EL ICEBERG

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La pesadilla de Kyoshi olía como a bisonte mojado.

Estaba lloviendo, y el fardo de carga envuelto en yute salpicaba de barro a su alrededor, como si hubieran caído desde grandes alturas, como si fuese parte de la tormenta.

Ya no importaba lo que había en ellos.

Un relámpago revelo figuras encapuchadas que se cernían sobre ella. Sus caras estaban oscurecidas por mascaras de aguas corriendo por sus rostros.

–¡Los odio!– grito Kyoshi. –¡Los odiare hasta que muera. Nunca los perdonare!–

Dos manos se estrecharon, se realizó un trato, uno que sería violado en el instante en que se convirtiera un inconveniente mantenerlo. Algo húmedo y sin vida la golpeo en las espinillas, papeles sellados en hule.

¡Kyoshi!–

Se despertó sobresaltada y estuvo a punto de caer por el costado de la silla de Pengpeng. Se agarró de la barandilla, con el borde presionando su estómago, y miro el azul rugiente debajo de ellos. Era una larga caída hasta el océano.

No era lluvia en su rostro sino sudor. Vio una gota caer de su barbilla y caer en la nada antes de que alguien la agarrara por los hombros y tirara de su espalda.

Cayó encima de Yun y Rangi aplastándolos.

–¡No nos asustes así!– grito Yun en su oído.

–¿Qué pasó?– dijo Kelsang, intentando cambiarse al asiento del conductor sin interferir con las riendas. Sus piernas estaban sentadas a horcajadas sobre el cuello gigantesco de Pengpeng, lo que le dificultaba ver detrás de sí mismo.

–Nada, Maestro Kelsang,– se quejó Rangi, –Kyoshi tuvo un mal sueño, es todo.–

Kelsang parecía escéptico, pero siguió volando hacia adelante. –Bueno, bien entonces, pero tengan cuidado y no peleen. No queremos que nadie salga herido antes de llegar allí. Jianzhu pondría mi cabeza en un plato.–

Le dio a Kyoshi una mirada extra de preocupación. Fue tomado por sorpresa por la repentina misión de Yun, y su acuerdo de acompañarlo había amplificado la tensión. Esta firma del tratado era demasiado importante para poner en duda que Yun era el Avatar ahora. Hasta que terminara, Kelsang tendría que ayudarla a cargar con el peso de su secreto, su mentira por omisión.

Debajo de ellos, en la superficie del agua, apenas detrás, estaba el barco transportando al maestro de tierra control de Yun, así como a Hei-Ran y el pequeño contingente de guardias armados. Ayudado por el impulso ocasional del viento que Kelsang generaba con un torbellino de sus brazos, la magnífica nave seguía el ritmo de Pengpeng con sus velas llenas e hinchadas.

El bisonte de Kelsang estaba seco y bien arreglado para la ocasión, su pelaje blanco tan esponjoso como una nube debajo de su elegante silla de montar, pero la fuerte brisa salina todavía llevaba su toque en el olor de la bestia.

"Eso debe ser lo que olí en mi sueño." Había pasado mucho tiempo desde que Kelsang la había llevado a dar un paseo, y el ambiente desconocido le sacudió la mente dormida.

El gran animal de seis patas estiro las fauces y bostezo como si estuviera de acuerdo con ella.

Y hablando de vestirse, Jianzhu le había dado a Kyoshi un atuendo mucho más allá de su posición social que casi había estallado en urticaria cuando la vio.

Había pensado que la blusa de verde pálido y las polainas de seda habrían sido suficientes, pero luego los encargados de vestuario trajeron dos faldas plisadas diferentes, una chaqueta que la envolvía hasta los hombros y una amplia faja con costuras tan exquisitas que debería haber sido colocadas en una pared en lugar de ser atada a su cintura.

El Ascenso de Kyoshi [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now