorosas justificaciones. La seguí como una perrita entusiasmada a la que su ama saca a pasear. Y, entonces, el maravilloso día que se había tornado gris se convirtió en una tormenta infernal cuando entramos en el baño...

—Os he traído a la enferma —anunció Marta.

—¿Por qué dices eso, Marta? ¿Qué pasa? —cuestioné dolida y asustada, pues, a pesar de ser una ingenua, tuve un mal presentimiento cuando contemplé las inquietantes caras de mis otras amigas allí.

—Te estábamos esperando para curarte —dijo Noelia con un tono siniestro mientras cerraba la puerta y las otras me cercaban.

—Os he dicho que no estoy enferma. Sois mis amigas. ¿Por qué...?

¡Zas!

Una despiadada bofetada me silenció.

—¡Cállate, sucia! —chilló Marta, la que se había atrevido a hacerme llorar con un golpe que iba más allá del plano físico.

—¡¿Por qué me pegas, Marta?! ¡Somos amigas! ¡Siempre he sido buena contigo! —expresé acongojada e incapaz de comprender su odio hacia mí.

—¡Porque me da la gana! Me acerqué a ti porque eres lista, pero siempre me has dado asco. Estaba cansada de tus dibujos estúpidos y de todo. Ahora ya no tendré que tirar esos dibujos horrendos a la basura a escondidas —confesó Marta con rabia y mi frágil corazón se quebró por completo.

—¡Marta, no digas eso! —sollocé.

—¡Llorona! —Sara me golpeó en la nuca con tal fuerza que me sacudió la cabeza.

—¡Es una enferma! —Noelia me empujó hacia los lavabos.

—¡Ay! —me quejé al chocar con el borde de uno a la altura de mis pechos—. ¡Parad, por favor!

—"¡Parad, por favor!" —se burló Susana—. Das asco, Laura.

—Sí, eres un bicho raro que solo nos sirve para sacar buena nota —añadió Tania, otra confesión que me demostraba cómo eran mis amigas en realidad.

—¡Sois muy crueles! ¡Me voy! —dije en pleno llanto y dispuesta a marcharme, ya no soportaba ni un desengaño más.

—¡No! ¡Sujetadla! —ordenó Marta y las otras cuatro se abalanzaron sobre mí como fieras.

—¡¿Qué hacéis?! ¡Por favor, soltadme! —supliqué aterrada cuando inmovilizaron mis brazos y tiraron de mis cabellos. Mi corazón nunca había latido con tanta violencia como aquella vez.

—¿No entendiste? Te vamos a curar porque estás enferma —enfatizó Noelia, la que me infligía daño sometiendo mi brazo derecho.

—¡Parad ya, por favor! ¡Quiero irme! —continué implorando mientras forcejeaba, pero yo era demasiado débil como para deshacerme de las cuatro.

—Te convertiremos en un chico para que puedas estar con chicas. —En ese instante, Marta sacó unas tijeras de su bolsillo. Yo había estado tan distraída pensando en que me perdonara que ni me había percatado de que las puntas se asomaban por el bolsillo. ¡Idiota de mí! Nunca olvidaré el miedo tan angustioso que viví y que me hizo sudar y temblar en aquel momento—. Te llamarás Lauro —dijo con malicia y todas se carcajearon.

"¡Ja, ja, ja! ¡Lauro! ¡Es Lauro! ¡Es un chico!", repetían con burla. ¿Por qué se reían? ¿Por qué abusaban de mí? ¿Por qué?

—¡Ah! ¡No! ¡No lo hagáis! ¡Soltadme, por favor! —grité con el mismo temor y la misma agitación que manifestaba mi cuerpo, sobre todo cuando Marta accionó las tijeras a la altura de mis ojos.

—¡Calladla! —les ordenó Marta y una de ellas me cubrió la boca—. Curemos a la enferma.

Mi mejor amiga, sonriente y con una expresión maléfica, fue la primera en tensar un mechón de mis cabellos. La observé con ojos de espanto envueltos en lágrimas y luché para liberarme, pero solo sentí impotencia ante la sensación de que me apresaban gruesas cadenas.

Marta cortó sin compasión y todo lo que yo sentía por ella se desvaneció en ese instante.

—¡Mirad! ¡Empieza a ser Lauro! —Marta ondeó el mechón delante de mí.

—¡Eh! ¡Yo también quiero curar a la enferma! —pidió Susana como si fuera un juego.

—¡Y yo! —añadió Sara igual de animada.

—¿La dejamos calva? —planteó Noelia con suma vileza mientras tiraba de mis cabellos como si me los quisiera arrancar.

Recé para que alguien apareciera por la puerta y pusiera fin a mi tormento, pero no fue así. Cada segundo de sufrimiento se prolongó como una eternidad. Todas se turnaron para emplear las tijeras y cortarme el pelo a su antojo. Mientras, reiteraban los mismos insultos entre risas. Alcancé un punto en el que mis fuerzas solo rendían para contemplar mis cabellos precipitándose junto a mis lágrimas.

—¡Mírate, Lauro! Ya estás casi curado —señaló Marta cuando me inclinaron hacia el espejo.

Mi mandíbula temblaba y mi rostro estaba empapado. Mi propia imagen me apenó. Ellas habían destrozado mi larga melena negra y no me cortaron todo gracias a que el timbre había sonado.

—Ya no dices nada de que te gusta Marta, enferma —comentó Noelia y estampó su mano en mi cabeza.

—¡Oye! Ahora es Lauro. Trátalo como un chico. —Marta era la más cruel de todas—. Debemos endurecerlo como a un chico. —Me controló sujetándome por el pelo—. A partir de hoy te pegaremos cada día para que te hagas fuerte y no se lo dirás a nadie. Yo seré la primera.

¡Zas!

La mejilla me ardió tras su bofetada. Toda la cara se me entumeció cuando las demás, enfiladas, replicaron su sadismo.

—¡Ja, ja, ja! ¡Lauro es un llorón! —se mofó Marta—. Recuerda no decir nada, ¿eh, Lauro?, o te dejaremos calvo. Vámonos.

No me atreví a responder. Permanecí llorando y con los hombros encogidos como una cobarde para que me dejaran en paz.

Aquella experiencia había creado una grieta enorme en mi corazón. Perdí la confianza en las personas. No volví a estrechar vínculos con alguien. Sin embargo, cuando ni siquiera creía que existiría el amor para mí, el destino me presentó a mi alma gemela, a Aiko.

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