Treinta y dos

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Bee

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Bee

«Hola!! Felicidades por el concierto, vi que sí cantaste la canción, me alegra mucho. Sé que te estoy escribiendo de nuevo, pero no puedo evitarlo. Me mencionaste? Creo que me agradeciste por una canción???» 23:16

«Pero dijiste que era una seguidora... Tal vez no era yo» 23:16

«Perdón por molestar» 23:16

Suspiré y decidí irme a dormir luego de leer el mensaje.

Poco después, el aplauso de los demás pasajeros me despertó del reciente sueño en el que había caído. Abrí los ojos de forma suave para acostumbrarme a la luz y bostecé.

Aterrizamos.

—Buenos días —dijo Chase, le contagié el bostezo.

—Buenos días —repetí nada feliz, no solo habíamos tenido un retraso en el vuelo, sino que dormí en el peor asiento de todos y el cuello me dolía mucho. Ni siquiera entendía cómo era eso posible si estábamos en primera clase. Tal vez solo era yo con mi malhumor—. Solo quiero llegar a mi casa y no salir de ahí por toda la semana. Odio todo —susurré mirando la parte de atrás del reposacabezas de la persona que estaba frente a mí, solo sabía que era un señor sin cabello, porque era lo único que había visto en todo el vuelo antes de caer en los brazos de Morfeo.

—Vámonos, gruñón —sonrió un poco y me estiró la mano para ponerme en pie. Suspiré y la tomé para levantarme y caminar junto a él hacia la salida.

Agradecí al cielo que todo el proceso para llegar hasta la puerta de salida del aeropuerto, fuese rápido. Las maletas salieron a tiempo, completas y sin problema alguno. Así que no nos tomó tanto tiempo encontrar al conductor —contratado por la disquera—, que nos llevaría hasta mi hogar.

Íbamos vestidos de tal forma que nadie se dio cuenta de mi presencia, agradecía al frío por toda la ropa que llevaba encima.

Nos quedaban un par de horas de viaje fuera de la ciudad, para así llegar al pueblo donde nací. Así que en cuanto subimos al auto, supe que ya no debía preocuparme por nada.

El pueblo de Glasswood tenía casi 10000 habitantes y otro estilo de vida distinto al que tenían las grandes ciudades de aquel vasto país que me vio nacer.

Transcurrió el tiempo, y la carretera se hacía cada vez menos concurrida, veía más árboles y el cielo se veía más azul.

No pude evitar sonreír al ver cada rincón de mi pueblo.

Sonreí al ver el edificio municipal, la estación de tren, la biblioteca, la comisaría y la pequeña tienda de comercio del viejo Alan Conway.

Pegué mi rostro a la ventana al notar que la barbería de Blake Conway no se encontraba en su lugar, quise preguntar, pero el conductor no sabía nada y Chase estaba concentrado en ver todo lo que pasaba por su lado de la ventana. Parecía un pequeño niño que jamás había estado en un lugar así.

Luces, música y acciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora