Mátame Sanamente

By ashly_madriz

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Cualquiera puede creer que la vida de las porristas universitarias solo se trata de las piruetas, los chismes... More

Prefacio
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Capítulo 32
Capítulo 33
Capítulo 34
Capítulo 35
Capítulo 36
Capítulo 37
Capítulo 38
Capítulo 39
Capítulo 40
Capítulo 41
Capítulo 42
Capítulo 43
Capítulo 44
Capítulo 45
Capítulo 46
Capítulo 47
Capítulo 48
Capítulo 49
Capítulo 50
Capítulo 51
Capítulo 52
Capítulo 53
Capítulo 54
Capítulo 55
Capítulo 56
Capítulo 57
Capítulo 58 (final).
Agradecimientos e información importante.
Aviso
Aviso 2

Capítulo 6

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By ashly_madriz

RECEPTOR CERRADO:

Si preguntas sobre mi popularidad, no hablaré. Mi boca se cansa solo con hacerlo. Los chicos F no son mi tipo, así que mejor corta y sácalos.


De alguna forma, había decidido el final de esta historia antes de conocer el principio. Verla hundida, siendo solo un estropajo humano y un intento de persona, era el mejor final que pude haber imaginado para ella.

Fue así que alguien me dijo una vez que el final de una historia es un misterio, pero que llegado el momento, se tornaría en el mayor descubrimiento de todos.

Las cosas no funcionaban así para mí, porque realmente, el principio de esto se había tornado en la mayor incógnita que pude haber tenido. Stacy me había robado el nombre, a cambio yo le robaría hasta la existencia.

En mis tiempos más oscuros, había soñado con presenciar su último aliento.

Puedes pensar que yo quería retribuciones, pero no. No era una usurpadora. Nunca me habían gustado las cosas usadas o que no eran mías, tampoco me gustaba compartir, pero la falsa lástima que le había demostrado en aquel momento, solo había sido un sucio juego mental para que recobrara algo de su frágil confianza.

Los juegos siempre son aburridos cuando es solo una persona es la que juega, aunque pronto seríamos cinco. Ella abriría la boca y ellos vendrían hacia mí.

Cuando la dejé sola en el vestidor, caminé con un aire victorioso al atravesar el gimnasio, llevando una sonrisa petulante en el rostro. Me sentía como una maldita reina. Había pasado un tiempo desde la última vez que había sentido toda esa efusión de adrenalina corriendo por mis venas. Nunca olvidaría el gesto que hizo su cara cuando tomé mi bolso y me largué diciendo: «Hasta nunca, perra».

Estaba algo aturdida, después de todo, yo era la víctima. Solo que desgraciadamente era de una de esas víctimas que tarde o temprano se terminaban convirtiendo en victimarios. Un típico cliché que algunos llamaban defensa personal.

El fin justifica los medios.

Podía decirles con exactitud, que más que odio, solo sentía lástima por todos ellos. Ver en que habían convertido sus patéticas y miserables vidas era gratificante. De una forma muy jodida, por supuesto sí que lo era.

Cuando hice mi camino hacia el campo de fútbol, posterior a tener mi pequeña charla con Stacy, el día me había parecido aún más brillante de lo que ya era cuando me levanté esa mañana. La lluvia de la otra noche no me había permitido detenerme y observar bien las instalaciones del lugar. Era el típico edificio deportivo, con paredes limpias, techos abiertos y atletas pijos por aquí y por allá; todos moviéndose en manada ante la orden del entrenador.

Con mi físico adulto, no me era fácil pasar desapercibida. Me observaban de una forma algo incómoda. Llevaban en el rostro ese tipo de miradas que te decían: «Eres una chica, no deberías estar aquí», pero no me importó y solo los ignoré.

Traía mi bolso de entrenamiento colgado por encima del hombro, mi pulso temblaba un poco, por lo que sostuve el tirante acolchado un poco más fuerte de lo normal. Estaba nerviosa. ¿Cómo no iba a estarlo? Me encontraba parada en territorio enemigo y claramente hostil. Le había dado una paliza a Stacy y Aiden me acababa de ignorar. Tenía casi veintiún años, pero estuve tres años viviendo en reclusión en una abadía.

Por consiguiente, la interacción humana y yo no nos llevábamos muy bien. Siendo sincera, la única persona con que había socializado abiertamente en los últimos quince años se resumía en... Aiden.

Nadie más.

¿Cómo no iba a lograr que un ataque de pánico paralizante me controlara cada vez que lo veía?

Tenía la sensación de que no iba a ser una experiencia muy agradable si me cachaban en los vestidores masculinos, pero valía la pena.

Desde el primer momento en el que había entrado a la universidad, mis compañeros de clases me habían estado pisando los talones. Estaban las personas como Samantha que me veían como inferior, luego estaba el resto. Los que con pinta de gigolós que trataban de llamar mi atención. Eso era el tipo de cosas que pasaban cuando nacías teniendo el olor a dinero que ellos necesitaban para aparentar tener una vida útil.

Desde que la familia de mi madre había creado un imperio de monto incalculable mi vida estaba casi resuelta, pero hubo algo que no vieron venir. La llegada de Amanda. Ella creía que podía meterse en los pantalones de mi padre y quedarse con los verdes.

Pero no amigos, mi madre lo había tenido cubierto y esos millones no iban a ser para más nadie que no fuera yo.

La riqueza se asocia con el poder. El poder, con la clase; pero mientras crecía, entendí que había muchas personas que podía tener clase sin tener dinero, y que había mucha gente en el mundo con dinero que seguía sin tener nada de clase; por lo que si no tenías poder adquisitivo, lo mejor era que fueras y consiguieras algunos amigos ricos.

Solo una pequeña fracción de la población estudiantil de este lugar si le daba la suficiente pasta al país como para tener todo lo anterior. Clase, poder y riquezas.

El resto, por desgracia, vivía un buen teatro por medio de redes sociales.

Todos los días posteaban sobre su vida falsa. Llena de autos deportivos, viajes, joyas y dinero. Todo pagado con cosas turbias.

Entre esas personas, estaban Stacy, Sidney y Samantha.

Todos éramos falsos. Tan falsos como el maquillaje y brillo en el rostro de cada animadora, también todos teníamos secretos, pero era mejor ser quien sabía los secretos de los demás a ser quien escondía uno.

Había sido tan irreal tenerla frente a frente. Luego de tantos años, me había dado cuenta que el tiempo había pasado para todos.

En aquella época, ansiaba el momento de sacarle los ojos, pero yo era mejor que eso. Era mejor que ella, y cuando por fin llegó, se había sentido genial. Como la ambrosía de los Dioses, como el agridulce sabor de la boca de Aiden sobre mis labios la noche anterior.

Mientras caminaba, él iba apareció en mi cabeza. Reproduciendo mentalmente las imágenes de cómo le contaba en el pasado las cosas que no me gustaban de Stacy.

No me gustaba compartir.

No me compraría con sus lágrimas de cocodrilo promiscuo.

Creo que en ese momento la risa que solté llamó la atención de todos, porque a pesar de que llevé mi mano contra mi boca para amortiguar el sonido que salió de mi garganta, los chicos que estaban sentados en las gradas me miraron con preocupación. Tal vez pensaron —amigo, esa perra está loca—, pero simplemente disimulé lo mejor que pude.

Me los imaginaba a los dos, Aiden y Stacy, levantando sus manos para mostrarle a todos sus anillos de compromiso de "felices por siempre". Solo que en el proceso, ambas extremidades estaban desangrándose, sin distinguir quien de ellos era el dueño de las heridas.

Entonces me veo rompiendo esos delicados dedos, y a Stacy gritando de dolor.

No podía creerlo. Ella solo era una perra que fingía hacerse la víctima por el daño que había provocado. ¿Quién diría que lloraría como una mártir?

Mis palabras habían sido lo suficientemente amables como para no estrangularla en el lugar. Me debía mucho más que un par de lágrimas teñidas de máscara de pestañas.

Aún mientras me dirigía a los vestidores, solo pensaba en que quería despellejarla viva. Iría y le serviría de almuerzo sus entrañas a las hienas, como el sucio roedor que era. Para mí, esta era una especie de satisfacción. Ese fresquito interno que sientes cuando todo te sale como quieres.

Éxtasis puro y embriagante.

Nunca tendría verdaderamente una retribución de los daños. Me había convertido en un girasol marchito.

«Las reinas no son eternas. Son sustituibles y a todas algún día les toca caer».

Sus palabras se sintieron como un golpe directo al estómago. Nadie nunca me había dicho algo como eso. Cuando me convertí en una muñeca rota, fue que lo entendí.

Pero más que una muñeca, yo me sentía como la reina María Antonieta a punto de ser decapitada.

El peón siempre podía convertirse en una falsa reina, pero la reina, siempre será reina a pesar de todo.

¿Conoces esa sensación sofocante cuando las palabras siguen martillando en tu cabeza hasta que sientes que te asfixian?

Era una burla, y una muy cruel para el caso. El chico que solía llamarme su brillante girasol ya no estaba y lo que quedaba de él, lo quería ver sangrar. Perdió el derecho de mi perdón cuando me vendió como Judas.

No soportaba ser ignorada por Aiden.

Jugaría un poco con él y con su mente hasta hartarme, luego lo desecharía.

Solo necesitaba ignorar esa presión en el pecho que sentía cada vez que lo veía.

Después del incidente, cuando regresé hace un par de meses, las personas que trabajaban para mi madre me habían recomendado "encarecidamente" ir a terapia.

Solía ir a terapia como la gente normal, sentarme en un consultorio clínico y aparentar superar mi "pequeño problema", fingir que no tenía el más mínimo trauma y que no quería vengarme de ellos.

Vaya suerte la mía.

Mis pies se detuvieron y me dejé llenar con el primer sentimiento real de esperanza desde que había huido. Había vuelto a casa por fin, y a pesar de tener todo en mi contra, había despertado de ese pedazo de sueño infernal al que me habían aferrado.

Cuando estuve por fin frente a su cubículo, en los vestidores masculinos, sostuve por última vez entre mis manos la nota escrita con mi puño y letra que decidiría su destino. ¿Quería hacerle daño a Aiden? No tenía una respuesta para ello.

Mi caligrafía seguía siendo la misma y mi tinta favorita de color rosado Barbie era un sello distintivo.

Tragué con fuerza y forcé a no salir las lágrimas que amenazaban con derramarse de mis ojos. Había sido un gran sacrificio de mi parte, pero se lo merecía. No podía simplemente dejarme llevar por la debilidad. Sobreviviría. No era un patito herido buscando consuelo.

Tal vez se trataba de la persona por la que sería capaz de dar la vida, pero también era la única persona dispuesta a entregarme la mía, porque lo llevaba como un tatuaje sobre mi piel.

Stacy había tomado lo más valioso que tenía y realmente no sabía si Aiden era su cómplice, pero él era capaz de eso y mucho más. No le daría la satisfacción de obtener más de mí de lo que había ya dado. Aunque, por su actitud de hace un rato, no estaba totalmente segura que él aún quisiera algo que me hubiese pertenecido.

Levanté la carta y la sellé contra mis labios, manchándola con mi labial rojo característico.

No lo pensé más y luego de una exhalación profunda, empujé el sobre de papel hasta el fondo por una de las hendijas del casillero.

Pensé que tal vez él sufría por su pasado tanto como yo lo hacía.

Me di la vuelta, mientras la bilis me subió por la garganta. Miré el camino de regreso, en dirección a la salida, donde decenas de chicos se estaban preparando para ingresar al equipo; cientos de estudiantes siendo juzgados por sus capacidades, fuerza y resistencia.

Imaginaba que por su posición en el equipo, Aiden ya no se apartaba de la sociedad. Era todo sonrisas y hoyuelos.

Era irónico, porque a pesar de que lo negué en mi infancia y quise hacer como si fuese inmune a su presencia, había perdido en mi propio juego. Me había vuelto loca por tener un poco más de él y de toda su oscuridad.

En el pasado, si me lo hubiera pedido, le habría dado mi corazón y mi alma en bandeja de plata. Por eso debía sacarlo de mi vida, exterminar la forma en la que me había hecho sentir, pero desgraciadamente, era la única persona que me hacía sentir.

De tal forma que lo único que pensaba al caminar por la universidad, era que debía hacer un intento más antes de consumirme.

Él se había metido en la cabeza curiosa de una niña de seis años, sacudiéndole el mundo entero. Sin decir una palabra, se acercó a mi vida y simplemente la tomó como suya... o tal vez yo se la entregué en el proceso, no estaba segura.

Regresando a ese momento, me alejé del lugar y corrí por el camino, haciendo a un lado a todos sin disculparme. Me deslicé hasta la recepción principal y seguí mi paso por el estacionamiento.

Mientras corría, mis ojos parpadearon, tratando de ver lo que la gente hacía, pero no encontré nada. Ninguno parecía interesado en nada en particular, sólo había grupos de chicas chismosas o chicos riéndose, tal vez era porque las clases habían terminado muchos antes de mi práctica.

No era popular sin mi uniforme de porrista y mis pompones. Vestida así solo una estudiante más.

Cuando llegué a mi auto, emprendí camino lo más rápido que pude hasta la fraternidad.

Atravesé las calles del lugar. Luego me estacioné frente a la casa de nuestra hermandad. Justo ahí, inhalé hondo para poder tomar aire fresco, y prepararme para vivir con el nido de los caimanes con uñas postizas.

Una cosa era tenerlas cerca, otra era vivir con ellas. Así era más difícil ocultar secretos.

Al bajarme, me dispuse a sacar mi equipaje del maletero. Tarea dura, había traído conmigo muchas maletas llenas de zapatos.

Estaba tan inmersa en mis pensamientos, que no me di cuenta de lo que pasaba realmente, hasta que fui interrumpida por una mano fuerte que se envolvió alrededor de mi antebrazo. Fue tan repentino que me puse rígida y sacudí mis hombros en un acto reflejo.

Una figura oscura me sostuvo fuertemente, haciendo que por unos segundos me quedara sin aire.

No supe cómo reaccionar.

Había sentido esto antes al interactuar con otros chicos; no me gustaba el toque ajeno, lo toleraba, más no me gustaba. Ninguno había sido capaz de notarlo. Yo era de alguna forma anormalmente lunática.

Me gustaba el toque de Aiden, pero no de los desconocidos.

—¿Necesitas ayuda? —su voz se escuchó firme, pero inentendible para mis idos.

Incluso a pesar de lo sensibles que eran mis sentidos, mi mente estaba bloqueada y no podía procesar sus palabras de forma clara.

Lo observé expectante, pero aun así, mi boca no pudo articular nada. Al instante y de forma reflexiva le dediqué una sonrisa automática.

No quería parecer maleducada, pero el contacto del extraño contra mi piel le estaba haciendo cosas raras a mi cuerpo. Era como una especie de choque que bajaba por mi columna vertebral y terminaba en la punta de los pies. No era el típico choque que sentías cuando alguien te atraía, más bien, era lo contrario.

Debía disimularlo lo mejor posible antes de que rodara el chisme de que la nueva porrista estaba loca. Si existía una buena receta para atrapar a un chico, esa es darle una buena sonrisa. Sonríe, siempre. Eso es todo lo que necesitas para tenerlo comiendo de tu mano.

Miré al desconocido fijamente, sin apartarle la mirada. Su cabello era de un color chocolate que brillaba al contraste con el sol, se encontraba ondulado en las puntas por el viento. Incluso parecía que minutos antes había peleado con su melena con rizos.

Tal vez fue consciente de eso, porque con la mano que no me sostenía deslizó las yemas de sus dedos sobre las gruesas hebras suavizándolas, —aunque eso no pareció ayudar en absoluto—, porque dos segundos después sus mechones volvieron a girar en todas las direcciones. Estaba bastante segura de que nunca lo había visto antes.

Tenía curiosidad, pues él estaba dirigiendo todo su interés hacia mí, pero aun así mi cuerpo no logró colaborar. No lo iba a hacer hasta que el extraño no soltara su agarre.

Lo fulminé con la mirada. No tenía ni la mente ni la paciencia para seguirle el juego, y era obvio que éste chico solo quería un rato de ligues.

Tomar a alguien así de la nada podía considerarse acoso en el estado de Oklahoma.

La curiosidad puede ser beneficiosa, pero su resultado suele ser desastroso, y yo no tenía tiempo para más desastres en mi vida.

La falta de una naturaleza habladora puede ser una desventaja cuando estás rodeada de personas que no se callaban por nada del mundo.

Odiaba eso. Era mi culpa, era más de las que observan que de las que hablan.

—¿Necesitas ayuda? —me volvió a preguntar. Su voz, ahora ligera, pareció no tener trasfondo alguno detrás de sus palabras.

Él tal vez logró captar la indirecta que le estaba gritando mentalmente, porque justo en ese momento me soltó y se disculpó enseguida. Eso fue suficiente para que mi cerebro se dignara a reaccionar y mi boca a responder:

—Hmmm, eso parece.

Mi rostro en vez de tener un aspecto sereno y casual, tenía una expresión algo descompuesta y mecánica, casi como un robot.

Si fuera el viejo yo, lo habría mandado a volar en segundos, pero ahora debía mantener la apariencia de una chica normal que no se sentía incomoda al tener la presencia de otros tan cerca.

—¿Vas a la casa? —inquirió, señalando hacia el edificio de la hermandad, con una sonrisa que mostraba la sombra de un hoyuelo. Yo simplemente asentí en respuesta para no alargar la conversación—. Eso es genial, porque yo también voy.

Éste chico, no era ninguno de los animadores de mi escuadrón, por lo que para entrar a la fraternidad femenina debía estar de paso, o tenía algún tipo de contacto directo con alguna de las chicas.

Ayudó a bajar mis maletas sin chistar, pero más lento de lo necesario para mi poca paciencia. Parecía embobado, no sé si fue por mi cara o por el auto, así que para seguir con el truco, decidí preguntar:

—¿Te gusta? —le solté con coquetería, aunque creo que más que parecer coqueta, solo pude mostrarme de una forma ridícula. Aquí en confianza, nunca tuve la necesidad de ligar, pero mi intención no había sido parecer odiosa u hostil.

Él me volvió a sonreír, para luego mirarme, esta vez directo a la cara y no al cuerpo. Tenía unos lindos y cálidos ojos cafés, acompañados por unas finas motas doradas. Debía reconocer que era un tipo de chico afroamericano atractivo, pero no lo suficiente.

—¿Tú o el auto? —cuestionó sin sutileza. No tenía filtro.

Era muy incómoda la forma en la que me recorría con la mirada, pero aun así hice un mayor esfuerzo por no ser tajante. Nunca me habían gustado ese tipo de comentarios, y yo no tenía reparo para decir mi opinión o aclarar el punto.

Todo lo que podía hacer era mirarlo fijamente de forma no acusatoria. Gracias a mi actual condición, lo mejor era mantener la máscara de niña buena.

Después de un largo momento, se pasó la mano por la cabeza. Esperaba una respuesta a su pregunta. Asentí, aún reticente a soltar mi aliento y le di una pequeña sonrisa, era lo mejor que podía hacer.

—El auto, obvio —exhalé con vehemencia. Su rostro cambió de atento a desilusionado, pero rápidamente su gesto desapareció.

No sabía cómo entretenerlo, solo tenía esta cara y este cuerpo que venían acompañados con una horrible personalidad, si hablamos de mi personalidad real.

—Escuché de ti. Eres la nueva. Ya sabes que aquí no guardan chismes.

Me encogí de hombros, porque no sabía que responderle a su comentario. Obvio que era la nueva.

Cuando estuvieron todas las maletas en la acera, le abrí el camino hacia la entrada del lugar. Su manera de caminar era segura e imponente, me sacaba tal vez una cabeza de altura y no tenía el típico acento sureño de todos por el lugar, más bien, su forma de hablar era la de alguien del norte. Eso le aportaba un cierto aire de chico bohemio.

Presentarme como una persona normal, era lo mínimo que podía hacer ante su actitud relajada.

—Soy Kira, por cierto. —Le extendí la mano y este la estrechó suavemente. Los apretones firmes causaban una buena primera impresión, y por el apretón que me estaba dando demostraba que no estaba tan confiado como parecía.

—Soy Félix, es un placer conocer a una chica tan guapa como tú —afirmó de forma petulante. En aquel momento, pensé que si esa era la labia que usaba con todas, era un completo fracasado ligando—. Espero que des lo mejor de ti para animarnos.

Lo miré ceñuda, esta vez no intenté disimular mi reacción natural, pues obviamente, sus comentarios sacados de onda no eran para menos.

Necesitaba mucho más que un enfoque visual para formar amistades con caras bonitas, una especie de familiaridad, pero todavía no tenía eso con mis compañeros de clases o las chicas de la hermandad.

—¿Y es qué juegas? —Mis largas pestañas volaron con mis parpadeos.

Lo miré con descaro y le otorgué una sonrisa ladeada. Mis uñas se deslizaron a lo largo de su pecho y subieron al cuello de su camisa de cuadros.

—Receptor cerrado, cariño, el mejor del equipo —declaró, casi con simpleza.

Félix parecía un niño ansioso en la mañana de Navidad, esperando desenvolver su regalo. Sus mejillas bronceadas se sonrojaron y por su garganta salió un carraspeo.

—Eso es genial... supongo —le dije finalmente.

En un acto de respuesta, le guiñé un ojo. Aunque debo decir, que más que guiño, había parecido un tic nervioso. Estaba haciendo lo posible por aguantar la carcajada que amenazaba con salirse de mis labios y me recompuse.

Dios... qué vergüenza.

Tal vez por eso se detuvo la conversación, porque luego de eso él no dijo más. Bajé la cabeza hacia atrás para respirar profundamente y que rogué a los cielos porque no notase que casi me acababa de reír de él en su cara.

Ese sería mi lugar y mi coartada durante mi próximo año. Sidney y Samantha, como capitanas, lo habían arreglado personalmente, ya que antes de irse me avisaron que alguna de las chicas esperaría por mí. Aparentemente sería Katherine, la otra chica que conversaba conmigo en el baño.

Katherine era una estudiante de calificaciones sobresalientes que cursaba la carrera de ingeniería. Una carrera que no iba para nada con el estereotipo de la groupie del deporte, mucho menos con lo brillante que era, también tenía una posición importante a la hora de armar nuestra escuadra. Como gimnasta del equipo de porristas, era muy buena. Suponía que por su ascendencia extranjera, sus padres nunca hubieran esperado menos de ella que la excelencia.

Cuando estuve por fin frente al lugar, caminé hacia las puertas dobles. Una chica de mi edad se encontraba afuera de la puerta interna. Esa era Hannah, otra de mis compañeras. Llevaba gafas de sol y un bikini demasiado pequeño para mi gusto. Sus delgadas manos sujetaban una gigantesca loción corporal que parecía recién aplicada sobre su piel, ya que ésta, tenía un aspecto nacarado y brillante que le escurría por el cuerpo.

La longitud de ropa —que era algo demasiado apretada—, no gritaban nerd, sino perra... como casi todas las porristas. Tal vez la estaba estereotipando demasiado, pero en mi experiencia pasada, todas las de su tipo en mi vieja escuela habían sido las que se acostaban los deportistas y usaban la menor cantidad de ropa posible, generalmente, atuendos similares a los que llevaba Hannah de forma inapropiada para andar por el patio de la casa.

Félix me miró brevemente. Sabía que estaba parloteando cosas sin sentido, pero no le presté mucha atención; solo le sonreí, fingiendo que lo escuchaba. Observé de repente como se quedó callado. Sus labios gruesos dibujaron una línea fina.

No tenía dudas de que iba a regar el cuento de mi mudanza, y que también diría lo desatenta que he sido por ignorarlo. Todo esto significaba que debía tener en fijo que comenzaba la cuenta regresiva de mis días.

Llamé a la puerta, pero antes de que esta se abriera, Katherine logró se asomarse. Ella parecía diferente al resto, mucho más cuando no tenía su ropa de ejercicio. En casa, estaba vestida con un overol que daba la impresión de ser dos veces más grande que su talla.

Las chicas como ella solían ser de mi tipo para acercarme: No decían más de lo necesario y no eran mis enemigas, por lo tanto, no estaban detrás de mis pecados o de mi posición social y yo no estaba detrás de destruirlas.

Ella me sonrió sutil y se hizo a un lado para que entrara.

—¡Por supuesto que ya estás aquí! —exclamó animaba. También era obvio que parecía una persona completamente diferente a la chica cotilla que era al entrenar, ahora era más bien... maja. No logré percibir esa aura de perra de chicle sobre su cabeza en ningún momento—. Oye pasa rápido. Y tú, idiota, mejor no lo hagas.

Pensaba que me lo había dicho a mí, pues su rostro se había contorsionado en una expresión dura que me confundió. Estuve a punto de protestar y decir algo, hasta que vi como de un brillante monedero sacó un par de billetes de cien dólares y se los tendió en la mano a Félix.

Él solo negó con la cabeza y le brindó un gesto un poco imbécil, ni siquiera noté cuando en un parpadeo se estaba metiendo los billetes en el bolsillo de sus desgastados jeans.

—Sí. Sí, Gracias. Tengo un montón de cosas que practicar y no estaba seguro de que Sid me daría el dinero tan rápido. Ya sabes, ella es genial, pero hoy tenía que salir —confesó Félix con desinterés.

Kate solo lo observó ceñuda mientras se cruzaba de brazos y un segundo le indicaba la salida.

—Mira, no necesitas darme explicaciones de tu oficio de gigoló. Simplemente lárgate ¿quieres? No soporto tu hedor a puto por este lugar.

Su rostro iba de enojo a desagrado y de desagrado a molestia. Tal vez todo junto.

Analizando la situación sin sentido. La estupidez humana era algo irónico. Sidney salía con Félix, quien jugaba para el equipo como receptor y al que de paso debían darle dinero para sus cosas.

Félix se despidió con la mano, sin coquetería esta vez. Parecía algo triste e incluso apenado, porque ese semblante de —me voy con el rabo entre las patas— no se lo quitaba nadie, por ello decidí ser cortés y despedirme, no sin antes agradecerle el gesto de su ayuda.

Katherine no dijo más palabras, solo me guió por el camino en el interior de la casa. La estancia estaba decorada con una brillante araña de cristal que colgaba del techo de la amplia sala. Pinturas caras se alineaban en las paredes. Me mentalicé para mantenerme lejos de ellas a pesar de parecer falsas. No quería correr el riesgo de tocar algo y  dañarlo irreparablemente.

Era un lugar demasiado rosa, con mucho brillo, pero por lo menos estaba bien decorado y tenía una amplia piscina donde seguramente hacían buenas fiestas.

—Sé que te puede parecer encantador, pero no te confíes. Él es un casanova —expresó Katherine, con incredulidad,  como si supiera algo que yo.

La miré y solté un respiro profundo. Me había dado cuenta, no era tan tonta como les hacía pensar.

—Es una lástima que salga con Sidney —anuncié bajo,  estaba pensativa—. No vine a buscar chicos tomados de todas formas. Quiero mantener mi lugar antes de que la reina abeja me aplaste como a un mosquito.

Quería decirle que me daba igual, pero no pude. Mi cabeza era un lío, pero necesitaba ser sincera por lo menos una vez.

—Ni con lo que quiere Samantha. —Me señaló con el dedo en modo de advertencia—. Aunque debo admitir que fue increíblemente divertido ver su cara arder de la rabia cuando la hiciste quedar mal. Aiden Jackson, eh.

La miré de reojo y pude ver que si me advertía era por algo. Nadie aconsejaba algo así no sin haberlo experimentado antes de mano propia.

—No le veo una etiqueta a Aiden de "mercancía apartada" —le recordé, encogiéndome de hombros de forma despreocupada, casi sin interés.

—Cállate —murmuró bajo, con reproche. Sus ojos se abrieron como platos e inclusive giró la cabeza en todas direcciones para ver si alguien nos escuchaba, no había nadie—. Las paredes aquí tienen oídos. Debes aprender eso.

Suspiré insegura. Seguimos subiendo las escaleras en forma caracol hasta llegar a los dormitorios.

Mi cuarto no estaba muy alejado, más bien se encontraba en el pasillo principal, y debo decir que era muy bonito. Un espacio abierto, bastante moderno y todo en color blanco.

Mastiqué el interior de mi mejilla sin saber qué decir. El hecho de que Katherine me aconsejara algo de lo que ya sabía, significaba que estaban cerca de alguna forma, o tal vez incluso ella era una víctima.

—Mantén siempre la puerta con seguro, estoy al frente por si necesitas algo.

Mis ojos escaneo toda la parte frontal de la pared sin decoración alguna, y asentí con la cabeza para luego contestarle:

—Gracias, supongo. No fue mi intención molestar a Samantha, acabo de llegar y no quiero problemas.

No me esperé que la chica soltara una carcajada serena y profunda que me llenó de confusión.

—Eso fue genial Kira... solo no las conoces. No te enfrentes a ellas. No si de verdad quieres sobrevivir aquí —respondió, pausado—. Me agradas, Kiki. ¿Puedo llamarte así? A pesar de los zapatos de mujer de narco que llevabas la otra noche, no pareces una perra básica, pero sí una muy rica. Ellas quieren una benefactora, sé inteligente y mantén tu lindo trasero y lindo auto lejos de ese par.

Esas palabras me hicieron compartir su risa.

—Oh sí, acabo de mudarme a la central de capullos. Bendecida yo, solo soy una sustituta.

Katherine era toda sonrisas.

—Sí. Pudieron haber mantenido a Stacy más tiempo aquí. Pero ya está hecho, ¿sabes? Y creo que me agradas más que ella, él era su chico y posiblemente el de alguna de ellas dos ahora.

—Solo... Tienes razón —mi voz sonó resignada—. Por muy guapo que sea Aiden Jackson, lo ajeno no se toca, ¿cierto?

Las mejillas de Katherine se sonrojaron, para luego aclararse la garganta.

—Sidney y Samantha no deben ser molestadas, Mantente alejada de él, de lo contrario, simplemente alguna de ellas dos te absorberá y te escupirá cuando haya tenido suficiente de jugar sus pequeños juegos retorcidos contigo. A veces lo hacen juntas y créeme, este no es un buen lugar para estar si no tienes los ovarios necesarios. —Ella movió su cabeza en dirección a la puerta. No quería que nos escucharan —. Ya hablaremos, te buscaré a la hora de la cena, solo estamos nosotras y Hannah, pero es como estar solas, así que instálate tranquila.

Cuando se fue de la estancia, hice que mis pies se movieran y salí a ver el balcón con vista a la calle. Me recordaba a la que tuve una vez en mi antigua casa, solo que en vez de mirar hacia la calle, tenía vista a piscina. La vista a mis mayores traumas.

No les mostraría mis miedos, probablemente lo olerían. Si quería sobrevivir a este lugar debería parecer una lata vacía, sin alma. Esa fue otra lección que aprendí en los tres años pasados.

Estas chicas solo usaban el nombre escuadrón de animadoras para follar a diario, no les importaba la universidad, o qué tan pesadas se estaban volviendo las clases. Solo vivían de su imagen.

¿Sería esta la habitación de Stacy? No quería saberlo.

Quería decirle a Katherine que estaba bien, que no me importaba lo que hicieran o dijeran, solo estaban siendo unas imbéciles. Ella parecía saberlo bien.

Samantha pudo haberle hecho algo, tal vez Sidney, no lo sabía con certeza, pero lo averiguaría. ¿Qué tan grande podría ser ese algo como para permanecer aquí a pesar del daño?

Definitivamente grande.

Prácticamente habían escogido a Katherine como mi nueva amiga porque también ella era una paria; y yo estaba más jodida por eso.

X

Perdonen la tardanza y muchas grcias por leer.  Comenten que les parece,  saquen las teorías. 

Nos vemos en el siguiente. Oh, ya están Hannah y Felix.

Los quiere; Ash.

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