Reposabrazos

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Oh, dios, realmente estoy aquí.

Había sido un problema bastante evidente el salir por la puerta trasera de su casa, sin alertar a los vecinos quienes gracias a dios se habían ido de vacaciones temprano ese verano. Hacía calor, pero se había aventurado a usar los pantalones de cuero que habían salido la temporada pasada en Park's, con la cintura un poco más alta de lo habitual. Sus botas nuevas hacían un chirrido que le crispaba los nervios pero no dejaría que arruinaran su noche. Era la tercera vez que intentaba salir, y no iba a arrepentirse.

No, hoy no.

Aun podía sentir el ruido de las cámaras a su alrededor de la pequeña entrevista que había tenido con el presidente esa mañana.

Era de dominio público que sabía hablar más de dos idiomas, que había hecho la carrera de periodismo y que oh, Park Jimin nunca te diría que no a algo. Él simplemente pondría su cara de ángel, sonreiría con los hoyuelos y asentiría con la cabeza.

Patético. Absurdamente patético.

Se hundió en le asiento de su motocicleta, en el estacionamiento de la esquina al cual le hacía constante publicidad con las calcomanías en su chapa y arrancó, arrepintiéndose de haber elegido simplemente una pequeña camiseta blanca y ningún abrigo. La gente joven siempre salía a divertirse con poca ropa, era algo implícito de la noche.

Había memorizado el camino pero nunca había llegado tan lejos ni podido esquivar la prensa en busca de respuestas.

¿Es verdad que donarás los ingresos de la próxima temporada a caridad?

¿Es verdad que apadrinaras un refugio de animales?

¿Aceptaras la propuesta de Kim Hye? ¿Saldrán juntos?

Oh por favor, no.

Jimin no estaba seguro de sentir atracción por su compañera del set de grabación.

Jimin no estaba seguro de sentir atracción alguna, o al menos, nunca se lo había planteado. Había metido su cabeza en sus estudios en cada oportunidad que tuvo, en el trabajo, desde los cuatro años que había sido la cara de una marca de alimentos para niños, luego de una marca de juguetes y luego una empresa de rollers. Park Jimin había sido una cara conocida desde que tenía memoria, desde pequeño siendo el centro de atención, el niño bueno, el diamante de Seúl.

Por poco y su madre no le había mandado al campamento de verano de la iglesia para prestar sus servicios como modelo y darle aún más publicidad a ese nefasto lugar que el rubio tanto odiaba visitar. Se había contagiado una faringitis aguda por lo que había estado ausente ese año pero las cartas no tardaron en llegar a su puerta junto con miles de muestras de empresas farmacéuticas para que Jimin les diera su reseña y su rostro. Jodidamente esperaba tener alguno en el botiquín de su baño porque iba a enfermarse por no tener una camiseta decente.

Quizás podría conseguir hacer una.

Frenó en el giro, dejando descansar un poco el motor y lamentándose también tener que retocar su cabello nuevamente en algún reflejo cuando se quitara el casco. Siempre tan malditamente lacio y buen peinado, su madre le regalaría un litro de gel si supiera que no podía mantenerlo lacio y corto, como buen niño rubio mimado.

Fue en ese momento en el cual escuchó unos gritos provenir de la acera de enfrente, y pudo ver a un niño, un joven, gritando y peleando con su padre el cual claramente le respondía y agitaba los brazos. No le prestó atención a la conversación y se fijó en el joven, de cabello y ropas oscuras, piercings y prendas rotas.

Park sintió algo en la garganta, ¿Cuando había sido la última vez que había discutido con alguien? Probablemente nunca. Su adolescencia había sido en camarines, en institutos de cartón y siendo educado en casa. Misa todos los domingos.

S.S.C.Where stories live. Discover now