Habíamos dejado de emplear aquella estrategia por varias razones. La primera era que muchos vampiros no revelaban información a pesar de ser torturados. Además, reunir a un equipo de cazadores para atrapar a alguien llamaba mucho la atención. Y, por último, se había tomado la decisión de evitar riesgos innecesarios para la vida de los cazadores, asesinando a los vampiros a la primera oportunidad que se presentase.

—Intentaremos sacar información —aseguré, aún sin saber cómo íbamos a hacerlo.

No quedaba más por decir. Habíamos dejado establecida la prioridad de la misión, que era lo más importante, y no nos quedaba ningún tema que tratar. No era momento para hablarle acerca de mi primer día de trabajo ni nada semejante.

—Adiós.

Cuando colgamos ambos, me quedé unos momentos sin saber qué hacer. La noticia que Luken me había dado era demasiado impactante y necesité tiempo para asimilarlo.

En aquella ocasión, la víctima no había sido un cazador adulto, sino un niño, una víctima inocente. ¿Para qué podían querer los vampiros a alguien de tan corta edad? Podían haber hecho desaparecer a cualquier otro cazador adulto; podían vencernos a cualquiera de nosotros, de hecho. Eran demasiado fuertes como para poder hacerles frente, y lo habían demostrado. ¿Por qué escoger a un niño?

Tenía que avisar a Ariadna; ella debía saberlo cuanto antes. Pero como no sabía si estaba ocupada, le envié un mensaje pidiéndole que me llamase en cuanto pudiese. No quería que tuviese problemas en el trabajo por hablar conmigo por teléfono durante las horas laborales.

—¿Todo bien? —me preguntó Estíbaliz en cuanto regresé a la mesa.

—Perfectamente —mentí.

Pagué lo que había consumido y después regresamos a la empresa. Había aún trabajo que hacer hasta que finalizase la jornada.

Mi jefe se aseguró de que regresábamos a la hora que debíamos y no nos retrasábamos. Estíbaliz debía de saber lo estricto que era en cuanto a los horarios, pues se aseguró de estar allí un par de minutos antes de la hora a la que debíamos volver a trabajar.

—Veo que continúa siento puntual, señorita Arriaga —comentó—. Y, por el momento, trabaja bien. No se relaje.

—No lo haré, señor.

—Venga a mi despacho antes de que termine la jornada, quiero comentarle algo.

Durante el resto de la tarde, pensé en qué sería lo que deseaba comentarme. Solamente esperaba que no fuese nada malo; no necesitaba ninguna mala noticia más aquel día. Saber que habían comenzado a desaparecer niños cazadores era ya suficiente. No sabría cómo abordar otro problema.

No pude ver si Ariadna se había tratado de poner en contacto conmigo. Había apagado mi teléfono móvil para que mi jefe no me viese utilizarlo durante las horas de trabajo. Aunque no llevaba ni un día ocupando aquel puesto, tenía claro que Zigor Garay, fuese o no un vampiro, era una persona sumamente exigente con sus empleados.

—Liher, por favor, ven a mi despacho.

Mi jefe se encontraba delante de mi mesa, pero me encontraba tan absorta tratando los datos de una reunión que no me di cuenta de que se encontraba allí. Maldije para mis adentros por mi falta de atención. Era una cazadora; tenía los sentidos más desarrollados que los humanos comunes. ¿Cómo podía no percatarme de que alguien se acercaba?

Me levanté de mi silla, asegurándome de que mi trabajo quedaba guardado, y le seguí al interior de su despacho. Él se sentó tras su mesa, como hacía habitualmente, y yo lo hice, una vez más, frente a él.

Su cazadoraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora