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Harry me toma la mano con firmeza, como si no me diera opción a soltarme y desaparecer entre la multitud. Tira de mí, también con firmeza, moviéndose entre la gente hacia el pasillo y arrastrándome con él. Creo que nos marchamos, pero se detiene cuando llegamos a la planta del casino. Está menos concurrido, pero es igual de ruidoso. Las máquinas resuenan y la gente se mezcla y habla.

Tengo la guardia baja cuando Harry me presiona contra el lateral de una máquina de tragaperras y me besa. Me besa de verdad. Coloca las manos a ambos lados de mi rostro y me mete la lengua hasta la campanilla. Es el típico beso en el que lleva la rodilla entre mis muslos. Ni siquiera parece importarle que estemos en público y que no tengamos una capa de invisibilidad.

Cuando separa sus labios de los míos, respira con dificultad y mantiene los ojos fijos en mí.

—Repíteme otra vez que no importa que te manden los papeles de la anulación matrimonial para acabar con esto.

Supongo que tiene una fijación real por las palabras «no importa».

—Claro —respondo—. En cuanto me digas por qué crees que no importa que tu exnovia se encargara de los trámites por ti.

Me mira con los ojos abiertos de par en par y quiero gritarle: «Ja, ja, chúpate esa, cabrón», pero me contengo.

—¿Cómo sabes lo de Gwen?

Justo la respuesta que toda mujer quiere oír.

Me libero de su abrazo y le dedico la mirada más subida de tono que una mujer puede componer cuando la acaban de besar de tal forma que pensaba que la iba a llevar al orgasmo y no a una pelea.

—Sé que es tu exnovia. Sé que trabaja para ti. Sé que preparó los papeles de la anulación.

—Vale. —Eleva las cejas, sorprendido. Entonces, deja escapar el aire y se pellizca el puente de la nariz—. Sé lo que debe de parecerte.

—Sip. —Pronuncio la «p» como si acabara de sacar un corcho y cruzo los brazos, fulminándolo con la mirada. Un momento...—. ¿Qué debe de parecerme?

Lo pregunto para asegurarme de que hablamos de lo mismo.

—Sí, Gwen y yo salimos juntos hace años, Payton. Se acabó hace tiempo y, además, no fue nada serio. Y sí, trabaja en mi bufete. Y sí, le pedí yo que se encargara de los papeles de la

anulación porque esa es su especialidad y yo estaba hasta arriba preparando el caso de esta semana. Pero ya veo que ha sido una completa estupidez. No lo pensé. Ha sido una falta de consideración por mi parte.

—Ah, ¿sí? —Dios, es difícil discutir con él.

—Sí. Lo siento, Payton. Creí que eso era lo que querías cuando te fuiste el domingo. Pero el martes supe que no era lo que yo quería, así que le mandé un correo para decirle que no los presentara mientras trataba de entender todo esto. De entenderte a ti.

—¿Hiciste eso? —Madre mía. Quiere entenderme. Me quiere; ya siento cómo nace la esperanza en mi pecho.

—Sí.

—Entonces, ¿qué pasó? ¿Y si Gwen te sigue queriendo en secreto y presentó los papeles de todas formas en un intento desesperado para que rompiéramos? —Abro los ojos de par en par al imaginármelo.

—No, se puso de parto.

Harry me mira con el ceño fruncido como si me faltara un tornillo.

—¿De parto?

—No es mío. —Se apresura a interrumpirme—. Antes de que se desborde tu imaginación y te lleve al País de Nunca Jamás. No es hijo mío. Se casó con un abogado tributario hace dos años. No sabía que le quedaba tan poco para salir de cuentas, de lo contrario no le habría pedido que se encargara de ello. La verdad... —Hace una pausa, como si lo que fuera a decir sonase tan mal que necesitara meditar las palabras antes de pronunciarlas en alto—. No le presto mucha atención. Mi bufete es bastante grande, tengo muchos empleados entre eso y el club.

—Tienes una página web muy bonita —reconozco.

—¿Has cotilleado mi página web? —Sonríe.

—Puede. Y siento haberme ido el domingo. De verdad que tenía una reunión.

—Ya, con tu asesora personal de aceites esenciales.

Harry me dedica una sonrisa socarrona mientras me acaricia el brazo y vuelve a acercarme a

él.

—¿Te lo ha dicho Canon? —Me arden las mejillas por la humillación—. ¿No hay nada

sagrado para ese tío?

—No demasiado, no.

Me besa de nuevo. Me coloca una mano en la cadera, sujetándome contra él, y con la otra me acuna la mandíbula para que mis labios queden en el ángulo exacto en que los quiere.

—Eres impulsiva —comenta cuando rompe el beso—. Alocada. Tomas decisiones imprudentes basándote en lo que sea que te divierta en ese momento.

—Esos son rasgos muy muy malos —coincido, porque tiene razón y soy plenamente consciente de ello—. Pero también soy muy consciente de ello. Y me adapto a los cambios. Soy espontánea y natural.

—¿Cómo se supone que voy a saber si sigo teniendo tu atención? ¿Si esto es real para ti o una novedad pasajera? ¿Si cambiarás de opinión en un mes o un año?

—No lo haré. —Niego con la cabeza—. No cuando se trata de ti. Puede que sea impulsiva, que esté un poco loca y que mis habilidades a la hora de tomar decisiones sean algo cuestionables, pero no cuando se trata de algo importante de verdad.

—Te ofreciste a compartirme, Payton. ¿Te acuerdas? Te ofreciste a ser una especie de novia alternativa para la número tres —me recuerda.

—¡He cambiado de opinión!

Arquea las cejas como si demostrara su opinión acerca de mi indecisión.

—Entonces no sabía que me enamoraría de ti. Que me enamoraría locamente. Ese tipo de amor me aterroriza porque lo único que me han enseñado del amor es que es semipermanente y que cambia continuamente. Pero me he enamorado, de verdad, y no me arrepiento. Estoy dispuesta a arriesgar mi corazón amándote.

—Bien. —Me sonríe despacio, relajado, y sus ojos se avivan.

—¿Qué significa eso?

—Significa que yo también te quiero. Y que pasaré el resto de mi vida persiguiéndote si eso es lo que tengo que hacer. Haré lo necesario para mantener tu interés, porque no pienso vivir sin ti si decides que el destino, el kismet o una bola 8 mágica ha decidido que deberías estar con otra persona.

—El destino no funciona así, Harry. El kismet es un cisne, no un puercoespín. Hubo un par de días en que no estuve segura; me preocupaba que el destino fuera una mierda, pero no lo es.

—No tengo ni idea de lo que acabas de decir.

—Los cisnes se aparean de por vida y los puercoespines se dedican a tirarse a quien quieren.

Da igual.

—Está bien —responde Harry. Me agarra de la mano y nos encaminamos hacia el aparcacoches.

—¿Hemos terminado de hablar? Porque tengo más preguntas.

—Hablaremos en el coche.

good time.Where stories live. Discover now