Capítulo VII

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Ambos aguardaron entre las sombras, observando cuidadosamente la propiedad sin exponerse a que alguien los viera. El lugar se encontraba en silencio y no había nadie a la vista, aunque la mansión era bastante grande y dentro podría encontrarse cualquiera.

La puerta principal estaba cerrada al igual que casi todas las ventanas. Algunas permitían observar distintos rincones de la casa, de los cuales no se veía ningún movimiento. Gerald miró hacia arriba y se encontró con la ventana de la cual se había lanzado, siguió el recorrido de su caída y vio el rastro de los cristales rotos y las tejas desprendidas.

—Vamos a rodearla —sugirió Leticia—, quizá haya otra entrada.

Comenzaron a caminar sin salirse de las sombras de entre los árboles. El viento helado golpeó con fuerza y Gerald se dio cuenta de que ya no sentía las extremidades. De seguir así, no aguantaría por mucho más.

—Mira, allá —señaló él, apuntando hacia una discreta puerta trasera.

Echaron un último vistazo alrededor para asegurarse de que estuviesen solos; no había moros en la costa.

—¿Vamos?

—Vamos.

Salieron de la penumbra para exponerse a la tenue luz de la luna. Medio a corridas y medio a arrastradas se aproximaron hacia la puerta, observando a su alrededor para estar preparados ante cualquier imprevisto. Ya no se encontraban entre la maleza del bosque, sino en un llano y suave césped que rodeaba toda la propiedad. Finalmente llegaron a la entrada y Leticia tanteó la puerta: estaba cerrada.

—Déjamelo a mí.

Gerald tomó la perilla y colocó su brazo contra la madera, luego se alejó un par de centímetros e impactó su cuerpo contra la puerta. Lo hizo una, dos, y a la tercera vez logró romper el seguro.

Entraron de inmediato y cerraron la puerta tras sus espaldas. Había una inmensa oscuridad de donde a­­­­­­penas se podía distinguir algunos contornos, pero era casi imposible saber dónde se encontraban parados.

—Debe haber algún interruptor por aquí...

La luz se encendió. Sus ojos estaban tan acostumbrados a la oscuridad del bosque que el golpe de iluminación los cegó por unos instantes. Al principio todo se veía borroso, pero poco a poco la cosa esclareció hasta darse cuenta que se encontraban en una especie de sótano. Muebles, cajas y chatarra se acumulaban en el reducido espacio.

—No creo que haya nadie aquí —comentó Gerald—, pero revisemos con cuidado.

Ambos comenzaron a recorrer cuidadosamente el estrecho lugar. Las cajas apiladas llegaban hasta el techo, el polvo inundaba cada superficie existente y había un olor repugnante impregnado en el aire.

—¿Qué será ese horrible olor? —inquirió ella.

—Quizá algo en descomposición —supuso—. Solo espero que no sea lo que creo que es.

—Ni lo menciones.

Mientras inspeccionaban el sótano empezaron a separarse un poco, perdiéndose de vista en algunos momentos. Como eso inquietaba a Gerald, le pareció adecuado entablar una conversación con su aliada para no perderse el rastro.

—Oye, ¿puedo hacerte una pregunta?

—¿Qué pasa?

No tenía ninguna en especial, pero lo pensó un momento y encontró algo con lo que mantener la charla.

—Bueno, solo quería saber... —comenzó vacilante—... El bosque, cuando me encontraste en el bosque.

—Sí, ¿qué con eso?

—¿Por qué no huiste cuando te escuché? Quiero decir, ¿para qué arriesgarse a confrontar a alguien pudiendo escapar?

Leticia lo pensó un momento antes de responder.

—Bien, no te voy a mentir —confesó—, pero yo ya te tenía en la mira.

Gerald se sorprendió ante la respuesta. No solo se sorprendió, sino que quedó perplejo.

—¿Cómo dices?

—Cuando resonó la campana, conseguí huir saltando por uno de los muros laterales —explicó mientras revisaba un par de cajas—. Me escondí entre los arbustos a la espera de que todos huyeran y yo pudiera volver a entrar, pero entonces te vi caer desde la planta de arriba. Fue un golpe duro, y supe que estarías herido e indefenso, dispuesto a aceptar cualquier ayuda, y a decir verdad yo prefería tener un compañero a que estar sola. Entonces te seguí y esperé el momento indicado para proponerte mi tregua. Y bueno, aquí estamos.

Gerald no pudo creérselo. ¡Lo había seguido por todo el bosque y él ni siquiera se percató de ello! Se sintió realmente tonto. Aunque tonto o no, tenía una compañera que claramente era más hábil de lo que se aparentaba.

—Vaya —dijo él después de haber digerido la información—, jamás me lo habría imaginado.

—No pensaba decírtelo, lo menos que quería era ocasionar un malentendio, pero como has venido al caso... Bueno, ahora veamos esa pierna.

Leticia apareció con gasas, pañuelos y un par de frascos en mano. Gerald decidió olvidar su conversación y se recostó en una polvorienta mesa que se encontraba en un rincón, mientras que ella procedió a subirle cuidadosamente la manga del pantalón para visualizar la herida. Bajo la luz del foco Gerald aprovechó para observar con claridad los rasgos de su compañera; cabello por los hombros, piel brillante como el alabastro y ojos verdes aceituna. Tendría unos veinte y tantos, quizá rosando los treinta. Claramente ella era mucho mayor que Gerald, que tenía veintiuno.

—Bueno, no se ve mal —comentó—. Solo es un gran moretón, pero nada grave.

Destapó uno de los frascos y humedeció las gasas para comenzar a desinfectar.

—Auch, eso arde.

—No seas llorón.

Leticia terminó después de un rato y pasó a ella misma con algunos cortes causados por el matorral del bosque. Gerald aprovechó para buscar algo más entre el montón de suciedad del sótano.

Pasando una pila de cajas, del otro lado del lugar, se encontró con una oxidada y desgastada red de tuberías que desembocaba en un grifo. Giró la llave sin pensarlo dos veces, pero no salió nada. Sin embargo, la desilusión no perduró ya que la tubería comenzó a temblar y, un segundo después, un chorro de agua marrón comenzó a caer haciéndose cada vez más claro.

Gerald se lanzó por debajo del grifo y abrió la boca mientras el líquido lo devolvía a la vida. No era el agua más pura del mundo, pero era agua, al fin y al cabo. Leticia no tardó en acercarse y revitalizarse con la misma satisfacción. Las cosas iban marchando bastante bien para los dos.

—Debemos irnos —dijo Leticia después de que ambos se recuperaran—, no tardarán en venir con este escándalo.

Y tenía razón. Las tuberías temblaban a más no poder por la corriente de agua, y seguramente eso llamaría la atención de cualquiera que se encontrase a la vuelta de la esquina.

Gerald asintió y se apresuró a colocarse un chaleco que se encontró en una caja, el cual lo mantendría con calor en la intemperie. Era de un color oscuro, por lo que camuflaría bastante bien ahí afuera. Leticia se colocó una especie de poncho verde musgo que, por cierto, combinaba con sus ojos. Aunque claramente Gerald no iba a añadir tal observación.

—No podemos llevar mucha carga —comentó ella mientas se guardaba algunas gasas y pañuelos—, así que solo toma algo con lo que defenderte. No mucho más.

—Bien —dijo él sin saber muy bien qué agarrar. Rescató un destornillador herrumbrado del suelo que seguro le serviría de algo más adelante. Luego tomó una corta tira de cadena oxidada y se la enroscó en el puño. Leticia llevaba entre manos un tubo de cañería. Nada mal.

—¿Nos vamos? —preguntó ella.

Antes de que Gerald pudiese responder, el ruido de un motor apareció desde afuera para interrumpir su escape. El vehículo se aparcó abruptamente en la parte trasera por la que habían ingresado. No cabía duda de quiénes se trataban.

Los cazadores habían regresado por sus presas.

Noche de Caza ©Where stories live. Discover now