12. El Despertar para los Fantasmas.

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──¿Además de moho y suciedad qué esperas encontrar en esta habitación?

──Tiene que haber... ──Luego volvió a perderse en su búsqueda──. Hace varios años los sirvientes preparaban pequeñas cajas con lo suficiente, por si irrumpían en la casa de sus señores y debían salir en medio de la noche.

──¿Y para qué quieres eso? ──No pude evitar la curiosidad en mi voz──. ¿Para qué te serviría?

Entonces sí, ella se enderezó para encuadrar sus hombros, estirándose un momento, antes de encogerse de hombros.

──Me interesa, es todo, me gusta coleccionar objetos, dicen mucho de la persona que lo portaba ──indicó con sus ojos brillando a través del cansancio──. Es como guardar pedacitos de historia.

Era una afición bastante peculiar, el coleccionar objetos viejos, pero suponía que tenía su encanto. Le sonreí sin muchas ganas.

──Ela, sea lo que sea que busques, espero que lo encuentres en silencio ──Dejé salir un gran bostezo que solo pareció aumentar mi cansancio──. Buenas noches.

──Duerme, Astra, un buen soldado siempre duerme a pesar del ruido, e igualmente nunca duerme si escucha algo. Así nos decían en Fajrak.

Había dejado mi uniforme en el cofre a los pies de la cama, me hundí entre las sábanas, demasiado cansada para responder, sin importarme en el ruido que hacía Ela o lo frío de la habitación.

Entre sueños volví a ver imágenes de batallas, y soldados pidiendo que los traiga de la muerte, uno de ellos golpeaba a mi puerta con insistencia, hasta manchar la madera con sus puños en sangre.

──Jovencita Astra.

Me reincorporé de un sobresalto, sujetándome a las sábanas como si estas hubieran sido arena hace un momento. Percibí la imágen de una criada en la oscuridad, no ví a Ela por ningún lado, y ella venía acompañada de seis personas más, con tachos de agua humeante y vestidos en cada mano.

──El rey Lysander te mandó a llamar ──Su rostro ovalado mostró una sonrisa──. Te ayudaremos a prepararte.

Llevé la mirada a mi uniforme al pie de la cama, ya no estaba. El frío me estremeció cuando la frazada se cayó debido al movimiento.

──Lo mandamos a lavar.

──Le hacía una buena falta ──secundó otra.

Tenía sueño, quizás más que cuando me había acostado, y seguía sin entender a qué tanto alboroto. Otra de las criadas, de caderas anchas y contextura mediana, avivó el fuego de la chimenea, iluminando la habitación. Así que sí tenían leña.

Me senté, viendo que ellas no parecían prontas a irse. Recordé las historias que solía contar mi madre, sobre hadas que te concedían deseos que siempre conllevaban un precio.

Si no elegías bien tus palabras, las mismas podían condenarte.

──¿Qué se supone que hacen aquí?

Ellas compartieron una mirada cómplice, todavía en la somnoliencia, ellas parecieron el reflejo de esas criaturas.

Ellas compartieron una mirada cómplice, todavía en la somnoliencia, ellas parecieron el reflejo de esas criaturas

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Observé el reloj pasar con más lentitud que un goteo. Era desquiciante.

La habitación que le habían dado al rey Lysander era todo en comparación al lugar donde había estado antes.

Pisos pulidos de mármol y granito, una gran cama con dosel y sábanas perfectamente blancas, escondidas detrás de una fina cortina de encaje.

Las paredes eran de un cobrizo al que habían sacado lustre, con ornamentación, y los muebles eran de madera color ébano, en perfecta armonía con los sillones de terciopelo borgoña.

Cerré el albornoz con más fuerza, el frío era mortal en esa época del año, quise acercarme al hogar pero no quería acomodarme de ninguna forma en esa habitación.

Crucé los brazos sobre mi pecho, intentando en vano resguardar mi desnudez bajo la fina tela de seda.

Recordé las miradas estúpidas de las criadas, como si me estuvieran haciendo una especie de favor, como si el abrirme de piernas para el rey fuera un premio para mí.

Me tensé cuando la puerta chilló, dejando entrar al rey Sinester, enarcó una ceja al verme, pero cerró con discreción tras de sí.

Caminó con lentitud hacia mí, barriendo mi cuerpo con sus ojos negros. Un escepticismo hipócrita.

Iba engalanado en un largo traje negro con sutiles detalles de oro en la pechera y las botas altas de combate, pese a que sabía que ese no era su uniforme de guerra.

──Astra.

Me envaré hacia él con el aire cargado en los pulmones. No estaba segura de qué le diría o haría, así que improvisé, dejando mis cinco dedos marcados en su rostro.

Él se llevó la mano a la mandíbula, conteniendo la bronca que ardía de forma muda en su rostro.

──No pienses ni por un momento que esto era parte del trato ──fulminé con la voz temblando de rabia──. Si quieres divertirte hazlo con alguien más, no soy una imbécil a la que vas a mandar a lustrar y vestir para entretenerte ──Clavé mis ojos en los suyos, hablando entre bocanadas de aire──. No soy una meretriz, ¿bien? No voy a serlo y si eso es lo que necesita, mi señor, bien puede buscarse alguien más.

Estaba dispuesta a irme, todavía temblando por la bronca y el enojo, respirando demasiado rápido y errático, cuando Lysander me detuvo, el pánico me reclamó un momento.

“Eres mi esclava, Astra. Una muy linda sí, pero esclava al fin”.

Una mirada y el rey Lysander soltó mi brazo, pareció cerca a decir algo, se acomodó el pelo hacia atrás y retrocedí, enderezando mi postura.

──Puedo darte un abrigo, no hace falta…

──No necesito nada de vos, alteza ──fulminé, sintiendo cómo se quemaba mi garganta.

El rey cerró los ojos, con hastío y aversión, como si tuviera el derecho.

──Claro.

Me fui dando un portazo, descalza y casi desnuda tuve que caminar hasta mi habitación, me escondí entre las sábanas y ahí los fantasmas volvieron.

En la oscuridad, un rey volvía a llamarme a sus brazos, pero esta vez no era Lysander y no tenía forma de escapar.

En la oscuridad, un rey volvía a llamarme a sus brazos, pero esta vez no era Lysander y no tenía forma de escapar

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Sonata Siniestra©Where stories live. Discover now