Capítulo 12

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~«Luego de tantos años de lucha, solo puedo decir: ¡Bute House ahora y siempre!»

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«Luego de tantos años de lucha, solo puedo decir: ¡Bute House ahora y siempre!». (Rhona Greer: discurso nro. 498, 1/1/2022).
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—¡Ha llegado el momento de la definición!

La multitud estalló. Miles de personas palpitaban las finales semanales con la atención puesta en la nueva sensación: Sirhan Bay. Él escuchó a la tribuna corear su nombre sin ritmo ni gracia, esa misma tribuna que se había mostrado tan ruda durante su primera carrera. Sirhan deslizó una sonrisa protocolar que inundó la pantalla y enloqueció a los fanáticos. Las apuestas subían y bajaban sin detenerse, y Sirhan era uno de los favoritos. De Boyd, ni noticias.

—¡Corredores, a sus puestos!

Sirhan volvió a fijar su atención en la carrera. «Que Boyd y sus sorpresas se vayan al carajo», se dijo y se acomodó en el taco. Pero fue inevitable que sus ojos se desviaran una vez más hacia la gran pantalla. Aunque no quisiera reconocerlo, buscaba el nombre de su jefe. «Amigo o enemigo, no dejaré que me toques las pelotas», pensó. «No tropezaré con la misma piedra que Wyatt».

Y la piedra no tardó en aparecer. Cuando el árbitro dio la voz de «En sus marcas», el nombre de Boyd apareció debajo de un joven de nombre y apellido impronunciable. La multitud exclamó con sorpresa: el rubio le daba la espalda a sus corredores por segunda vez en la semana.

KRZYSZTOF WIŚNIEWSKI (3) +3

Boyd B•96.000

Sirhan sonrió y buscó a su rival de soslayo. El Impronunciable estaba tres carriles a la derecha, con una cara de sorpresa y los miembros trémulos. «Besarás el asfalto», le prometió Sirhan; ahora, su carrera era ahora contra Boyd. Sirhan atrajo el taco con un sutil movimiento de pies y no perdió de vista al árbitro y su revólver. Ganaría a toda costa.

—¡Listos! ¡Fuera!

Sirhan salió disparado ni bien el árbitro apretó el gatillo. Aunque su partida fue fenomenal, tres muchachos que habían salido milésimas antes tomaron la delantera y se convirtieron en los favoritos. Del Impronunciable, ni noticias. «Seguro se quedó embobado con la pantalla», pensó Sirhan, con sorna.

Los primeros gritos no tardaron en aparecer. Un muchacho cayó y se partió el codo en dos, y sus gritos de dolor atravesaron el estadio. Luego vinieron la sangre, las exclamaciones de la multitud y los insultos de los apostadores. Quedaban siete.

Sirhan aprovechó la distracción general para recuperar el tiempo perdido: estaba en quinta posición y los demás le sacaban una ventaja considerable. Avanzó a toda velocidad, apoyado por la multitud, y se acercó a los demás. De pronto, el líder se estampó contra el cemento gracias a la gentileza de su vecino de carril.

—Uno menos —dijo Sirhan—. Quedan tres.

Avanzó hasta convertirse en la sombra de un joven bajito, rechoncho y feo y se dispuso a liquidarlo. Estiró la pierna e intentó darle una zancadilla, pero el otro logró librarse a tiempo y le regresó la gentileza. Sirhan no lo vio venir y tropezó. Sus manos se quemaron con el cemento y apenas pudo abortar un grito de dolor. El otro sonrió con malicia y se apresuró a ganar posiciones.

Sin retorno © [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora