Capítulo V

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La mujer salió de la penumbra poco a poco, hasta que la tenue luz de la luna se posó en su rostro. Gerald había visto esa mirada antes, y la reconoció de inmediato.

¿Leslie? ¿Layla? ¿Livia? No podía recordarlo, pero sabía que era la mujer que había protestado en la cena, la de la mirada vacía y sin vida. ¡Leticia! Ese era su nombre. Gerald creyó que sería una de las primeras en caer, pero ahí estaba, justo frente a él.

—Esa pierna no se ve bien —comentó ella—, tal vez pueda ayudarte.

—Pues yo no lo creo. —Él sostuvo con firmeza el palo que tenía para protegerse.

—¿Qué? ¿Piensas que voy a matarte? —Leticia levantó sus manos en muestra de que iba desarmada —. Ya te lo dije, no soy como ellos.

—¿Y cómo supones que te crea?

—Porque quiero escapar de esta pesadilla, al igual que tú. ¿Qué sentido tiene intentar matarnos cuando podemos cuidarnos el uno al otro?

Gerald lo pensó un momento. Ella tenía razón, no había necesidad de pelear si podían cuidarse las espaldas, pero aun así no era motivo suficiente para dejar su vida en manos de una desconocida. No, en manos de una asesina.

—El anfitrión dijo que mataste a tu hija —le recordó—, a tu propia hija. ¿Eso en qué lugar me deja a mí?

—No lo sé —respondió—. Solo puedes confiar en mí, como yo lo haría en ti.

—La confianza es algo muy frágil en estas circunstancias.

—¿Sabes qué es más frágil en estas circunstancias? La soledad. ¿O acaso crees que los demás no se han aliado para cazarnos uno a uno? —Gerald tragó saliva, no había pensado en eso —. Entre más nos tardemos más fácil nos encontrarán. —Extendió la mano en símbolo de tregua —. Por favor. ¿Qué dices?

¿Acaso tenía otra opción?

—De acuerdo —contestó, pero no le estrechó la mano —. Solo por esta noche.

—Perfecto —dijo satisfecha—. Por cierto, me llamo Leticia, aunque creo que eso ya lo sabías.

—Gerald.

Tener una alianza era lo último que se le hubiera pasado por la cabeza a Gerald, pero ya estaba hecho. Quizá fuese lo mejor; no había transcurrido ni una hora y él ya estaba moribundo por el bosque. Viéndolo así, hasta había tenido suerte, siempre y cuando no lo traicionase. De todos modos, no bajaría la guardia ni por un segundo.

—¿Puedes caminar? —preguntó ella—. Aquí no es seguro.

—Puedo intentarlo.

Leticia lo tomó el brazo para ayudarlo a moverse, y aunque al principio él se tensó un poco, se terminó dejando llevar por ella y emprendieron el camino.

—¿A dónde se supone que vamos? —inquirió Gerald.

—Bueno, primero te diré hacia dónde no iremos —explicó mientras se encaminaban de regreso hacia atrás—. Un poco más allá, hacia donde tú ibas, hay un alambrado eléctrico que no permite avanzar. Es el peor lugar al que podemos ir ya que no hay forma de escapar.

—¿Cómo estás tan segura?

—Encontré a un muchacho tendido en el suelo... estaba carbonizado. —Su rostro se tornó serio y frío —. No hay forma de escapar lo mires por donde lo mires. Está hecho para eso.

Así que hasta ahí llegaba su huida, no muy lejos de la propiedad, así el anfitrión se aseguraría de tener a todos a su alcance. El alambrado era una trampa, y Gerald se preguntó si hubiese sido capaz de detectarla. Probablemente no, ¿cómo iba a saberlo? Un escalofrío le recorrió el cuerpo de tan solo imaginarse que él también podría haber acabado frito como ese muchacho.

Siguieron avanzando por la oscuridad de la fría noche. Leticia iba más rápido de lo que podía ir Gerald, pero él no se quejó y concentró todo su esfuerzo en mantener el paso.

—Luego está este bosquecillo —prosiguió ella—. Tampoco es muy seguro teniendo en cuenta que no hay lugares donde esconderse, y el frío de la noche será un problema más tarde.

Se detuvieron un momento para recomponerse. Gerald estaba exhausto, tenía la garganta hecha un desierto y los labios petrificados. Jamás había sentido tanta sed en su vida.

—¿Entonces qué opción nos queda?

Ella volteó para asegurarse de que nadie estuviese cerca, y luego posó su mirada fijamente en él. Dijera lo que dijera, no sería para nada bueno.

—La mansión.

Noche de Caza ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora