Capítulo VIII

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Ambos se miraron sin poder creer la situación en la que se encontraban. Estaban atrapados. ¿Acaso habrían oído el escándalo de las tuberías? ¿O quizá los vieron escabullirse por el bosque? ¿O tal vez simplemente tuvieron la peor suerte del mundo y los atraparon antes de tiempo? No importaba. De salir por esa puerta o de quedarse ahí parados terminarían ejecutados a manos de los cazadores.

El tiempo se agotaba.

Leticia fue la primera en reaccionar. Tomó a Gerald por el brazo y lo llevó corriendo hacia el otro lado del sótano. Atravesaron los estrechos caminos de chatarra hasta llegar a una pequeña escalera que conducía a una puerta de madera. Por supuesto, esta última estaba cerrada.

En ese momento, la entrada trasera por la que habían ingresado rompió en pedazos tras un disparo retumbante.

—¡Llegó la diversión! —canturreó una voz chillona.

Gerald se paralizó en ese instante. Oír aquella voz tan sádica y escalofriante le nubló cualquier sentido de supervivencia. Estaba totalmente perdido.

No los podían ver a simple vista, pero bastaba con atravesar la pila de chatarra para dar con ellos. Sin salida alguna, estaban acorralados y no tardarían en encontrarlos. Por primera vez en la noche Gerald se encontraba cara a cara con la mismísima muerte. Su vida podía terminar ahí, parado en medio de la nada y en cualquier momento.

Entonces recordó. Recordó que tenía a alguien esperándolo en casa, recordó que había lágrimas por él, había sufrimiento por su llegada. ¿Y qué sería de sus seres queridos si él nunca regresaba? El llanto se convertiría en agonía, dolor y en miseria. No podía permitir eso, o al menos tenía que intentarlo por una última vez.

Se escapó de la densa nube que le opacaba la realidad para encontrarse nuevamente en el sótano, con los cazadores acercándose poco a poco y con su compañera aturdida por el disparo. La hizo a un lado y, sabiendo que solamente tenía una oportunidad, tomó todo el aire que le cabía en sus pulmones para dar una patada en dirección a la puerta.

De no se abrirse, estarían muertos. De sí abrirse, tendrían una oportunidad.

La puerta quedó intacta.

Los cazadores alzaron la vista en dirección al ruido. A través de las cajas y de la chatarra, pudieron visualizar a los intrusos.

—¡Pero si son dos! —gritó la misma voz, excitado por la sorpresa.

Entonces el mismo apuntó en su dirección. Gerald tiró de Leticia hacia atrás en un acto reflejo y la bala salió disparada rosándolos por unos centímetros. Otro disparo, seguramente ahora del anfitrión, estalló incluso más cerca de ellos todavía, pero sin poder dar en el objetivo.

Habían fallado, y esa era su última oportunidad de escapar.

Gerald se volvió a incorporar, tomó a su aliada de las manos y corrieron hacia la puerta mientras los cazadores recargaban sus pesadas armas. Ambos se impactaron contra la vieja madera abriéndola de una vez por todas. Atravesaron el caótico sótano para caer en un elegante pasillo alfombrado.

—¿Estás bien? —preguntó él mientras se levantaba rápidamente del suelo.

Leticia afirmó con la cabeza, aun atontada por el impacto. Torpemente se puso de pie y comenzaron a correr por el largo pasillo. Una elegante puerta de roble oscuro los esperaba al final con el pase libre. La atravesaron y, justo después de cerrarla, los cazadores se incorporaron con sus últimos intentos de ejecución. La gruesa madera retuvo las balas sin dejar que pasasen. Gerald aseguró la puerta con las cadenas que tenía en mano, lo cual hizo gritar a la pareja algo que resultaba ininteligible por el aislamiento. Luego de un momento, los cazadores se largaron por donde habían regresado.

Ambos se quedaron inmóviles, sin poder creerse lo cerca que estuvieron de la muerte. Pero la sensación duraría poco si no seguían moviéndose. Seguramente los cazadores aparecerían en cualquier momento por otra entrada y, si no se largaban pronto, ya no habría más salida.

—Debemos irnos. —Fue ahora él quien lo dijo. Leticia no habló, parecía conmovida por lo que acababa de suceder —. Oye, mírame. No te rindas todavía, aun podemos hacerlo. ¿Estás conmigo?

—Sí, sí —respondió volviendo de nuevo a la realidad —. Lo siento.

Gerald no quería perderla. De ser así, estaría nuevamente solo contra el mundo, y como había dicho ella hacía tan solo un par de horas, la soledad sería la situación más frágil en esas circunstancias.

Inspeccionaron el nuevo lugar donde se encontraban. Era una especie de sala de estar bastante amplia, con elegantes sillones rojizos y grandes cuadros pintorescos. Una gran abertura en la pared daba paso a otra sala de la mansión. Ambos avanzaron rápidamente antes de que alguien los encontrase ahí.

Ya incorporados se dieron cuenta de que estaban parados en el comedor del gran salón. El lugar estaba hecho un desastre: la larga mesa se encontraba destrozada, las sillas desplegadas y la sangre esparcida por todos los rincones. Gerald divisó el cadáver del moreno justo como había quedado al comienzo de la cacería y, un poco más lejos, junto a la entrada, el cuerpo de una muchacha desplomado en el mármol.

—Santo cielo —murmuró Leticia.

—Debemos movernos —ordenó él.

Siguieron avanzando hacia otra entrada. Gerald miró fugazmente el gran reloj que relucía por encima de sus cabezas: tres de la mañana. Prácticamente estaban a mitad de la noche. Aun había esperanzas de sobrevivir, solo debían escapar de la jaula en la que se encontraban.

Ingresaron a una enorme cocina. A diferencia del resto de la casa, ese espacio relucía en blanco y negro. Atravesaron los pasillos con la vista en todas las direcciones posibles, en busca de algo con lo que poder armarse. No tuvieron éxito. Claro que no, los cazadores no serían tan estúpidos. O tal vez sí y ya fueron usurpadas por otros. Fuese como fuese, no había forma de saberlo con certeza. Avanzando un poco más visualizaron una posible salida, pero justo detrás de ellos un estruendo estalló.

—¡No se me van a escapar! —gritó la pareja del anfitrión desde la lejanía.

Definitivamente se le escuchaba desquiciado y sediento de sangre. Ahora la cuestión parecía ser más personal.

Gerald y Leticia tomaron prisa y llegaron hasta una ventana que se encontraba rota. Seguramente alguien la traspasó como él lo había hecho huyendo de su perseguidor.

—Con cuidado —susurró Gerald para que no lo escucharan. Los cazadores parecían estar buscando por los lugares equivocados, lo que les brindaba una buena ventaja a ambos.

Muy sigilosamente pasaron por el cristal roto hacia la fría y oscura noche. Leticia fue la primera y tardó un poco, llevándose consigo un corte en la mano. Gerald fue el siguiente y con más prisa, aunque sin rasguños. Una vez bajo la luz de la luna, se encaminaron hacia la hilera de pinos.

—No puedo creerlo —murmuró ella—, pensé que íbamos a morir.

—Solo hay que huir lejos de aquí—respondió él mientras corrían hacia las sombras—. Escapar, escondernos y aguardar hasta el amanecer. Podemos hacerlo, Leticia.

Ambos sonrieron. Por primera vez había una chispa de esperanza para sobrevivir, para volver a vivir. ¡Lo iban a lograr! Solo quedaban un par de horas y luego la luz acabaría con el sufrimiento. Sí, iban a lograrlo.

Pero entonces sucedió. Un sonido metálico y fino apareció de repente en el aire. Solo un instante después, el grito desgarrador y lleno de dolor de Leticia salió disparado de su garganta.

Noche de Caza ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora