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| Think I'm creazy - Two feet |

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| Think I'm creazy - Two feet |

En el inicio de mi vida siempre imaginé que la familia que me escogería sería algo típica, como unos padres amorosos, preocupados y sensibles.

En Vermont, donde vivo las personas que se encargan de las casas de adopción son ineficientes solo necesitan saber que les darán lo básico sin ser explotados, no hacen seguimientos y esas mierdas.

Lo vago que recuerdo de mi madre es que era una drogadicta, una mujer con muchos vicios y demonios internos. Pocas veces la encontraba cuerda. El último día que la vi, tenía esa mirada perdida.

La he visto dos veces en mi vida, y siempre es antes de tener una recaída.

Llegué a la casa y dejé mi mochila en la sala, fui a saludar a mi padre y ellos estaban sentados en la mesa, y mi madre estaba con sus manos cruzadas con la vista perdida.

— Apúrate caramelo, vamos a comer. — habló mi padre.

Me dirigí a lavarme las manos.

Mi padre comenzó a susurrarle a mi madre, pero no se escuchaba una respuesta de su parte, salí del baño y ella me miró, cerró sus ojos y comenzó a orar. Me senté en la mesa con ellos, juntamos nuestras manos y comenzamos a orar. — Amén. — dijimos todos en unísono.

La sonrisa de Anthony fue amplia, así que sonreí de vuelta. — Espero que la comida que tienen en sus platos sea tan buena, como la noche estamos viviendo hoy. — comentó irónicamente con un tono burlón.

— Así será. — respondí en susurro.

Comenzamos a probar la comida, y no sabía nada bien. Miré a papá de reojo y su cara era relajada con las pupilas dilatadas. Preferí no comentar nada al respecto porque sabía que todo iba a detonarse en cualquier momento, como una bomba.

Anthony pidió sal, pero ella le dio aceite de oliva.

Solo agarró lo primero que sus manos habían tocado. Un error que le costaría la vida.

— Estas tan ida que confundiste la sal con el aceite de oliva. — gritó él, lanzando el plato al suelo. Seguía con el semblante tranquilo, pero sus ojos gritaban que algo horrible se venía. Con su cara seria agarró mi plato y lo arrojó a la pared. — Tú comerás esa mierda, pero nosotros no.

Me agarró de la mano y me llevó a la sala, cerró la puerta y me sentó en una silla al frente de él.

— Eres mi todo. ¿Quieres que yo cocine?

Me mantuve callada mirándolo. Él sabía mi respuesta, sin decir ninguna palabra.

Él sonrió de medio lado, acariciando mi rostro con sus nudillos. Acomodándose su camisa.

Últimamente mi padre había asistido al torneo de caza con sus nuevos amigos. A él no le gusta socializar, pero cuando lo hace es porque algo trama él nunca deja alguna rienda suelta.

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