92. Ahora soy un egoísta decepcionado

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—Es todo interesante, bonita, de verdad, pero justo ahora hay una sesión de física que debemos repasar y en esa no está Sigmund ni sus estudios sobre la histeria de Dora, el Sr. K y su extraña atracción.

—¡Me pusiste atención! —exclama emocionada, esa sonrisa adornando su rostro.

Me río de nuevo.

—Claro que lo hice. Además, no dejas de hablar de eso, no es como que tenga más opciones de todos modos.

—Imbécil —me acusa riendo, mientras se ubica de nuevo en la silla y se fija en la computadora. Veo de perfil que su expresión se torna sombría al instante y deja de sonreír para murmurar—: Cuando ya no esté, ambos vamos a extrañar esto.

Me incorporo aún más, deseoso de entender lo que ha dicho. ¿Acaso oí bien? Esta vez sus palabras no vienen en ese tono burlón y dramático que suele utilizar cuando habla de nuestra muerte prematura, se trata de algo más y lo sé, y no puedo evitar que me angustie.

—¿De qué hablas? —consulto, limitando mis palabras para darle la oportunidad de explicarse. Ella no contesta—. No moriremos aún y queda mucho tiempo para que me marees con tanto texto que al final no entiendo y que te verás explicándome hasta conseguir que lo haga.

—Lo sé, tonto... yo... —Suspira pesadamente y muestra una débil sonrisa al frente, no es capaz de mirarme—. Repíteme lo que sabes, continuaré preguntándote —vira de inmediato.

Estoy seguro de que ese inconsciente miserable le hizo soltar esas palabras que ella no habría querido decir y ahora quiere que yo lo olvide, pero no será así. No es la primera vez que su actitud cambia drásticamente para tornarse pensativa y triste. Es algo que vengo notando desde aquel día en la playa hace tres meses.

—¿De qué estabas hablando? —pregunto de nuevo. Necesito entender y esta vez no estoy dispuesto a dejar el tema a un lado.

—En un movimiento circular uniformemente acelerado, ¿el vector aceleración normal tiene módulo constante o el vector aceleración tangencial tiene módulo constante? —interroga, ignorándome sin disimulo.

—Arya —llamo una vez más, pero se mantiene reacia a mirarme.

—Respóndeme la pregunta. ¿Cuál de las dos opciones es correcta? —demanda, ahora su voz suena áspera y entrecortada.

Resoplo. Dejo el peluche a un lado de la cama y camino hacia donde se encuentra. Me inclino un poco para quedar a su altura y de ese modo giro la silla para que me mire, luego me agacho, dejando mi cuerpo en medio de sus piernas abiertas.

—¿Qué está pasando? ¿Qué es lo que no me has dicho? —inquiero con suavidad, aunque tengo una sensación extraña que oprime mi pecho y el corazón ha iniciado sus palpitos acelerado. Arya no responde, solo me mira con sus ojos empañados y tristes—. Puedes hablarme de lo que sea, amor, ¿lo recuerdas? —insisto paciente, ahora tomando sus manos, esas con las que ejerce une leve presión sobre las mías.

—No es nada, es solo que... ya estamos por terminar el instituto y... esto de los exámenes finales me asusta un poco —explica entre pausas, viendo ese anillo insistentemente como siempre que no dice la verdad.

Antes hacia mover su pierna izquierda de forma inconsciente, ahora juega con el aro o lo mira cuando no está a su alcance tocarlo justo como ahora.

—Ya... ¿Qué es lo que te preocupa exactamente? —Le sigo el tema, para ver si de este modo logro que me diga la verdad—. No te asustará reprobar, ¿cierto? Hemos hecho pruebas más importantes que has superado con la nota máxima.

—Es eso, en resumen. Y también que ya esto se termina. Ya... ya vamos a empezar algo nuevo que no se parece en nada a lo que hemos vivido hasta ahora, ha-habrá momentos en los que no podremos vernos y... —Se detiene, porque su voz se quiebra y los ojos que antes se mostraban anubarrados, empiezan a liberar lágrimas que se desplazan por su rostro con fluidez.

Canela ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora