Los cazadores con los que experimentaban no sufrían, al menos, daño físico. Zigor lo había ordenado. No los torturaban como los cazadores habían hecho... No se habían rebajado a nuestro nivel.

—Lo siento —dije. Sentía el peso de las acciones de los míos sobre mis hombros.

—Tú no has hecho nada malo. De hecho, según me han contado, tú nunca nos has odiado, al contrario que tus compañeros. Para mí, eso es suficiente.

Pasó al menos una hora más hasta que comencé a reconocer el camino por el que habíamos ido al salir de la finca. Cada vez estaba más cerca de llegar a la casa de los Garay.

«No —pensé—. A mi casa.»

Porque aquella había comenzado a ser también mi casa, y comenzaba a sentirme cómoda en ella.

Tenía unas ganas inmensas de ver a Zigor, pues sabía que solamente su presencia podía proporcionarme la calma que necesitaba. Paulo me agradaba, pero no podía sustituir la presencia de su hermano mayor.

—¿Por qué Zigor no ha venido? —pregunté.

—Porque no estábamos seguros de que estuvieseis allí. Él ha ido hasta la academia para preguntar por vosotras, por si habíais avanzado hasta llegar y alguien os había visto.

—Hay algo más que no entiendo. Cuando me han hecho tumbarme en la cama, la mujer ha dicho que no me tocasen. Pero no me había reconocido ni tenía la más mínima idea de quién podía ser. ¿Por qué lo ha hecho?

Era algo que me intrigaba. La mujer no sabía que era la pareja de Zigor. Tampoco me había reconocido como la hija del director de una de las academias, lo que podía haberme dado cierto valor adicional en caso de descubrirse. Físicamente estaba bien. ¿Por qué había actuado de aquella manera?

—No lo sé —dijo Paulo.

Pero mentía. Sabía más de lo que me quería contar.

Cuando finalmente llegamos a la finca, Zigor ya estaba esperando fuera de la propiedad, nervioso. Abrí la puerta del coche y salí. Él avanzó hacia mí, dándome en un fuerte abrazo. Solamente cuando apoyé la cabeza contra su pecho me permití derramar un par de lágrimas. Con él, estaba completamente a salvo. Con él, estaba en casa.

—Me has dado un susto enorme —susurró mientras acariciaba mi cabello con suavidad—. ¿Estás bien?

Me separó un poco de sí mismo para examinar mi cuerpo con la mirada, buscando algún rastro de que me hubiesen hecho daño. No lo encontró.

—Estoy bien —aseguré.

Entonces volvió a abrazarme. Pasamos un par de minutos así, perdiéndonos en aquel abrazo. Él no me culpaba por haber escapado, ni yo a él por lo que hacían con los cazadores en aquel extraño laboratorio perdido en medio de la nada. No era momento para hacerlo.

Paulo se aclaró la garganta, haciendo que nos separásemos de inmediato.

—Zigor, creo que deberías ver esto.

Le entregó los papeles a su hermano mayor. Este los leyó rápidamente, aún sujetándome de la cintura como si temiese perderme al perder el contacto conmigo. Su expresión se volvió seria.

—Bien —dijo cuando terminó—. Vamos a entrar en casa.

No había dado más que un par de pasos cuando Zigor me levantó, colocando un brazo tras mis piernas y otro tras mi espalda. Me llevó sin ningún esfuerzo hacia la casa y, gracias a su velocidad, llegamos en un par de segundos. Después, aún sin soltarme, me subió al baño de su habitación. La bañera estaba llena.

Su cazadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora