EL ACUERDO

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Kyoshi dormía mal, inquieta durante la noche por lo que el viejo había dicho, por su secreto, primero Tagaka y ahora Lao Ge. Si cada persona mayor pudiera mirarla a los ojos y deducir que tenía un poder inusual, o que era el Avatar, entonces estaría en problemas, porque los únicos maestros de los que podría aprender serían bebés como Lek.

Un dedo golpeándola en las costillas la despertó, arañó la superficie dura debajo de ella, la suciedad llenó sus dedos en lugar de sus sábanas, se encontró extrañando su cama.

–Levántate,– Ordenó Rangi. El sol aún no había salido, y el fuego todavía tenía algunas brasas rojas brillando en él. Lao Ge no se veía por ninguna parte, y los demás estaban absortos en un concurso de ronquidos a tres bandas. La luz gris anterior al amanecer hizo que la orilla del río polvoriento pareciera haber sido tratada con lejía, robada de color y vitalidad.

Kyoshi se puso de pie tambaleándose, durante su movimiento en la noche, la buena manta se había caído al suelo. —¿Qué-qué?—

Rangi la empujó a lo largo del banco, en la dirección opuesta que había tomado la noche anterior. —¿Querías entrenamiento? Bueno, tendrás entrenamiento, empezando hoy y ahora.–

Caminaron. Kyoshi se sentía como una prisionera mientras Rangi la empujaba bruscamente de vez en cuando por no moverse lo suficientemente rápido. Pusieron cierta distancia entre ellas y el campamento, pero mucho menos de lo que Kyoshi pensó que lo harían cuando Rangi le ordenara que se detuviera.

Una serie de montículos cubiertos de hierba las protegía de la vista de los demás, pero las pequeñas colinas no eran muy altas. —Veamos tu postura de caballo,— dijo Rangi. –No vamos a pasar por alto los conceptos básicos que él tierra control tiene en común con él fuego control.–

–¿Haremos fuego control? ¿Aquí?– Cualquiera que viniera a buscarlas ciertamente verificaría este lugar. Habían dejado a Pengpeng sola con criminales que la codiciaban.

–Repasaremos lo básico, no haremos fuego,– le respondió Rangi. —Dudo que necesites mucha instrucción matizada y de alto nivel en este momento. ¿Puedes incluso mantener una postura de control profunda durante diez minutos?–

–¡¿Diez minutos?!– Kyoshi había escuchado que cinco era un objetivo admirable, uno que nunca alcanzaría.

Hubo una pizca de sonrisa en los labios de Rangi. —Postura de caballo, ¡ahora! No le digo cosas a mis alumnos dos veces.–

•°•

Tres minutos después, y Kyoshi ya sabía de qué se trataba el castigo; el ardor en los muslos y la espalda, el dolor en las rodillas era una retribución por no contarle todo a Rangi.

–Mira, lo siento,– dijo.

Rangi apoyó su codo en su otra mano y examinó sus uñas. —Se te permite hablar una vez que tus caderas estén paralelas.–

Kyoshi maldijo y reajustó sus huesos. Esto tenía que ser un ejercicio destinado a personas de baja estatura. —Debería haberte dicho que mi madre era una Maestra Aire, no pensé que fuera relevante.–

Rangi pareció satisfecha con la disculpa, o la cantidad de dolor que le estaba infligiendo a Kyoshi.

–¡Es relevante!,– contestó ella. –¡Los Nómadas Aire no son forajidos! Esto es como descubrir que tenías una segunda cabeza escondida debajo de tu túnica todo el tiempo.–

Quizás satisfacer la curiosidad de Rangi la sacaría de la postura de caballo anticipadamente. —Mi madre era una monja nacida en el Templo Aire del Este,— dijo Kyoshi. —No sé mucho acerca de sus primeros años, aparte de que se convirtió en maestra a una edad temprana y que fue muy respetada.–

El Ascenso de Kyoshi [EN EDICIÓN]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora