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Desde ese día en las mazmorras, Pansy solo veía a lo lejos la melena de Hermione en clases o cuando la veía con Ronald Weasley y Harry Potter. Siempre que intentaba acercársele ella desaparecía repentinamente, sin molestarse en disimular el hecho de que no quería verla. No sabía si era por vergüenza, si se arrepentía de lo que había pasado esa noche o si directamente necesitaba tiempo para analizarlo en solitario.

Con la mayor de las esperanzas, Pansy dejó que pasaran unos días, pensando que quizá un día de esos, la castaña la pillaría desprevenida y la buscaría para decirle todo lo que sentía. De hecho, se quedaba horas extras en la biblioteca solo haciendo rayones en pequeños trozos de pergamino desgarrado, por si en algún punto de la tarde el verde esmeralda se mezclaba con el marrón chocolate, pero Granger no tenía la más mínima intención de notar la existencia de Pansy.

Y eso no le fue un problema tan grande sino hasta el día que la vio entrar al gran comedor con una sonrisa radiante. Se veía preciosa, con su melena desastrosa hecha una coleta y planchada hacia atrás, pero su belleza no fue lo que la hizo romper una de las páginas del libro de Encantamientos que tenía sobre las piernas para estudiar.

Fue el agarre de manos que tenía con la persona que iba a su lado, Ronald Weasley.

Pansy apretó con todas sus fuerzas el papel de la página que acababa de arrancar mientras veía por la colilla del ojo a Blaise toser, pero su sentido del oído se vio opacado. Solo escuchaba un pitido ensordecedor y sus ojos escrutaron con la mirada las dos manos que estaban entrelazadas. La mano de Ronald era grande, venosa y sus dedos eran gruesos, mientras que la de Hermione era delicada, delgada y suave, se podía notar desde la distancia.

Y en ese momento, odió con todas sus fuerzas al pelirrojo que estaba de pie allí. Odió con todas sus fuerzas el encuentro que tuvo lugar en las mazmorras, odió el haberlo disfrutado, pero principalmente, odió el no ser ella quien pudiese entrelazar sus dedos con los de la ojimarrón.

—Al parecer, hay dos descalificados en la apuesta —señaló Millicent intentando romper el silencio, sacando a Pansy de su ensoñación.

La morena no respondió. Ni siquiera fue capaz de mirar a nadie, a pesar de tener la mirada fija de Daphne, Draco y Theodore sobre ella. Dejó caer cuidadosamente el tenedor sobre la mesa y se levantó de un salto. Millicent esperaba que le gritara, o que lanzara un hechizo en dirección a cualquier gryffindor, pero ninguna de las dos salió.

La chica dejó el libro de encantamientos junto con la página arrancada en la mesa del comedor y tomó su varita, caminando a paso rápido en dirección a la salida. Se sentía humillada, avergonzada, furiosa, estresada, triste. Era un remolino de emociones tan mezcladas la una con la otra que no definió absolutamente nada en ese momento, solo sabía que si nadie la detenía, al día siguiente mandaría todo al diablo y ahorcaría a Ronald Weasley con sus propias manos.

Sintió unos pares de ojos perseguirla hasta que salió por completo del salón, pero no podía importarle menos. En esos momentos estaba clara de lo que iba a hacer, y sabía que no la iban a ver en clases al menos durante un rato.

No supo en qué momento se distrajo tanto con sus propios pensamientos que terminó en el Campo de Quidditch más rápido de lo que había planeado. Inspiró con fuerza y se dirigió al armario de escobas, sin interesarle mucho cuál iba a tomar o si algún profesor se acercaba a echarle la bronca. Simplemente necesitaba respirar.

Sacó la primera que vio y corrió hacia afuera, levantando la escoba en el aire y montándola, sintiendo la adrenalina y el vértigo recorrer cada fibra de su cuerpo. Inspiró y se elevó cada vez más, pero sin llegar ni cerca de las nubes. Al estar en ese punto, comenzó a dar vueltas en círculos alrededor del campo por unos segundos, dándose tiempo a sí misma de adaptarse al cambio de aire.

Maldito Veritaserum; Pansmione.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora