good time.

By indirtydreams

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SINOPSIS
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Epílogo

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By indirtydreams

—¿Vas a azotarme? —Le dedico una mirada cautelosa mientras me doy la vuelta. No me importa especialmente. Solo me gustaría saberlo. O a lo mejor me importa porque me ha puesto nerviosa cuando se ha quitado el cinturón. Creo que un azote divertido con la mano estaría bien, pero no estoy segura de cómo me sentiría si me golpeara con la correa—. ¿Con el cinturón?

Se detiene y desvía la mirada del punto en que sus manos estaban bajando la cremallera de sus pantalones hasta mi rostro.

—Preferiría no hacerlo, pero supongo que podría si lo necesitas para correrte.

—No, gracias.

—¿No, gracias? —Sonríe y sacude la cabeza al tiempo que sus pantalones caen al suelo—.

Joder, no puedo contigo.

—Pocos pueden —coincido y me doy la vuelta, flexionando las rodillas y los brazos antes de mirarlo de nuevo por encima del hombro. Estoy de acuerdo con hacer la postura del perrito durante un rato. No es lo que he pedido, pero de verdad que tengo más capacidad de adaptación de lo que muchos piensan.

—Eres la mujer más mandona y exasperante que he conocido nunca.

—Dime algo que no sepa.

—No te follé anoche porque estabas borracha.

—Tú también lo estabas —contraataco.

Me rodea las caderas con las manos y me acerca a él hasta que mis rodillas se encuentran al borde de la cama y me cuelgan los pies. Agarro la colcha y meneo el culo un poco a modo de invitación. Me acaricia la piel antes de recorrerme la columna vertebral con un dedo. Despacio, desde el trasero hasta la nuca. Me estremezco y me aguanto el gemido, sobre todo porque temo que parezca que estoy fingiendo, y no es cierto. Para nada. Es probable que solo el roce de las manos de Harry por mi piel haga que me corra. Su tacto me estremece de las maneras más placenteras, me calienta la piel, hace que se me ponga la carne de gallina allá por donde pasea las yemas de los dedos.

Luego, se enrosca mi cabello en un puño y me endereza de un tirón, con una mano en la cadera para mantenerme firme mientras baja los labios hacia mi oreja. Me agarra el pelo con más fuerza y me inclina la cabeza ligeramente hacia un lado, acariciándome la piel con su aliento cálido cuando habla.

—¿Siempre te comportas de forma tan estúpida, Payton? —pregunta con suavidad, pero con un tono serio.

—¿Puedes ser más específico?

—¿Sueles emborracharte con hombres que apenas conoces?

Me desliza la mano por la cadera hacia delante, con los dedos extendidos por mi vientre y, los dos de en medio, descansando solo un centímetro más arriba de donde los quiero.

—No, nunca.

—Aun así, anoche lo hiciste.

—Sí.

—¿Por qué?

—Confiaba en ti —murmuro. Es probable que ahora no sea el momento de mencionar mis teorías acerca del destino porque esto parece una especie de prueba de detección de mentiras de un pervertido y corro el riesgo de decir más de lo que me gustaría mientras dirige los dedos a mi zona inferior.

Luego, me mordisquea el lóbulo de la oreja y entierra la mano entre mis muslos. Me separa los pliegues con dos dedos y su dedo corazón se desliza hasta el centro, húmedo. Lo mueve arriba y abajo, jugando con mi apertura antes de retirarse para estimularme el clítoris haciendo círculos. Una y otra vez. Hace que me tiemblen las rodillas y seguramente me desharía de su abrazo si no fuera porque me está sujetando el pelo con el puño y tiene su antebrazo contra mi estómago.

—Fue una estupidez, Payton. Temerario. Y no voy a tolerarlo.

Oh, sí. Ha oído mi comentario sobre las guarradas y ha subido el listón con las típicas mierdas de macho alfa. Me encantan las mierdas de macho alfa, pero solo si el tío sabe cuándo parar. Si no, al final acabas en medio de un intercambio muy incómodo en el que te preguntan si has sido una chica mala y tú tienes que pedirle que se calle.

Por lo que a mí respecta, Harry puede seguir hablando todo el día.

Me besa en el hueco detrás de la oreja y me recorre el cuello con los labios a la vez que desliza un dedo dentro de mí. Bordea mi entrada con caricias lentas y seguras, amoldándolo y rozándolo a la perfección.

—Ahora tu coño es mío —me susurra al oído—. Durante el tiempo que me pertenezcas, tendrás que comportarte como es debido. No toleraré que corras riesgos de forma innecesaria, Payton.

¿Pertenecerle? ¿Acabo de traspasar un portal temporal de la perversión y estoy en 1920? La verdad es que no me acaba de disgustar.

—¿Te queda claro?

—Sí. —Bastante claro. Vuelve a manipular mi clítoris con el dedo, como si ese trabajo fuera lo único para lo que existe ese dedo, así que ¿qué más da la claridad? A mí no me importa. No soy la jefa del comité de supervisión de la claridad. Ni siquiera estoy en el cuerpo especial.

—Me estás volviendo loco. —Frota los labios contra mi oreja cuando lo dice. Las palabras van acompañadas de un gruñido y no estoy segura de si lo ha dicho en el buen sentido o no.

«Loco» es una palabra que puede utilizarse para describir la pasión, la excitación y el deseo. Pero también se usa para describir lo que se siente al estar en medio de un atasco o a un lunático de verdad—. Yo no hago locuras, Payton. Nunca. Yo actúo con orden, lógica y con cabeza, y tú no haces nada de eso.

—Puede que acabes cogiéndome cariño.

Estoy casi segura de que siento una sonrisa contra mi cuello antes de que suelte mi pelo y me empuje hacia abajo hasta que mis codos quedan sobre la cama una vez más. Desliza las manos por toda mi columna y se detiene sobre la parte baja de la espalda para masajear la piel con los pulgares dibujando unos círculos de forma relajante. Luego, continúa por mis caderas y desliza las manos por mis muslos antes de separarme las piernas aún más.

Luego me... Hay que joderse, me lame. Desde atrás. De arriba abajo antes de cubrirme con la boca. Dios. Mío. Creo que mi nuevo marido podría ser el jefe del comité de las Olimpiadas orales. Siempre me he considerado una persona muy extrovertida en el sexo, pero, para ser sincera, nunca se me había ocurrido que esto fuera una opción. Doy gracias por estar mirando al colchón porque sé que tengo la boca abierta como una carpa boqueando y es posible que me haya puesto bizca.

Hay. Que. Joderse.

Apoyo el pecho en la cama porque no puedo sostenerme. Se ríe y, madre mía, la barbilla cubierta de vello me frota directamente el clítoris y creo que me voy a morir. Me folla con la lengua mientras me roza el clítoris con la barbilla y ya está, estoy muerta. Soy toda calor, presión y pulsaciones, y todo se concentra en un solo punto. Cada terminación nerviosa de mi cuerpo se concentra ahora mismo en mis muslos, estoy segura. Podría pillarme la mano con la puerta y solo experimentar el placer que siento entre las piernas porque no hay cabida para sentir nada más.

Debería estar pensando en algo, como la forma en que su nariz me presiona literalmente el ano en esta posición, pero, madre mía, está tan a tono que no me importa. O en que estoy tan mojada que debe de tener la cara cubierta de mí, pero, de nuevo, no me importa. Lo único que me interesa es el orgasmo que crece en mi interior. La sensación de sus labios cuando me succiona el clítoris. La caricia de su lengua en mi entrada. El roce de su mandíbula rasposa en la zona más delicada de mi cuerpo. Que mueva la lengua entre mi coño y mi ano. Cómo me mordisquea... Joder. Eso es, justo ahí. Justo ahí. Tiemblo y emito ruidos raros y es posible que esté llorando. Me alegra saber que estoy bocabajo en la cama porque estoy tan mareada que creo que podría desmayarme. Una sensación de placer detona en mi interior. Como una bomba orgásmica.

Me pellizca el trasero y se pone derecho y, como si nada, me enciendo y lo necesito otra vez. Saciada, pero cachonda. Mmm, ese sería un buen nombre para una banda. O una tienda erótica. Luego, me dice que me coloque en el centro de la cama y así lo hago, gateando hacia adelante antes de darme la vuelta para mirarlo.

Desliza su ropa interior por las rodillas y, cuando se levanta, su polla lo hace con él. Erecta y meciéndose, en busca de atención. En general, los penes son algo ridículos, pero el suyo es magnífico. Lo vi anoche en la ducha —joder, lo tuve entre las manos en la ducha—, pero verlo de nuevo hace que me tense a causa de la necesidad. ¿He mencionado que la tiene grande? Así es. Grande. Pensé que quizá el tequila me había hecho agrandarlo en mis recuerdos, pero no, es impresionante.

—Me gusta tu pene —dejo caer, en caso de que eso me dé un punto en la columna de

«alocada», por si lleva la cuenta. Diez puntos en la columna de «loca de manicomio» por el desastre de la boda. Mierda. Las cuentas no están a mi favor. Me pregunto cuántos puntos me dará el sexo anal.

—Lo sé.

Hostia, si anoche canté una canción sobre penes, nunca va a tomarme en serio.

—Y ¿cómo lo sabes exactamente? —Me tumbo de lado y trazo un patrón con el dedo sobre el edredón.

—Lo has mencionado unas cuantas veces. —Baja la mano mientras habla para masturbarse. Joder, me encanta cuando los hombres hacen eso, como si les importara una mierda estar haciéndose una paja delante de ti. Gira la muñeca en la punta antes de volver a deslizar la mano hasta la base, y no son movimientos suaves.

—Me gusta tu pene —empieza a cantar con esa voz que se supone que debe sonar como la mía. Abro los ojos de par en par, alarmada, para mirarlo, pero él ya se está riendo y sacude la cabeza—. Es una broma.

Este hombre.

Sonríe y se sacude su enorme miembro, mirándome como si le pareciera interesante, y todo al mismo tiempo. No es por nada, pero puede que tenga un don para escoger a casi desconocidos para casarme. Como un sexto sentido. Solo que creo que el sexto sentido es una percepción extrasensorial, así que no estoy segura de estar aplicando el concepto bien. ¿O a lo mejor sí? Lo que sea, ya me entiendes.

Harry recoge el condón de la cama y lo abre con los dientes antes de deslizarlo a lo largo del pene. El corazón me late con fuerza cuando se coloca encima de mí, descansando entre mis piernas extendidas al tiempo que me besa y siento el peso de su polla contra el estómago. Ardo en deseos por él. Por quererlo dentro de mí, llenándome, reclamándome, utilizándome para darse placer. Muevo las caderas bajo su cuerpo al tiempo que me aferro a su pelo y trato de acercarlo más. Pero, entonces, retrocede. Se arrodilla entre mis muslos, empezando por mi centro, húmedo y anhelante.

Luego, me levanta una de las piernas y la dobla para colocarla en la curva de su codo y abrirme más.

—¿Dónde la quieres, Payton? —Me golpea el pubis con la punta del pene cuando lo pregunta

—. No me dijiste dónde la querías exactamente. ¿Debería metértela aquí?

La aprieta contra mi ano y me tenso en un acto reflejo.

—Puedes hacerlo —me ofrezco.

—¿Crees que puedes llevarme por ese camino?

Arquea una ceja, retándome, y me presiona con la punta lo justo para sentir un ligero ardor, pero no lo bastante como para entrar realmente.

—En realidad, no. La tienes muy grande y creo que necesitaríamos algo más que una muestra de lubricante para que eso pase. Pero supongo que lo sabes mejor que yo.

Le brillan los ojos, como dos pozos ardientes de deseo y llenos de advertencias.

—Follo de manera tradicional, Payton. Me gusta empezar por el coño.

Mueve hacia arriba la punta de su miembro y siento cómo se abre paso a través de mí, introduciéndose lo justo como para sentir la presión. Su calor, su peso, su tamaño.

—¿Así es como llamas a lo que me hiciste con la boca? —digo con una actitud desafiante—.

¿Tradicional?

Contoneo las caderas, tratando de que se hunda más en mí. No estoy segura de por qué lo estoy animando a que se apresure porque un pene de ese tamaño debería tratarse con un poco de respeto. Pero no soy la chica más sensata en el mejor de los casos y ya llevamos veinticuatro horas de preliminares. Estoy lista para cambiarle el nombre a mi banda de «Satisfecha, pero

cachonda» a «Corrida súbita».

Sacude la cabeza y murmura algo acerca de mi salud mental antes de mover las caderas en una embestida rápida. No lo llamaría un golpe, sino una bola nueve que se dirige en una trayectoria perfecta a la tronera de la esquina. Si la bola nueve fuera un poco demasiado grande para la tronera pero esta tuviera la capacidad de estirarse y le gustaran los retos.

Dejo escapar el aire y suelto la colcha de mi agarre.

—¿Estás bien? —Harry me observa con detenimiento.

—Ajá —murmuro y asiento con la cabeza, contemplando cómo regresa a mí. De verdad, es el hombre más atractivo que he visto en la vida. Alzo la mano y recorro con la yema del dedo su labio inferior. Todavía no me creo que esté haciéndolo con él. «Es como ganar la lotería del sexo», pienso mientras muevo las caderas bajo su cuerpo.

—Joder, eres increíble —gruñe y la saca antes de volver a hundirla en mi interior.

—Lo mismo digo —respondo y contraigo los músculos a su alrededor.

—Las manos por encima de la cabeza —me pide y se lleva mi pierna al hombro. Joder, esto cambia un poco las cosas.

Doblo la otra pierna para apoyarme en la cama con el pie porque creo que lo voy a necesitar. Luego, comienza a moverse con más rapidez. Ni siquiera pienso en usar las manos porque las necesito donde están para mantener una distancia segura entre mi cabeza y el cabecero.

Harry me pellizca el pezón y me cierro de tal forma alrededor de su miembro que ambos siseamos por toda respuesta.

—Joder, lo tienes estrecho —me susurra al oído—. Estrecho y húmedo. Esto es incluso mejor de lo que había imaginado.

¿Sabes qué es lo que más me pone de esa frase? La idea de él pensando en follarme. Un gemido profundo se me escapa de la garganta y muevo las caderas para acompañar sus empellones.

—Lo mismo digo —respondo, también en un susurro.

—Estás más mojada con mi polla que cuando te acaricio con la lengua.

Si fuera capaz de sonrojarme, lo haría. Quiero decir, lo soy. Puedo sonrojarme. Pero ya estoy tan roja y sin aliento que no creo que el rubor se distinguiera en mi piel ahora mismo.

Luego, me dobla las rodillas hasta llevármelas al pecho, con los pies descansando sobre sus hombros, y se hunde de nuevo en mí.

—Joder.

—Así —me persuade—. Háblame. Dime lo que te gusta.

—Me gustas tú —contesto, porque en realidad es la única manera de resumir lo que siento. Nunca he estado con nadie como él. Siento una especie de combinación mágica de comodidad y agresividad, y me encanta.

Me la mete hasta el fondo y la presión es muy intensa. El clímax está cada vez más cerca y me siento como si fuera una aglomeración de partículas y tensión a punto de explotar. Me escucho pronunciar su nombre, que se me escapa entre los labios una y otra vez. Arqueo el cuello y le clavo los dedos en los antebrazos.

Estar llena de él me produce una sensación tan placentera... Empuja con tal fuerza que casi resulta doloroso y, aun así, no quiero que pare. Con esta posición, llega a todos los sitios claves y estoy tan cerca que la punzada de dolor cuando me embiste hasta el fondo solo me acerca más

adonde quiero llegar.

—Eres increíble, Payton. —Respira con dificultad y sé que está a punto de correrse. Sé que se está aguantando por mí—. Quiero notar cómo te corres en mi polla. Joder, estás tan mojada y caliente, eres increíble.

Cuando me corro, parece que tardo una eternidad. Ni siquiera estoy segura de que siga siendo domingo. Podríamos estar en cualquier día de la semana siguiente o haber viajado de verdad al pasado, a los años veinte. No tengo ni idea.

—Dios. —Harry me aparta los tobillos de sus hombros hasta que mis piernas quedan extendidas en la cama, abiertas para acomodarlo porque todavía está dentro de mí.

La aburrida postura del misionero, si prefieres llamarlo así. Y ni siquiera soy de ayuda, parece que mi cuerpo es de gelatina. Estoy saciada y no tengo ningún control sobre mis extremidades.

Entonces me besa y no es para nada aburrido. Coloca los antebrazos junto a mi cabeza y deja caer parte de su cuerpo sobre el mío. Me sostiene la cabeza con las manos y me besa como si de verdad significara algo para él. Como si no se estuviera follando a la esposa que eligió anoche por casualidad. Me embiste un poco más hasta que encuentra su propio orgasmo y está guapísimo cuando llega. Dios, es tan guapo que ha dejado el listón demasiado alto para cuando vea a otro hombre correrse.

Cuando acaba, después de sacarla y de levantarse de la cama para quitarse el condón, vuelve. Vuelve y me coloca encima de él de forma que mi cabeza descansa sobre su pecho y me atrapa un mechón de pelo con los dedos.

—Me gusta ondulado —dice, y me pasa los dedos por la maraña enredada.

Si no hubiera dejado el listón tan alto con los dos orgasmos más perfectos que he tenido en la vida, este momento lo habría conseguido. Un momento tan simple e íntimo, la sensación de su pecho desnudo bajo mi mejilla, el latido de su corazón bajo mi oreja y la suave caricia de sus dedos.

El sexo es raro. ¿Por qué pensé que esta sería una buena idea? ¿Habría sido tan terrible pensar las cosas detenidamente por una vez? ¿Antes de lanzarme de cabeza y estropearlo todo?

¿Es mejor haber follado y perdido que no haber follado nunca? No haber follado, esa es la respuesta.

No haber follado, porque preferiría no saber lo bien que me siento cuando estamos juntos. Eso haría que lo que viene ahora fuera mucho más sencillo de manejar.

Justo en el momento oportuno, lo arruina. Justo como sabía que haría.

—Tenemos que hablar sobre lo de anoche.

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