Capítulo VI

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Gerald no pudo creer lo que había oído.

—¿Estás hablando enserio? —Fue lo único que consiguió decir.

—Claro que estoy hablando enserio —contestó—. Mira, sé que es el último lugar al que querrías ir, pero necesitamos volver o al menos permanecer cerca, aquí afuera no aguantaremos mucho.

Él se quedó sin palabras. ¿Cómo iba a dar marcha atrás después de todo el esfuerzo que le supuso escapar? ¡Casi había muerto intentándolo! Y ahora todo había sido para nada. Se le cayó el alma a los pies, no podía creérselo.

—¿Estás bien?

—Sí, sí —dijo tambaleándose—. Solo... solo necesito sentarme un momento.

Las náuseas le recorrieron el estómago y subieron hasta llegar a su cuello. No quería vomitar en medio del bosque, pero se sentía realmente mal. La falta de agua lo tenía por el suelo y la brisa helada le arrebató hasta el último aliento. No pudo reprimirlo por mucho más.

Leticia intentó calmarlo, aunque se veía más preocupada por el hecho de que los vómitos llamasen mucho la atención. Gerald recuperó la compostura poco a poco.

—Debemos seguir.

Ella tenía razón, no podían quedarse ahí al alcance de cualquiera. Se levantaron y retomaron el camino, aunque ahora iban más lento de lo normal. Avanzaban sigilosos por la oscuridad de la cruda noche invernal.

—¿Qué haremos al llegar? —preguntó Gerald. Se dio cuenta de que ya estaba a merced de Leticia, pero por alguna razón creía estar en buenas manos.

—Primero nos aseguraremos de que no haya nadie dentro —explicó—. Estos psicópatas deben estar buscándonos por el bosque, aunque no dudo que vuelvan de vez en cuando para echar un vistazo.

—¿Y luego?

—Entramos, tomamos todo lo que nos sirva y nos largamos. No podemos permanecer cerca pero tampoco nos iremos muy lejos. Quizá encontremos algún escondite.

A primera vista se veía descabellado, pero Gerald reflexionó al respecto. ¿Qué podían hacer sino? Él estaba herido, hipotérmico y deshidratado; ella se veía agotada, estresada y quién sabe el frío que tenía con esa tela tan fina envolviéndole la piel. Y además de todo, no tenían nada con qué defenderse en caso de que alguien los atacase.

Al final de cuentas su plan de haber huido desesperadamente resultó un fracaso. No tenía madera para esas cosas, nunca había hecho nada semejante.

Siguieron caminando sin parar a pesar de lo exhaustos que se encontraban, y tras un rato que pareció ser eterno, se detuvieron al escuchar algo fuera de lo normal.

—¿Oíste eso? —susurró Leticia.

El silencio del bosque parecía distorsionarse por algo a la lejanía. No podían describir de qué se trataba, hasta que un disparo salió volando de alguna parte.

Ambos se tiraron al suelo de inmediato, ocultándose entre un par de arbustos. El estruendo había sido no muy lejos de donde se encontraban.

—¿Qué mierda...? —murmuró Gerald, pero Leticia lo calló de inmediato.

Justo después se escuchó un segundo disparo, y luego el tercero. Un grito desgarrador retumbó por el bosque. Gerald y Leticia se miraron al unísono, y se dieron cuenta de la situación en la que se encontraban.

—¡Ayuda! —gritó una voz masculina— ¡Alguien ayúdeme!

—¡Pobrecito! Tan solo míralo, hasta casi me da pena.

—Ya dispárale, o espantará a los demás.

—¡Por supuesto, cielo!

—¡No! ¡No! ¡N...!

El último disparo terminó con las súplicas, sumiendo el bosque entero en un silencio lúgubre. Las aves nocturnas salieron volando del espanto, aleteando sus alas a más no poder. Gerald las contempló desde el suelo con envidia, porque ellas podían huir cuán lejos quisieran, mientras que él estaba ahí, atrapado.

Estaba claro que alguien había muerto a manos del anfitrión y su pareja. Fue fácil reconocer sus voces; el anfitrión tenía un tono grave y serio, casi hostil; mientras que su pareja tenía una voz más aguda y chillona, algo infantil. Uno menos. ¿Cuántos quedarían con vida?

El anfitrión habló, pero fue tan bajo su volumen de voz que a los oídos de Gerald le fue ininteligible. Luego su pareja respondió algo entre risas para que, acto seguido, se encendiera un motor de algún tipo de vehículo. Las luces iluminaron muy cerca de donde se encontraban Gerald y Leticia, por lo que ambos agacharon la cabeza contra el suelo. Si los encontraban, estarían muertos. Para su suerte el vehículo se marchó entre la hilera de pinos. El ruido del motor desapareció poco a poco hasta dejar el lugar nuevamente en silencio y a oscuras.

Ambos habían conseguido salvarse de una muerte segura, aunque quedaban muchas más por delante.

—No puedo creerlo —dijo Leticia en un suspiro—, eso estuvo cerca.

—Muy cerca —acotó Gerald con sudor aun emanando de su rostro.

Se levantaron con sigilo y retomaron el camino. Avanzaron con mucho cuidado por los árboles y arbustos, procurando no dejar rastros de su paradero.

—Oh, mierda —susurró ella—, ahí está.

Al principio Gerald no entendió, hasta que se encontró con el cadáver del hombre que yacía a escasos metros de donde se encontraban. El cuerpo estaba entre un par de rocas, boca arriba, y se podía ver con claridad el agujero de bala en su frente. La escena era espantosa.

—Sigamos —dijo Gerald—, por favor.

Leticia no protestó, por lo que retomaron el paso. Para quitarse la horrorosa escena que acababa de ver, Gerald volvió a repasar sus oponentes. La última vez que sacó cuenta eran diez, pero ahora había que descartar al supuesto chico del alambrado y al hombre que acababan de ver con sus propios ojos. Dos menos, eso lo dejaba con ocho presas y dos cazadores que quedaban en juego. ¿Qué hora era? ¿La una? ¿Las dos? No estaba muy seguro.

—Ya estamos cerca —advirtió Leticia.

Y lo estaban. Avanzaron un poco más hasta que la hilera de pinos comenzó a desaparecer y, justo delante de sus narices, resplandecía la cálida luz de la mansión.

Habían vuelto donde todo comenzó.

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