CAPÍTULO IX: PANTALONES

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— Bien, ¿alguien puede pasarle un pantalón? — Christoph miró a cada uno de los presentes y detuvo los ojos en Paul Landers.

— Ah. No, no me mires a mí. Ni siquiera somos la misma talla, el tipo es un gigante — apuntó éste, frunciendo el ceño.

— ¿Y dejarás que alguien se adueñe de su trasero en nuestra estadía? — replicó el de los shorts y las rodillas heridas.

— El único que puede adueñarse de su trasero, AQUÍ — Richard prosiguió, con cómica seriedad —. Eres tú, así que cierra la boca.

Por primera vez, Paul soltó una carcajada, pero, rápidamente supo disimularlo con un tosido.

— Oigan, pero tengo frío — se quejó Oliver Riedel.

Flake, que iba apenas acercándose, saludó con la mano a los prisioneros. Ambos, Landers y Kruspe se le quedaron viendo a los pantalones.

— Christian, pásale tus pantalones al gigante — ordenó el bajito.

— Qué — éste retrocedió —. Pero por qué.

— QUÍTATE LOS PANTALONES AHORA — Paul se abalanzó hacia él y comenzó a aflojarle el cinturón.

— ¡Vamos, hombre, sólo son pantalones! — Richard fue a sujetarlo.

— ¡Pero está lloviendo allá afuera! — gritó mientras pataleaba —. ¡Y hace frío!

La oficial con la que Till estaba coqueteando se asomó, pero fue distraída por el apuesto hombre que tenía en frente.

A todo eso, ¿a dónde se había ido Huma Sierich?

Entre pataletas, forcejeos y risas por parte de los encerrados, pudieron sacarle el pantalón a Flake. Paul lo sacudió, se lo pasó a Oliver y luego se sacó el suéter para que Lorenz se cubriera los calzoncillos blancos.

— ¡Oigan! — Huma apareció, sonriente —. ¡He pagado la fianza!

Se paró en seco al ver que Flake estaba semidesnudo.

— ¿Qué pasó?

— Fui víctima de un robo — contestó el de gafas, apenado.

El oficial encargado de sacarlos se les quedó mirando un rato y masculló:

«Malditos punks maricas»

Metió la llave en la cerradura y al abrir la celda, dos de los cinco encerrados salieron a toda velocidad. Schneider abrazó a Richard, como si no se hubiesen visto en un largo tiempo. Oliver, en cambio, fue a agradecer a la única mujer del grupo.

— Oigan, quedaron libres — mencionó el policía a los tres jóvenes que también robaron la camioneta.

— Shhhhh... Lalo está en trance creativo — dijo un chico de cabello rojo brillante.

— ¿Podemos quedarnos hasta que termine de idear nuestra próxima obra? — la chica le miró suplicante.

— Como quieran... — dijo el oficial, encogiéndose de hombros.

Hubo un largo silencio hasta que Huma se decidió por abrazar a Flake. Paul puso los ojos en blanco.

— Bien, ¿quieren seguir con la fiesta o quieren ir a casa? — preguntó ella.

— Estoy demasiado enojado con este par de imbéciles — Richard les tomó del cuello de la camisa, arrastrándolos consigo.

Finalmente, los siete subieron a la camioneta. Paul apretujado entre Till y Oliver. Flake sentado sobre las rodillas de Huma. Richard cómodo en el asiento del conductor y Christoph estirando las piernas sobre el tablero.

— Fui yo el que dio el dinero para que se robaran tu auto — confesó, removiéndose incómodo.

Kruspe le miró a través del retrovisor.

— No me sorprende — contestó.

— Lo... — sintió ganas de vomitar, no, un malestar peor. Tosió —. Lo... — se tapó la boca con ambas manos —. Lo siento.

Ay, no. Que asco.

— Tranquilo, Paul. Pedir disculpas no es el fin del mundo — Huma le tocó el brazo.

— Está bien, creo que ahora podemos ser amigos, ¿no? — el conductor esbozó una sonrisa.

— Sí, tal vez — «jamás, ni en tus sueños maldito idiota».


Tras diez minutos de camino, el vehículo se detuvo frente a la farmacia; el edificio donde vivía Huma. Ésta abrió la puerta, primero salió Flake, luego ella y finalmente Till, mientras tanto, Paul permaneció sentado.

— ¿Vienes? — la suavidad en la voz de la mujer y sus castaños ojos le provocaron un sentimiento inexplicable. Asintió, sonriendo.

— ¡Adiós, imbéciles! — gritó Christoph —. ¡Gracias Sisi!

Arrancaron a toda velocidad. Huma le pasó una mano por el cabello a Paul, como lo haría una abuela.

Tilly, ¿puedes ir por algo para beber? Dile a Viggo que se lo pago mañana.


Subieron las escaleras, Paul volvió a ver aquel tatuaje de perrito y el nombre de Eka. No iba a preguntar.

Huma abrió la puerta y el departamento ya no estaba tan desordenado como la primera vez.

Flake se tiró sobre el sofá, mientras que Paul se quedó parado en el umbral.

— ¿Te vas a quedar ahí? — Huma se sacó la chaqueta, luego el suéter, quedándose con una camiseta manchada de pintura negra y naranja.

— ¿De dónde sacaste el dinero para..? — quiso saber él.

La mujer tomó un pañuelo de tela para limpiarse el rostro. Se tomó el tiempo para contestar:

— Es un secretito.

— ¿Esperas que te paguen?

— ¿Para qué? Lo hice de buena fe. No siempre hay que esperar algo a cambio — los ojos le quedaron embadurnados de delineador.

— ¿Ves, Paul? — Lorenz se estiró y se cubrió con un saco que encontró tirado por ahí.

— Tú, cállate.

Entonces, Till Lindemann entró con un seis de cervezas. Sólo Sierich y él bebieron, Paul ya no tenía muchas ganas y Christian se durmió. Durante ese rato, Landers se sintió excluido de la conversación y aunque ella intentaba meterlo, simplemente no sucedía. El enano apretaba los labios, sintiendo los celos, quería, demandaba atención de su nueva amiga. Cuando empezó a bostezar, Huma le ofreció irse a dormir a su habitación y él aceptó.

Apenas cerró los ojos, se le quitó el sueño. Miró el reloj, pero este estaba dañado. Un nudo en el estómago, no, más bien un cosquilleo. Se incorporó en la cama, la luz de la luna iluminó la pequeña fotografía de un bebé sostenido por Huma. ¿Ella tenía hijos? La fotografía era en blanco y negro y su cabello estaba sujeto en una cola, usaba un sobrio vestido y la sonrisa en su rostro era diferente a todas las demás, parecía... Triste. Fue a tomar el cuadro, pero apenas lo tocó, la tapa se desprendió, dejando caer la foto. Al recogerla leyó en la parte de atrás:

«Eka, diez meses»

Con que ese era el nombre, ahora entendió el tatuaje, pero aún había muchas partes para completar el rompecabezas que era esa mujer. Colgó de nuevo el marco y pensó en ir a unírseles de nuevo. Abrió la puerta sólo unos centímetros.

— Me dijo que no debería unir mis genes con él — Huma apuntó a Flake, sonriendo —, sino que con alguien guapo, como tú.

Till soltó una risita.

— ¿En serio?

— Seh...

Se miraron por un instante y lo que temió Paul y TAL COMO LAS PELÍCULAS CLICHÉ; se besaron. De pronto, sintió una abrumadora desilusión. Bajó la mirada, conteniendo un decepcionado suspiro y cerró la puerta.



HUMA [ Paul Landers ] Where stories live. Discover now