66. Jugar a la casita

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Maldito bastardo.

—Borracha desde pequeña, Russo —interviene Liam, negando con la cabeza con expresión de reproche.

—Era una niña —me defiendo, pero eso no impide que todos se burlen de mi inocencia—. Era un líquido transparente que estaba a mi alcance en un momento que tenía sed y que asumí que era agua —explico, pero eso hace que todos rían con más fuerza, incluso Arianna, aunque dudo que ella comprenda del todo el asunto.

—Me asusté ese día y le induje el vómito para evitar consecuencias —habla mamá, también riendo—, pero cuando vi sus muecas me olvidé de todo. No había tomado mucho y por supuesto que no se emborrachó, así que no pasó a mayores. Exceptuando que la conversación se mantuvo en ese tema y sus expresiones inolvidables el resto de la noche. Pobrecita mi niña —culmina, dando paso a más carcajadas que solo me hacen sentir estúpida—. Creo que fue el único momento de rebeldía que tuvo, Arya siempre fue muy inocente.

Claro, hasta aureola de oro y brillantina tengo, mamá.

Mañana me pondré yo misma en adopción, esta familia no puede ser peor de traidora.

—Ya entiendo a qué se debe ese mal humor de siempre, el alcohol te afectó, bonita —se burla Liam, e ignoro su manera de llamarme para mirarlo mal, pero él guiñe. Es un desgraciado.

—Es verdad —comentan mis padres y Ruggero al unísono, y eso ya es demasiado.

Los odio. Después andan llorando en los rincones por mi desprecio.

—Será con ustedes, porque conmigo nunca ha demostrado mal humor —interviene Mateo.

Exhalo un bufido, restándole importancia al hecho de que parezco mal educada.

Este ser no puede ser más ridículo.

—Bueno, ya está, ¿no? —digo con paciencia, intentando evadir el comentario del chico. Eso funciona, pero mis palabras solo los hace reír más.

—Y eso no es todo —continúa el infeliz italiano menor—. Recuerdo que cuando tenía siete, los dos jugábamos en la sala y llamaron a la puerta. Ella se paró corriendo a abrir como la curiosa y chismosa que era y se encontró con una vieja que fastidiaba a la abuela incansablemente. Su dulzura era inigualable, y se ofreció a llamar ella misma a Anto hasta su habitación.

≈Cuando llegó de vuelta, lo hizo sin la abuela. Ella estaba muy contenta por darle la explicación a aquella señora para sentirse útil como todo niño, pero la mujer no hizo más que mirarla como si tuviese una lengua en la frente y un ojo en la nariz cuando le habló. Apenas Gab manejaba el italiano, así que le habló en su idioma que, para su mala suerte, la viaja no entendía. Recuerdo que dijo con su desbordante inocencia algo como: "La abuela dijo que qué fastidio con usted. Me dijo que le dijera que no está, a ver si busca oficio y ya no molesta tanto". Ella repitió exactamente las palabras de la abuela.

Camello infeliz, muerto de hambre, desgraciado, bruto, salvaje. Animal devorador de mocos.

Me las vas a pagar, Ruggero Filippo.

—También era una niña, solo obedecí la orden —vuelvo a defenderme, aunque no puedo evitar reír como los demás. Con tanta vergüenza hasta el hambre se me pasó.

—¿Qué le contestó la mujer? —pregunta Liam con interés y vuelvo a mirarlo, aunque soltando una carcajada por aquella respuesta que evidentemente no recordaría, de no ser porque Rugge no se cansa de repetirla siempre que tiene la oportunidad.

—Dijo... —se interrumpe por las risas—. Dijo: "Ah, okey... La tuya, por si acaso".

Liam bufa y todos en la mesa estallan a carcajadas, provocando que Vainilla ladre por tanto ruido al que no está acostumbrada.

Canela ©Where stories live. Discover now