CAPÍTULO XV: NO ERES TAN HORRIBLE

117 16 14
                                    

Richard escuchó cada uno de los lamentos de Paul. Permaneció callado y se sentó en el sofá. La mitad de las cosas que le decía eran ininteligibles. Paul lloraba como un bebé. Fumó cigarro tras cigarro y vio cómo Landers se deshacía sobre la alfombra. Le palmeó la espalda con una mano. 

– ¿Qué puedo decirte? – preguntó Richard.

– Algo – contestó Paul –. Lo que sea. 

– Es que ni siquiera te entendí – se disculpó Richard. 

– ¡Estoy enamorado de Huma! – exclamó Paul, golpeándose la cabeza contra el suelo –. ¡Estoy completa y estúpidamente enamorado de Huma! 

– Ah.

– ¿Ah? 

– ¿Eso qué tiene de malo? Debería ser algo bueno, ¿no? – preguntó.

– Obviamente tú no ves el problema aquí porque eres el rey de los estúpidos – dijo Paul, levantándose. Tenía los ojos hinchados y mocos transparentes colgándole de la nariz –, pero esto es un problema porque mi mejor amigo, el hombre que –en teoría – es mi alma gemela, está enamorado de la mujer que amo. Oh... Huma, Huma. No puedo dejar de pensar en ella. 

Richard buscó un pañuelo y a falta de uno tomó un trapo y le limpió la nariz a Paul. Hizo una mueca. Qué consejo podría darle, ¿eh? Lo mejor que podía decirle es que se la ganara primero que Flake o que callara para siempre y viviera infeliz. 

– ¿Qué tal si lo consultas con un volado? – dijo. 

Paul se le quedó viendo como si fuese el sujeto más inteligente de la tierra. 

– Dios... ¿Cómo no lo pensé antes? – se le iluminó el rostro –. ¿Qué mejor que conferirle a una moneda decisiones importantes de mi vida? ¡Eres un genio! – le soltó una bofetada a Kruspe –. ¿Cuántos años crees que tengo? ¿Doce?

Christoph Schneider entonces entró a la casa, usaba esos shorts cortos rojos. Tenía una taza de café en la mano y un cigarrillo en la boca. 

– Perdón que me meta, pero mi adultez se ha visto guiada por un volado – les dijo. 

Del bolsillo de los shorts sacó un franco y se los lanzó. Paul agarró la moneda y con una delicadeza teatral se la entregó a Richard.

– Si es cara te callas para siempre – susurró Richard –, si es cruz le confiesas tu amor a Huma.

– Maldita sea, maldita sea... – murmuró Paul. 

Richard lanzó la moneda. Ambos la vieron girar en el aire, todo fue tan lento. Lentamente doloroso, como cuando te levantabas una costra que todavía no estaba bien seca. Paul rezó, pero no sabía para qué. ¿Callarse o hablar? Era un hombre cobarde, jamás podría hacer ninguna de las dos. Quizá se lo confesaría en una carta o con un mensaje en el cielo. Pero... ¿Y si era callarse? ¿En serio iba a poder enterrar sus sentimientos? Tendría que dejar de verla. 

La moneda cayó al piso. Schneider se abalanzó para ser el primero en verla. 

– ¡Cruz! – se burló –. ¡El hombrecito abrirá el pico! – gritó para volver a salir del apartamento. 

– La moneda habló – Richard se encogió de hombros –. No hay modo de revertir el destino. La suerte ya está echada.

Era una moneda. Una moneda. Podía llevársela y comprarse algo con ella e ignorar el mensaje, pero tampoco podía quedar como un cobarde, no en frente del idiota de Richard Kruspe. 

– Creo que tendré que ser un hombre – dijo, recogiendo la moneda. 

– Es tiempo – segundó Richard y le golpeó el hombro. 

Paul se perdió en los relieves cochinos de la moneda. 

– Quiero que sepas que esto no nos hace amigos – mencionó –, pero muchas gracias... No eres tan horrible como creí. 

Richard le sonrió y le quitó la mano de encima. 

– Bien, creo que voy a hacerle cara al destino. 

Richard lo vio alejarse. Se sintió como un granjero orgulloso de su cosecha. 



Caminó hasta el apartamento de Huma. Las piernas le temblaban. Golpeó la puerta. Sentía que iba a hacerse pis. Tarareaba una canción para tranquilizarse pero nada servía. Pensó en la reacción de Huma, pensó que ella iba a reírse de él, pensó que su mundo se acabaría en caso de rechazo. Ojalá no estuviera, pensó. Sin embargo, sus plegarias no fueron escuchadas. Huma abrió la puerta y apareció frente a él. 

– Hola, te amo – dijo rápidamente. 

– ¿Qué? – preguntó ella, totalmente confundida. 

– Espero tengas un buen día, nos vemos luego – respondió Paul y dio la media vuelta. 

Comenzó a caminar muy rápido. No. Empezó a correr, casi lo atropellaron al cruzar la calle. No quería saber la respuesta, mejor dejaría que el tiempo lo dijera todo. Maldita sea, maldita sea, sabía que una moneda no debía definir su futuro, jamás debió confiar en las palabras de Christoph, después de todo, usaba unos shorts que, cuando se sentaba, se le veían los huevos. 

Huyó hasta el piso que compartían con Flake y se ocultó en el armario. En posición fetal e hiperventilando lo encontró Till Lindemann. Paul echó un grito. 

– ¿Qué haces aquí? – preguntó.

– ¿Qué haces tú aquí? – preguntó Till. 

– Esta es mi casa – le dijo Paul. 

– Pues me parece perfecto, pero... ¿Por qué lloras? 

– No estoy llorando.

– Ajá. 

– Acabo de confesarle mi amor a la mujer más interesante, genial y perfecta de todo Berlín. 

– ¿Claudia Schiffer? 

– La SEGUNDA mujer más genial y perfecta de Berlín – corrigió Paul. 

– ¿Nadja Auermann? 

– Tercera mujer más genial y perfecta de Berlín. 

– ¿Quién? – quiso saber Till. 

– Huma.

HUMA [ Paul Landers ] Where stories live. Discover now