Capítulo 8

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CASTIEL POV'S

Ella realmente debe odiar los hospitales. Antes de volver a perder el conocimiento estaba temblando. Lo sentí en su mano que se aferraba fuerte a la mía.

Un par de horas después ella estaba despertando, yo no pude separarme de su lado. Sería porque la extrañé demasiado, pero ahora se veía incluso más hermosa, con todo y esas pequeñas bolsas grises que comenzaban a dibujarse bajo sus ojos.

—Llévame a mi casa —exigió cuando abrió los ojos e, incorporándose, buscó salir de la cama. 

—Lo haré en cuanto el doctor te dé el alta —dije y ella respiró profundo.

—Pues tráelo pronto —pidió—, no quiero estar aquí más tiempo.

Maryere miró al piso mientras una mueca un poco dolorosa se dibujaba en su ensombrecido rostro. Fui por el doctor quien entró con una tabla de expediente en la mano y la miró casi con pena.

—Bien, señorita —Dudó— o señora... —ella lo miró confusa y temerosa, más temerosa—. Mientras dormía le hicimos algunos análisis de sangre para detectar el origen de su malestar y descubrimos que está usted embarazada. —Entonces todo rastro de miedo desapareció de su rostro, solo quedaba la confusión—. Son cuatro semanas de embarazo —añadió—, muchas felicidades.

—Felicidades mi trasero —dijo poniéndose de rodillas y alcanzando la bata del doctor, apretando con la suficiente fuerza como para atraerlo a su rostro—, yo no puedo estar embarazada y usted va a hacer algo. 

El médico tomó delicadamente sus muñecas y la empujó suave hacía atrás.

—Tranquilícese, señora —pidió—. ¿Qué podría hacer yo?

—No lo sé, lo que sea que me quite esto —dijo bastante descolocada, apuntando su vientre. 

Yo tenía rato mirándola solamente pero escuchar: "lo que sea que me quite esto" me llenó de rabia.

Con la sangre hirviendo le di una bofetada que dejó boquiabiertos a todos los espectadores, y a ella que, llevando el cuerpo sobre sus rodillas, comenzó a llorar. Parecía sentirse impotente.

—Jean me matará —susurró—, y a ti... Castiel, no podemos estar embarazados —soltó y siguió llorando mientras mi cara se llenaba de sorpresa y mi alma de una indescriptible emoción.

Una vez que se tranquilizó y dejó de llorar, el médico nos dio el alta y yo la llevé a su casa. 

Ella no dijo nada en el camino, no dijo nada cuando bajamos de la moto y no dijo nada mientras entrabamos en esa casa; ni siquiera dijo nada mientras yo la seguía a su habitación.

Adentro me di cuenta que no era su habitación a donde se había dirigido. En ese cuarto solo había instrumentos musicales, un par de repisas con libros y partituras, y un pequeño escritorio con blocs de notas.

Se sentó en el banco cerca del piano y tocó una parte del intermezzo de "Cavallería rusticana" de Pietro Mascagni. Esa melodía le encantaba a mi madre, por lo que la conocí en seguida.

Mientras tocaba, sus lágrimas rodaban por sus mejillas y comenzó a decir cosas que no me atrevía a preguntar pero ansiaba saber. Yo quería saber todo de ella, especialmente ahora que sabía que me daría un hijo.

—Mi papá era músico —dijo—, yo puedo tocar piano, guitarra, violín y flauta... —Respiró profundo y siguió tocando y hablando—. Mi mamá era poeta, puedo componer canciones hermosas gracias a ella —Dejó de tocar—... Crecí rodeada de amor y arte —dijo mientras agachaba su cabeza.

»¿Sabes? —continuó levantando el rostro al cielo e inhalando profundo—, mi música favorita es la música clásica, porque puedo sentir la elegancia de la música de mi padre y la suavidad de las palabras de mi madre, es como si me abrazaran cada que la escucho... —Más lágrimas humedecieron su rostro—. Por eso también la odio —resopló apartando las lágrimas de su rostro—, porque me recuerdan eso que ya no puedo tener. Ellos están muertos —informó mirándome fijo y sonrió lastimosamente—... Me dejaron sola.


Continúa...


ERES EL DEMONIOWhere stories live. Discover now