Carta VII

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Querido nadie:

Tengo que hacer una confesión. En realidad, si releo las cartas me doy cuenta de que son todo confesiones. Me dan ganas de romperlas todas. Las conservo como una forma de absolución, de aceptar que he hecho cosas que me disgustan, que aprendo de ellas, que ya no me avergüenzan, que he mejorado y ya no soy la misma persona. Temo decir que no lo estoy logrando.

Es gracioso porque antes solo me confesaba ante el cura. Por supuesto eran confesiones vagas y superfluas y lo hacía porque era el ejercicio de catequesis. Padre, he pecado, he mentido, he sentido envidia, he tenido celos... Nadie habla de las cosas feas, solo de los pecados normalizados y siempre y cuando no sean demasiado graves. Padre, ayer pensé qué pasaría si empujaba a mi madre por la escalera. ¿Me absolverías? Quizá sí, solo lo pensé. ¿Cómo evitarías que volviera a pensarlo? ¿Rezando unos padrenuestros y unos avemarías? Así es como lo solucionáis todo.

Esta confesión nunca me habría atrevido hacérsela a un cura, pero sí a ti. Una vez cuando era pequeña vi a dos mujeres besándose y lo que mejor recuerdo es la expresión desdeñosa de mis padres, y cómo tiraron de mí para que mirara hacia otra parte. Tenía que admitir que me resultó extraño. ¿Por qué se están besando dos mujeres? ¿O en realidad una de ellas es hombre pero parece mujer? Cuando era pequeña, como no tenía Kens siempre jugaba a que mis Barbies y las de María se besaban, pero nunca me pareció algo extraño ni me hice preguntas hasta que las vi a ellas.

Siempre me he sentido incómoda con algunos de mis pensamientos, cuando miraba de más al escote de una chica, cuando alguna de mis amigas quería que entrara al baño con ella y yo tenía que esperar mirando hacia otra parte o cuando la propia María a veces se cambiaba delante de mí. Ella misma me decía: ¡pero que tenemos lo mismo! No hay nada que no tengas que no haya visto ya. Ese "compañerismo" e intimidad femenina me avergonzaba. Con el embarazo me pasa algo parecido.

Y luego estaban esos libros que a veces leía (y leo). Recuerdo uno en especial de dos chicas tan parecidas la una a la otra que se enamoraban, y luego tenían sexo. Y a mí... me excitaba. Imagínate decirle al cura: Padre, he pecado, soy una pervertida que lee novelas de lesbianas y se excita con ellas.

Además, en mi instituto hay una chica que lo es, y me daba pena ver cómo se metían con ella. Supongo que yo podría haber hecho algo, defenderla o darle mi apoyo. Pero nunca he sido muy valiente, seguramente me habrían señalado a mí también. Y entendí su dolor cuando empezaron a hablar sobre mí y mi embarazo. Casi siempre he sido una observadora silenciosa, no el objeto del que todos hablan.

El caso es que estoy muy confusa, he tenido demasiado tiempo para darle vueltas. No sé qué pensar. ¿Recuerdas la carta que te escribí sobre cómo nos conocimos Gerard y yo? ¿De ese beso que no nos dimos? ¿Y del que nos dimos después cuando yo ya estaba lo suficientemente segura? Si le preguntas a Gerard te dirá que el primer beso de tu madre fue él, pero si me preguntas a mí sabrás que lleva el nombre de María.

Sucedió al día siguiente de la cita con Gerard, María nos invitó a Sonia y a mí a dormir a su casa. De vez en cuando sus padres se marchaban de escapada romántica y confiaban en ella. Al final solo fui yo porque Sonia se encontraba mal.

No hacía mucho que habíamos empezado a probar el alcohol, sus padres tenían un montón de vinos que les regalaban de las cestas de Navidad y nunca bebían. No notarán la diferencia si hay una botella menos, decía María. Así que nos preparamos unas patatas al horno con bacon y varios quesos y abrimos una botella. Nos la servíamos en copas y la degustábamos como auténticas catadoras de vino:

Cosecha del sesenta y seis, buenísima, Marianne.

En realidad no nos gustaba demasiado el vino, era amargo y no sabíamos diferenciar una botella de otra. Lo que nos gustaba era la sensación de relajación, nos despojaba de la vergüenza, nos catapultaba hacia esas palabras que callábamos y nos las arrancaba desde lo más profundo de la garganta. Lina, tú siempre has sido más amiga mía que Sonia.

Al otro lado del silencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora