CAPÍTULO VIII: GENES

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— ¿Vieron algo? — la angustia en la voz de Richard casi hizo que Paul se sintiese mal, pero su orgullo le pesaba, así que no se tentó el corazón. Además, no debía de pensarlo mucho, sólo ver si Christoph Schneider y Oliver Riedel permanecían en la fiesta. En fin, imbécil.

Las manos de Huma Sierich cayeron sobre los firmes hombros del miserable. Dio un masaje para intentar relajarle, pero Richard se retorció. No quería que nadie lo tocara, ahora comenzaría a atravesarse con la ira.

— Di la verdad, ¿viste algo? — preguntó, dirigiéndose a su amiga.

Ella se mantuvo en silencio, una traviesa sonrisa se le alzó en los labios. Alzó las manos por encima de la cabeza, como prueba de su inocencia.

— Puede que sí — ladeó el rostro de derecha a izquierda —, puede que no.

Los azules ojos de Richard se dirigieron a Paul Landers. Éste retrocedió, negando con la cabeza.

— Tú sabes — dijo, apuntándolo. Frunció el ceño, ya muy molesto.

— Vete a la mierda. Guarda esa basura de detective para otra ocasión — contestó.

— ¡Es mi puto carro el que se robaron, cabrón!

En ese instante, Flake Lorenz volvió con un par de bebidas. Miró a cada uno de los tres.

— ¿Qué tal van las cosas? — preguntó el de anteojos.

— Alguien dígame quién se llevó mi maldita camioneta o habrá golpes — advirtió Kruspe.

Paul se le quedó mirando, con desprecio.

— No seas tonto, Reesch. No es difícil saber quién fue — intervino Huma. Como siempre, salvándolo.

El enojo se tambaleó.

— ¿Has visto a Christoph y al gigante por aquí? — ella apuntó la escandalosa casa.

Él se encogió de hombros con una mueca. Ahora se veía traicionado.

Lástima que el enojo se le había bajado, la oportunidad de romperle la cara a ese sonso se esfumó, pensó Paul.

Entonces, Till Lindemann atravesó la puerta. Tenía la piel aperlada de sudor y una expresión preocupada. Apagó el cigarro que tenía entre los dedos y dijo:

— Acaban de llamar — en serio, ¿quién contesta llamadas en plena fiesta? Landers hizo una mueca —. Era Oliver, dijo que están en la comisaría. Se los llevó la policía por manejar ebrios.

— ¿EN MI CAMIONETA? — Richard se puso rojo del coraje.

— Que lleves dinero para sacarla de ahí. Dijeron que pueden esperar unas cuántas noches encerrados.

— Tengo todo, menos dinero — respondió, desesperanzado.

Huma Sierich ahora fue a consolarlo. El joven ya estaba pálido, su guitarra se quedó dentro y tendría una presentación al día siguiente, además, Schneider era su compañero de banda.

— Ya, ya, ya... Lo resolveremos — susurró ella con voz maternal, dando palmaditas en su espalda.

— ¿Cómo carajos? ¿Robaremos un banco?

De pronto, Paul se sintió culpable. Él contribuyó al desastre, mierda. Indeciso, se acercó al triste hombre e imitó lo que Huma hacía.

— Lo resolveremos, sí, claro — dijo.

Flake apresuró una bebida y luego apresuró la otra, arrojó los vasos de plástico y exclamó:

— ¡Vamos a sacar a esos pendejos!



HUMA [ Paul Landers ] Where stories live. Discover now