Oneshots Volkacio

By RaizhelRose

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Mini oneshots o sketches volkacio. La mayoría son parte de mi head canon. Ninguna escena tiene directa relaci... More

Las mismas palabras
[+18] Los aretes de un punk
Semana Volkacio <3
Day 1: Primer beso
Day 2: "Un año", Sebastián Yatra & Reik
Day 3: Vodka [+18]
Day 4: Intento de coqueteo
Day 5: ¿Mariposas?
Day 6: "No me dejes"
Day 7: Good ending
[+18] La apuesta
[+18] ¿Vamos por un café?
Cegado
Perracos. Ya no quiero recordaros
[+18] Fantasía y deseos
[+18] El huevo.
La máscara
Recuerdos
El mirón
Nunca es tarde... o quizás sí.
Los cinco minutos
[+18] Encuentro desafortunado, ¿o no?
Mariposas y un culo
Un café y de rutas
Una pizca de salsa
¿Guardián?
La fruta especial
[+18] Una tarde de verano
El canto de un destino
Un tulipán perenne

Peleas callejeras

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By RaizhelRose

"Pelea en el callejón, ¡ayuda, van a matarse a puños!", decía la alerta. La zona del Vanilla siendo conflictiva como siempre. Rodó los ojos, de todos los avisos, aquellos que involucraban al Vanilla eran los que menos le motivaban. "Joder, el de cresta lleva dos K.O ¡y va por el tercero!". Por mucho que odiase aquella zona, la pelea estaba escalando y la llamada de auxilio de los ciudadanos debía ser atendida. Eso, y por otra parte Greco dejaría de molestarle para acudir.

—¿En serio le disgustan esas llamadas?

—Sí. —respondió seco.

—A mi me gustan las llamadas al Vanilla. Me parecen bastante salseante, ¿no? Son una caja de sorpresas y una buena oportunidad para enterarse de... pues ciertos asuntos del bajo mundo. —dijo con una sonrisa, claramente emocionado por la oportunidad de atender uno de aquello avisos.

—Tiene gustos bastante extraños, Greco.

—Qué va, hombre. El que es demasiado serio es usted, Volkov. Ande, despéinese un poco, que le hará bien para el cuerpo.

—Ahá...


Tras un juego de miradas y sutiles coqueteos, dejó su puesto vacío y se dirigió hacia el estacionamiento trasero del Vanilla. Como era de esperarse, su presa había caído en sus redes, siguiéndole como un ciego. Se apoyó sobre la pared mal pintada y llena de grafitis, abrió un poco la cremallera de la sudadera de red negra y le miró, levantando ligeramente el mentón y humedeciendo sus labios. Tal como todos hacían, el sujeto se acercó desesperado hasta él, cogiéndole por la cintura para besarlo. Ahhh, es otro de los malos, pensó. Las ansias con las que le besaba arruinaban la experiencia. Quizás era un besador promedio, pero con la desesperación que lo hacía en esos momentos, de promedio pasaba a besador triste.

—¿Te gusto? —preguntó al recuperar el aire.

—Me encantas. —mintió mientras le acariciaba la nuca. Probablemente aquella era su mentira más frecuente, podría llegar a llamarla "su firma personal". Le acarició el cuello, la espalda, sus bolsillos en busca de la billetera. ¡Ding-ding, premio!

El hombre volvió a abalanzarse sobre él, esta vez intentando remover algo de ropa. Le abrió por completo la cremallera de la sudadera y le soltó el botón del pantalón. No pretendía llegar demasiado lejos, por lo que cuando notó las intenciones del sujeto, se aferró a él para detenerle, envolviéndole con la pierna izquierda, acortando la distancia entre ellos.

—Vaya bujarras. —dos hombres de color pasaban por el descampado estacionamiento.

El hombre se detuvo, asustado. Notó que un pequeño temblor le recorrió el cuerpo, tras lo cual se apartó y gritó: ¡maricón de mierda! Te has hecho pasar por chica y eres un puto maricón. ¡Chicos, ayúdenme a recuperar mi dinero!

Peinó su cresta hacia arriba, logrando levantarla ligeramente. Escupió al suelo y se puso en guardia.


¡Vaya escena! Un hombre de color con la nariz rota tumbado en el suelo, otro demasiado doblado por el dolor de estómago como para levantarse y, un tercero, que iba hacia el mismo destino que los otros. Todo aquello con un protagonista más que peculiar. Con una cresta roja fuego, un moreno de casi un metro noventa, tonificado, con un peto rojo bajo una sudadera de red negra, pantalones super ajustados en vinilo, zapatillas personalizadas con animal print de color rojo.

—¡Eh, eh! ¡Separaos! —gritó Greco en cuanto vio al moreno con el golpe listo para acertarlo en la quijada de su rival. —Se pa- ¡¿No me oyó, caballero?! —el moreno había enchufado el último puñetazo en la mejilla izquierda del último sujeto en pie.

El hombrecillo cayó al suelo, gimoteando que aquel sujeto había comenzado la pelea, que tan solo se estaba defendiendo, que todo era culpa del otro. Greco, con su voz seria, regañaba al hombre que, a duras penas, se levantaba del suelo. Que si las peleas eran de a dos, que si él también tenía culpa, que si por qué no llamaron antes a la policía...

El moreno de la cresta se limpió el labio inferior con el dorso de su mano y, con total arrogancia, escupió un poco de sangre al suelo. En aquel pequeño gesto pudo notar que llevaba las uñas pintadas de un rojo muy oscuro. Le era difícil de creer que tal personaje, con aquellas pintas, hubiera abatido a dos hombres y medio. Los chicos que se encontraban por allí con ropas similares a las que llevaba el moreno, tendían a ser muchísimo más menudos, igual de agresivos, pero siempre armados. Soltó un suspiro y se acercó para cumplir con el procedimiento.

—Caballero, necesito su DNI. —de más cerca pudo notar que también llevaba maquillaje. El labial corrido y la sombra de ojos negra demasiado difuminada; una sombra rosada sobre su pómulo izquierdo presagiaba un moratón, pensó.

—No llevo.

—¿Disculpe?

—Que no lo llevo encima. Tengo mi carnet de conducir, si es que le sirve.

—No nos sirve. Tendremos que proceder a llevarle detenido, caballero.

—Tch... —chaqueó con la lengua, molesto. Acto seguido, se cruzó de brazos. Un tatuaje se asomaba bajo el peto rojo, así como una fina línea de vellos que marcaban su abdomen en el centro, perdiéndose en su desabotonado pantalón.

—No procedo a esposarle porque la situación ya es demasiado...

—¡Que ese maricón me ha robado y encima me ha golpeado! —bufó el hombre mientras avanzaban hacia el patrulla.

—¡Caballero, cálmese y no falte el respeto! —le llamó la atención mientras terminaba de hablar por radio con los médicos que vendrían a por los inconcientes.

—¡Revísenle los bolsillos! De seguro tiene mi billetera. ¡Qué mierda de sujeto, engañando a la gente y encima robándole! Allá adentro se hizo pasar por mujer y ya ve... —ambos policías guardaron silencio.

—No creo que sea muy fácil confundir al caballero con una mujer. —respondió Greco.

—¡Allá adentro no hay mucha luz! Yo jamás me metería con otro tío. ¡Dios, no, qué puto asco! Créame, señor Agente. Si lo hubiera visto adentro del Vanilla de seguro también cae-

—Caballero, —interrumpió el ruso. —no es de nuestra incumbencia si le confundió o no con una mujer. Sus gustos son suyos y no nos interesa.

—¡Pero- no soy gay!

—Como usted diga. —se volteó hacia Horacio. —Las manos sobre el techo del patrulla, por favor. Voy a proceder a cachearle.

—Tiene manos grandes. —murmuró. —Cuidado que quizás me termina gustando... —agregó con voz suave mientras apoyaba ambas manos.

—Piernas en "v".

—Uhum... —respondió con un suave gemido mientras Volkov le tocaba los costados del pecho. —Cuidado, cuidado... —agregó una vez el platinado alcanzó las caderas.

—¡Maricón y encima degenerado!

—Eh, caballero, cállese. A este paso, el caballero podrá ponerle una denuncia por insultos.

En efecto, Volkov encontró una billetera en los bolsillos de Horacio. El DNI en el interior correspondía al del sujeto que estaba con Greco. Soltó un profundo suspiro. Ya no había opciones para dejar hasta allí aquel problema tan cotidiano y sin importancia.

—Caballero —dijo—, ¿me puede explicar cómo es que llegó esta billetera a sus bolsillos?

—Oficial... —respondió en un suspiro. —A veces uno tiene que ganarse la vida. —y le miró hacia atrás por sobre el hombro. —Ya ve usted cómo me trata ese sujeto... Jamás reconocerá que me estuvo buscando toda la noche para... pues liarse conmigo. —su voz sonaba tranquila y suave. Todo lo que decía parecía tener sentido, pero los sujetos inconscientes en el suelo no le permitían fiarse de él.

—Pero habrá recibido un pago por... Por sus servicios. —repentinamente se sintió cohibido al decir aquellas palabras. —Un pago, no toda una billetera.

El cresta soltó una sonrisa y respondió: —Le sorprendería lo que pagan algunos por guardar sus secretos...

La mirada del moreno era coqueta, desde luego que sí, intentaría quitarse la multa a como diese lugar. Siendo quién era él, comisario de la policía, no podía permitirse ser blando con quienes buscaban saltarse la ley.

—¿Usted quiere poner la denuncia? —preguntó al hombre que, cada vez que le veía, tenía el rostro más hinchado.

—¡Anda que no! ¡Claro que sí, señor Agente!

—Pues lo lamento, señor. —dijo dirigiéndose a Horacio. —Procedo a esposarle. Queda usted detenido por robo a un civil. —agregó mientras le esposaba.

—Uy, me gustan las esposas, oficial... ¿Podemos apresurarnos? —dijo mordiéndose el labio. —Aguanto bastante, pero me gusta varias veces por-

—Caballero, será mejor que guarde silencio. —el moreno soltó una sonrisa traviesa.

Tras esperar a que llegase la ambulancia que trasladaría a los inconscientes al hospital, la patrulla de refuerzos y la que escoltaría a los otros dos sujetos, emprendieron camino hacia la comisaría. Greco leyó los derechos a ambos sujetos y, una vez llegaron a comisaría, comenzaron a procesarlos.

—Es usted muy guapo, oficial. —aún estaba esposado. Se apoyó contra la pared y miró al policía.

—Comisario. —refutó con malas pulgas. —Comisario Volkov. Dese la vuelta que lo desesposo. Sígame, para poder identificarlo.

—Pasa de mí... —suspiró.

—Ponga el dedo allí, la máquina lo identificará.

—Claro, debe recibir demasiados piropos. Qué le hace una raya a la cebra, ¿no?

—Estoy de servicio, caballero. Limítese a hacer lo suyo y terminaremos esto más rápido.

—Entonces... —y quitó el dedo de la máquina antes de que pudiese arrojar el resultado. Volkov le miró molesto. —Si no estuvieras de servicio, no pasarías de mí... —volvió a sonreír travieso.

Silencio. La mirada fría e inexpresiva de Volkov. Sus ojos grises eran redondos y grandes. ¿Qué tan difícil sería conseguir el número de un comisario?, pensó.

—Caballero, déjese identificar o tendré que sumarle desacato a la autoridad.

—Disculpe, me perdí un poco en sus ojos...

—Y si sigue así, también faltas de respeto a un funcionario público. Horacio Pérez, —leyó en el monitor.—Véngase por acá.

Metido en la celda, Volkov comenzó a trabajar en la PDA para ingresar los datos pertinentes de la detención. Resultado: quince meses en prisión.

—¿Estará aquí para cuando salga?

—No lo sé, caballero. Pero cualquiera de nuestros compañeros puede sacarle de aquí sin problemas. Todos están perfectamente capacitados para hacerlo.

—Me gustaría que fueses tú...

Silencio.

Volkov se dio la media vuelta, dejándole solo tras las rejas.


Como era de esperarse, el ruso no apareció para su liberación. Le habría gustado verle, habría sido otra oportunidad para coquetearle. Cogió todas sus pertenencias del escritorio de la secretaria y, siguiendo al barbudo que también había participado en su detención, se encaminó hacia la libertad.

—Hacía tiempo que no veía a Volkov tan entretenido.

—¿Cómo? —preguntó algo sorprendido.

—Pues eso. Tampoco había visto a alguien coquetearle tan a la ligera. Ha sido divertido, señor...

—Horacio. —completó la frase del barbón. —¿Y usted?

—Comisario Rodríguez. Greco Rodríguez. —Abrió la puerta. —Espero no verle de nuevo por aquí.

—Uff... Yo sí. A ver si así me cruzo de nuevo con el comisario Bombom. —se tocó los labios mientras sonreía travieso.

—¡Horacio! —oyó la voz de un hombre. —¡Eh, Horacio! ¿Cómo coño te has metido en tanto líos? —agregó entre risas mientras se acercaba al cresta.

—¡Perro, pero si fue tu culpa! Si hubieras peleado en vez de mirar, habríamos derribado a los tres y nos habríamos ido con el dinero.

Vaya par, pensó el comisario mientras les veía alejarse.

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