XI

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¿Qué carajos hacían los aurores del Ministerio en la puerta del cuarto donde se suponía que estaba Ethan?

Si era el mal escenario que su mente estaba planeando, de verdad, ella no sabía qué era lo que iba a hacer con su vida de allí en adelante.

Caminó con pasos temblorosos a los hombres, mientras que ellos ni siquiera se inmutaron hasta que la vieron acercarse hacia la puerta. Colocaron la mano en el bolsillo donde llevaban la varita, lo que le dio a Pansy la señal de comenzar a hablar antes de que la sacaran de allí a base de maldiciones.

—Disculpen, ¿se encuentra en esta habitación Ethan Parkinson?

—Depende de quién pregunte —murmuró una voz que se le hizo conocida a la chica, pero no mencionó nada—. ¿Quién es usted?

—Pansy Parkinson —habló, con los vellos de punta—. La hermana de Ethan.

—¿No debería estar en el instituto, Señorita Parkinson?

—No podré dormir en paz si no sé si él se encuentra bien —murmuró—. Debía venir, y me da nervios el hecho de que ustedes estén justo en la puerta impidiéndome el paso.

—Sus padres están adentro, señorita Parkinson. A pesar de todo, tienen el derecho de verlo una última vez; esto es dicho por el Ministro. Es nuestro deber estar cuidando la puerta, aparte de cuidarla de periodistas que quieran investigar sobre la situación de su hermano.

Pero Pansy dejó de escuchar cuando notó a sus padres borrosamente mediante el cristal. Sabía que ellos no estaban ahí para nada bueno, por lo tanto, el miedo en su sangre aumentó y quiso derribar la puerta a la fuerza.

—¡Le van a matar! ¡Si no lo lograron matar antes, lo harán ahora! —gritó, intentando sobrepasar a los aurores. Uno de ellos la sostuvo por los brazos y la arrastró hacia atrás, mientras que el que había hablado con ella, tenía curiosidad acerca de lo que gritaba la chica. Entreabrió la puerta y asomó su ojo por allí, viendo cómo la mujer estaba a punto de desconectar el cable de suero al que estaba conectado Ethan.

Todo sucedió demasiado rápido.

James lanzó un hechizo a la mujer, para que se quedase paralizada. Peter saltó, con la varita de la enfermera en mano y lanzando maldiciones a diestra y siniestra. Una le dio directo en el pecho a un auror, pero al jefe no le podía importar menos.

Estuvieron así unos largos minutos, hasta que Pansy logró zafarse del agarre que el auror imponía sobre ella y se adentró a lugar. El jefe de aurores intentó que se fuera, haciéndole señas, pero en la mente de la azabache solo se marcaba una respuesta: ella era la única que conocía el punto débil de Peter.

Tomó valentía y se plantó frente a él, convirtiendo su mirada en una fría y siniestra, como si no tuviese miedo a lo que pudiese suceder.

Y la verdad era que no lo tenía. Ella daría lo que fuera por Ethan, y si el precio de la vida del menor era la suya, ella estaba dispuesta a pagarlo.

—Es tan triste... —comenzó el hombre—. Que mi propia hija esté en mi contra.

—¿Hija? —soltó una risa irónica—. Oh, Peter, dejé de ser tu hija hace unos buenos años, deja de joder.

—Viviste bajo mi techo, te alimenté, te di todo lo que llegaste a necesitar alguna vez, ¿y esta es tu manera de agradecerme?

—Oh, claro, porque haber cumplido tu deber como padre es un gran apoyo.

—No entiendo, ¿qué estás haciendo? ¿Ayudando a los aurores? Creí haberte enseñado mejor, a decir verdad. Soy imparable, Pansy, y unos cinco o seis aurores no van a detenerme.

Maldito Veritaserum; Pansmione.Where stories live. Discover now