Séptimo compás

607 59 154
                                    

Siempre había sentido cierto alivio cuando dejaba a Marina en el colegio, con su padre o con María Jesús

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Siempre había sentido cierto alivio cuando dejaba a Marina en el colegio, con su padre o con María Jesús. Hasta que Gerard me regaló un móvil. Un Motorola V600. Me costó acostumbrarme a su tono de llamada, siempre me sobresaltaba. Mi cuerpo se ponía alerta y el miedo me absorbía reduciéndome a un solo pensamiento: le ha pasado algo a Marina.

En cuanto empezó el colegio, su sistema inmunológico fue puesto a prueba. Cada vez temía más esa llamada a media mañana. "Marina tiene mucha fiebre", "Marina se ha desmayado", "Marina no come nada".

Faltaba semanas enteras, coleccionaba enfermedades. Me pasaba días enteros bajándole la fiebre, medicándola, intentando que comiera algo, incluso había conseguido tocar el piano para ella. La música la animaba. También me templaba a mí. Aunque Marina pudiera agotarme con su batería infinita, sus correteos constantes y su mano demasiado larga, sufría cuando lo pasaba tan mal. Los médicos, enfermeros o cualquier persona de mi entorno me hacían dudar de mi capacidad para decidir si Marina se estaba recuperando o no. "Es que las madres primerizas os preocupáis demasiado", "No tiene nada grave, con esto se mejorará", "Si yo fuera tú la habría llevado corriendo al hospital", "¿Por qué has tardado tanto en traerla?". Nunca sabía si me preocupaba en exceso o no estaba prestando la atención suficiente, me llegaban mensajes contradictorios todo el tiempo.

Los ensayos con Uri y el resto del grupo se veían interrumpidos por mis urgencias familiares. Ni siquiera me inventaba una excusa, solo me marchaba. Marina seguía siendo mi secreto más vergonzoso. Una vez ocupó todas las habitaciones de mi vida, me vi en la necesidad de separar mis mundos. De crear un espacio sin ella. Sin mi rol de madre. Mi búnker. Una línea temporal alternativa donde todo lo demás no existía. Era como coger una fruta demasiado madura y separar los trozos podridos. Como quitarle al plátano las partes amoratadas. Hacía una incisión casi de cirujana. Esa era la vida que habría llevado de no nacer Marina. Si me ponía a pensarlo me avergonzaba mi inmadurez, pero cuando no lo hacía, me sentía bien, relajada, encarrilada de nuevo. Y entonces el móvil sonaba y se borraba la línea que había trazado con tizas. Era una salamandra empeñada en amputarse una pata.

Uri pensaba que Gerard era un maniático celoso obsesionado con dónde me encontraba en todo momento o que tenía que acudir a él si me lo dictaba. No se lo negaba tampoco, así que era mi culpa de que se creara esa imagen tan errada de mi esposo. Que le hubiera contado que se había vuelto muy distante conmigo desde la noche que me dijo que no volviera más, no contribuía a mejorarlo. Uri sabía muchas cosas, demasiadas. Por poco no sabía lo de Lisa. En esos meses se había convertido en uno de mis mejores amigos. Me desahogaba más con él que con la terapeuta. Y cada vez que lo hacía sentía que traicionaba la confianza de Gerard.

Uri había llegado a la conclusión de que tenía que terminar con "esto", por el bien de todos. Pero nunca había tenido demasiado en cuenta su opinión. Lo que tenía con Gerard era algo que nadie más podía entender. Ganarme su perdón se había convertido en uno de mis propósitos diarios. Me aterraba la idea de vivir sin él.

Has llegado al final de las partes publicadas.

⏰ Última actualización: Oct 28, 2023 ⏰

¡Añade esta historia a tu biblioteca para recibir notificaciones sobre nuevas partes!

Al otro lado del silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora