Carta II

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2 de noviembre de 2000

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2 de noviembre de 2000

Querido nadie:

Durante gran parte de mi infancia me obsesioné con los koalas. Mis padres me compraban camisetas con dibujos de koalas, koalas de peluche, mochilas con más dibujos de koalas. Por eso, a los once años, me engañaron diciéndome que me regalarían un koala, lo que en realidad resultó ser una border collie a la que llamaron Koala.

Con trece años recibí mi último regalo con un dibujo de un koala: un termo. Yo le dije a mi madre que ya no era una niña para que me regalara cosas con dibujos tan infantiles.

Utilicé ese mismo termo con infusiones contraindicadas para el embarazo, con efectos abortivos. Comencé probando con infusiones fuertes de perejil, fácil de conseguir, y seguí con menta poleo.

Al final, me pilló. Mi madre encontró el termo medio vacío en mi habitación, fue a lavarlo y se dio cuenta de que olía raro. Después de un interrogatorio agresivo, le acabé contando que no era nada, que me gustaba tomar té de menta.

Mi madre debió de investigar por su cuenta, porque acabó descubriendo que lo que estaba tomando era peligroso, si no mortal, para el feto.

Estuvo dándome la charla toda la tarde, recordándome lo horrible que era lo que había hecho, y diciéndome que si no lo perdía (Dios no lo quisiera), probablemente daría a luz a un niño con problemas. Ahora me doy cuenta de que fui una estúpida, puesto que tendría que haber tomado una planta con la que no corriera el riesgo de tener un niño tonto.

Todo hubiera sido más sencillo si Gerard o yo hubiésemos conseguido el misotroprol, que en principio se usa para el tratamiento de las úlceras gástricas y duodenales. Fuimos cada uno a una farmacia diferente diciendo que necesitábamos las pastillas para nuestra abuela, que se nos había olvidado la receta y luego se la llevaríamos. No funcionó, y Gerard también me confesó asustado que le preocupaba que pudiera salir mal, que había escuchado historias de chicas que lo habían pasado fatal abortando en clandestinidad y que es algo que se tenía que hacer bajo la supervisión de un médico. La posibilidad de fugarnos a otro país para abortar había quedado ya muy lejos. Me llegué a imaginar los carteles de desaparecida y las acusaciones de secuestro a Gerard, casi como si fuera una película. Me imaginé la cantidad de versiones que contaría la gente: mis padres, que me había secuestrado para abortar; Josep, que mis padres me querían obligar tener un hijo; mis amigas, que había huído con mi novio; mis profesores, que era una chica demasiado buena para hacer algo así; la gente, que ya tenía dieciséis años, que sabía perfectamente lo que estaba haciendo.

Así que por tu bien y por el mío, por favor, no nazcas.

Lina.

Al otro lado del silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora