LA REDADA

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Se arrastraron hasta el punto de parada, un pequeña lengua de tierra a unos cientos de pies de las paredes del Palacio. Se acurrucaron alrededor de Rangi y vieron desaparecer el incienso entre sus dedos, las últimas brasas de luz iluminando sus caras pintadas, Kyoshi miró al grupo, sus facciones apagadas o exageradas por trazos de rojo sobre blanco, incluso Rangi y Lao Ge se habían pintado los colores. Las marcas los mantenían unidos.

El incienso se desmoronó hacia donde Rangi ya quien no pudo sostenerlo, —Ve–, susurró ella.

Lek camino sobre polvo hasta la cima de la roca detrás de la cual se escondían. Tomó su manga y se la puso sobre el hombro, dejando al descubierto un brazo largo y fornido envuelto en más delgadas correas de cuero de las que Kyoshi había pensado anteriormente.

Él sacudió el codo hacia adelante y las ataduras se soltaron, revelando el bolsillo de una honda.

Rangi, Kirima y Wong salieron corriendo hacia el palacio.

Sin frenar su movimiento, Lek pateó una bala de piedra del tamaño de un puño en el aire y atrapó en el bolsillo de la honda, el proyectil silbó con velocidad mientras giraba alrededor de su cabeza, acelerado con control. Mientras se paraba a horcajadas sobre la roca, las piernas apoyándose contra el poderoso impulso de la bala, su rostro tranquilo por la concentración, se veía mucho mayor para Kyoshi. Menos niño y más un hombre joven en su elemento.

Él dejó volar la piedra. Kyoshi apenas podía ver al guardia en el techo al que apuntaba y habría adivinado que tal objetivo era demasiado poco práctico para alcanzarlo, pero los talentos de Lek: físico, control ó ambos, creó un pequeño sonido de tintineo en la distancia. La borrosa forma que era el guardia se perdió de vista. Lek ya estaba terminando su siguiente disparo antes de que aterrizara el primero. Rangi y los otros cerraron la brecha estaban a poca distancia de los guardias. Él soltó la segunda piedra.

Pero justo cuando soltó el cabestrillo, un cuerno sonó en el silencio de la noche. Había venido del sur. Las fuerzas de los Daofeis habían decidido anunciar su presencia.

El repentino ruido movió el tiro de Lek, quien maldijo e inmediatamente extendió las manos una postura de control. Kyoshi observó con incredulidad mientras aplicaba algún tipo de presión invisible a la piedra voladora. Ella no pudo ver ninguno de los resultados, pero por la forma en que dejó escapar un suspiro de alivio cuando se escuchó otro tintineo, el disparo había acertado. Había sucedido en un instante. Su control de distancia tenía que estar a la par con el de Yun, quizás mejor.

–¡Vete!–Lek le gritó a Kyoshi, sin interesarse por su admiración,—¡Mok y esos idiotas han reventado nuestra tapadera! ¡Váyanse!

Kyoshi y Lao Ge comenzaron a llevar a cabo su parte del plan. Corrieron hacia abajo la ladera hacia los campos del sur del palacio. Por el rabillo del ojo, vio tres figuras que se elevaban en el aire para saltar sobre la pared este, una de ellas con un centelleo en los pies como si estuviera pisando la luz de las estrellas.

La llanura frente a la puerta principal se llenó de espadachines cargando en el complejo. Como Rangi había predicho, los primeros puestos no eran más que forraje para los Maestros Tierra Control de Te escondidos, que carecían de la precisión de Lek pero no la necesitaban. Las primeras piedras se arquearon en el aire en la dirección del palacio, pulverizando a los acólitos desprotegidos de Kang Shen.

Los misiles rebotaron más lejos, esculpiendo franjas a través de los Daofeis detrás de ellos. Gritos de dolor y de ira llenaban el aire.

Los forajidos ignoraron sus bajas y aumentaron la velocidad. Kyoshi y Lao Ge fueron guiados hacia el campo de exterminio entre ellos y el palacio.

El Ascenso de Kyoshi [EN EDICIÓN]Onde histórias criam vida. Descubra agora