86. Que me pruebe lo que quiera

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¿Qué será lo que pretende este hombre?

—No estoy incómoda —señalo apresurada, intentando parecer segura sin que mi voz se trabe—. Me tomaste por sorpresa, eso es todo. Igual lo haremos con lo que llevamos puesto, ¿no, lindo?

—Claro, bonita —afirma, sonriendo con sinceridad.

Asiento para hacerle ver que estoy de acuerdo y lo sigo, luego dejar los celulares sobre la cómoda y de tomar mis implementos de aseo y las sandalias igual que él, que también coge dos toallas limpias de un cajón y el resto de su ropa.

Liam saca un jabón nuevo de la gabeta del lavabo y abre la ducha del cubículo de paredes transparentes para regular la temperatura. Ingreso antes que él con el bañador aún puesto y lo examino en silencio. Hay espacio para cuatro personas en este lugar.

—¿Estás bien? —pregunta al entrar, cerrando la puerta corrediza detrás.

—Estoy más que bien —confirmo, mientras me meto debajo de la regadera, esa que deja caer la lluvia artificial con abundancia, pero en delicadas y finas gotas—. ¿Hace cuánto tiempo planeabas traerme aquí?

—Lo decidí justo ayer en la mañana luego de meditarlo mucho. Quería pasar el cumpleaños contigo solos y procurar que pases un día genial. No sabía qué hacer y aunque sé que esto no te encanta, me pareció que podría ser una buena idea.

—Es una genial idea aunque me hayas mentido —reclamo bromista, viéndolo sonreír—. Entonces... ¿Tienes planes?

—Tengo planes —confirma entre suaves asentimientos, acercándose con lentos e infernales pasos hacia mí hasta detenerse y rodear mi cintura descubierta con sus brazos—. Pero no hablaremos de eso ahora.

—De acuerdo... ¿Y por qué quisiste que me bañara contigo? No te atrevas a decirme que para ahorrar agua, ya he visto esa excusa en televisión muchas veces —amenazo.

—No necesito excusas, ya te lo dije —contesta con petulancia, sonriendo de lado y encogiéndose de hombros.

Entrecierro los ojos y lo miro recelosa, él ríe.

—¿Qué planea tu retorcida mente? —lo reto, y con eso solo consigo que sonría más.

Él no deja de mirar mis ojos intensamente.

—Te sudarían hasta las manos si fueses capaz de leer mis pensamientos, Canela —susurra, antes de inclinarse un poco para besarme de nuevo, pero se detiene un instante—. No tienes idea de lo que quiero hacer.

Agradezco que me sujete, porque podría haberme derrumbado de inmediato, aunque no literalmente. Hablo de un derrumbe de mis fortalezas.

No digo nada, solo respondo a la sintonía de sus delicados besos mientras el contacto de nuestras bocas, esas que ya se conocen a la perfección, continúa.

Sé lo que él quiere, creo que es lo mismo que yo a este episodio de nuestra relación, y sin embargo, siento que no deja de ser delicado. Sus besos son cándidos; no van encaminados a una situación más pasional aunque sé que ambos estamos controlando lo que sentimos para no avanzar, y eso me encanta de él. No me toca donde no debe y sigue yendo con calma solo para no hacerme sentir mal a mí, pero no sabe que hace tiempo esto no se me hace incómodo.

Quiero avanzar más, pero un tema me limita.

Se separa luego de unos minutos y sonríe, pero no dice nada más acerca de esas palabras que otra vez me dejan sin respuesta, solo se dedica a sacarse el agua del mar, lavarse con jabón igual que yo y ayudarme a quitar la arena que él mismo dejó en mi cabello, echándome shampoo y masajeando mi cuero cabelludo con movimientos rítmicos y pausados.

Canela ©Where stories live. Discover now