EXPLOSIÓN

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Jung Wooyoung

Sentía mi cuerpo más fuerte y poderoso que nunca. Él, en un arranque de osadía, dio la vuelta al tablero. Y yo, en un arranque de rencor, jugué a su juego.

Entré después de él, "God's Menu" incrustándose en nuestros oídos. Momentos antes, hubiera sido muy distinto, pues habríamos compartido una emocionada mirada y nos hubiésemos entregado de lleno a la música y al cargado ambiente. Pero ahora, lo único que ocurrió fue que mis manos se afianzaron en la ametralladora, y cuando San dio el primer golpe con Daisy, la lluvia comenzó.

Nadie pudo reaccionar, nadie me miró a los ojos el suficiente tiempo como para que su mirada de auxilio se quedase grabada en mis neuronas. No eran personas para mí. Aquellos con los que antes había bailado, bebido y reído, fueron fundidos en lo que dura un parpadeo. Lluvia de sangre, lluvia de balas, una lluvia torrencial. Mi cara salpicada, mis ojos abiertos, en los cuales entraban gotas de sangre, pero me afectaba igual que si fuese suero.

Parecían temblar los cimientos, y vasos apoyados en la barra fueron destruidos. Observé un cuerpo moviéndose entre los demás, atizando a diestro y siniestro. Reventando globos oculares y cabezas, más lleno de rojo que el uniforme de nuestros pasados atacantes. San tenía una expresión psicótica y la gente le veía como la mismísima muerte en persona. Alzaban las manos como demostrando que no estaban haciendo nada malo, y sus bocas gritaban de forma espeluznante con terror. Las balas salían despedidas de mi arma como si las estuviese escupiendo, una tras otra, una tras otra. Mis brazos vibraban junto con ella y los cuerpos caían como piezas de dominó. Eran todos la misma mierda. Yo no los había matado, ellos ya habían muerto antes de morir.

El estruendo era impresionante. El sonido de la ametralladora borrando vidas del mapa rebotaba en las paredes y golpeaba en los oídos. Tardamos pocos segundos más en bajar ambas armas y mirarnos. Sólo quedábamos dos personas de pie en la pista de baile. La música seguía sonando, las luces no pararon, y todo seguía igual, excepto nosotros.

Un líquido comenzó a manar por un lado de mi cuello. Sin pensar en nada, dirigí dos dedos hacia dicho líquido y me miré las yemas. Era sangre. Me había reventado un tímpano.

Me zumbaba la cabeza. Como si me la estuviesen taladrando, y San me miró, respirando violentamente. Su bate estaba pringado de sangre color rojo oscuro hasta el mango, incluyendo toda su mano, parte de su brazo y gotas en su rostro y pecho. Aquel momento observándonos mutuamente podría haber sido eterno, de no ser porque una pistola apuntando hacia mi frente lo interrumpió.

-Se te acabó el chollo, rubito -dijo la voz portadora del pequeño arma. Pillándome de improviso, un punzante dolor en el brazo se extendió por todo mi cuerpo, haciendo que soltase la ametralladora.

Un hombre había disparado hacia mí, dando en la pared de detrás, pero rozando mi brazo en el proceso. Apreté los dientes e instintivamente me llevé la mano contraria hacia la herida, doblándome de dolor.

-Voy a matarte poco a poco, hijo de p... -comenzó a decir, sin embargo, su voz fue silenciada con un golpe seco en el cráneo. Lo supe porque el muy gilipollas no se había percatado de la presencia de San en la sala, y por supuesto Daisy había acabado con él.

Haciendo acopio de fuerzas, miré hacia arriba con lágrimas surcando mis mejillas. Y lo peor de todo, es que no era por el dolor de la bala que había rozado mi brazo, el cual ahora sangraba pero se encontraba perfectamente pues el impacto había sido leve. Era por otro tipo de dolor. El dolor de saber que muchas personas en mi lugar, no hubiesen podido hacerlo. No hubiesen podido superar la propia traición de quienes decían ser tus amigos, que un drogadicto te hiciese creer que ibas a morir por algo que no era tu culpa, que un loco te hubiese pedido ayudarle en un asesinato por venganza, que te reclutaran en una mafia contra tu voluntad, que abusaran sexualmente de ti, que te vieses en la obligación de tener que organizar una matanza porque te ves hasta el cuello de mierda. Cualquier otra persona no hubiese podido hacerlo. Pero la diferencia es que yo ya había nacido para esto, ya había nacido sin jodidos escrúpulos, sin fronteras en mis manos y con balas en mi boca. Y dolía, dolía saber que era tan psicópata como el chico que le había puesto nombre a su bate de baseball.

-San... -exhalé. Su mirada de asesino en serie cambió por completo al verme sufrir- nos matarán igual.

Miré hacia las escaleras, hacia los otros hombres que nos apuntaban, ahora inseguros porque su líder, Lee Donghyuck, había caído en nuestras manos. San siguió el recorrido de mis ojos y se percató de los otros hombres, cuyas pupilas vacilaban y cuyos dedos no sabían hacia dónde apuntar.

-Vuestro jefe está muerto. No estáis a las órdenes de nadie. ¿Qué tenéis ahora contra nosotros? -habló el pelinegro, sin intenciones de acabar con sus vidas.

Volvió a echarse el bate al hombro sujetándole por el mango. Y yo, cansado, volví a coger la ametralladora del suelo. Ahí tirada, parecía tan abatida como los cuerpos esparcidos por el suelo. Segundos después, bajaron las armas, y con un incrédulo vistazo a nuestras víctimas, salieron uno a uno por la salida. Murmurando cosas ininteligibles. Nosotros nos mantuvimos quietos hasta quedarnos solos del todo.

-Vámonos -susurró San, cuando en aquella soledad, llenos de sangre ajena y propia, adoloridos y con esa mezcla extraña de sensaciones, nos sentimos ridículos en la pista de baile. Con la música que en esa situación resultaba extremadamente fuera de lugar.

A paso lento, se acercó a mí, revisándome con esa mirada grave que tanto odio, porque me hace sentir débil.

Era todo tan surrealista, tan absurdo, tan triste y desgarrador, que parecía mentira que cuando tragué saliva y le miré a los ojos, me importó todo una puta mierda. Medio sonreí sin poder evitarlo, siendo un acto involuntario.

-Tío, no es gracioso. Esto ha sido... -balanceó el bate, y no terminó la frase, admirando el espectáculo que habíamos dejado a nuestros pies para luego volver a centrarse en mis ojos.

"To The Beat" sonando de fondo, a su rollo, en segundo plano.

Fruncimos los labios fuertemente, mientras evitábamos lo inevitable mirándonos fijamente. Estallamos en carcajadas.

Perdieron, y nosotros ganamos. Murieron, con las bocas llenas de amenazas, dinero y negocios. Y nosotros vivimos, con las bocas llenas de: por nosotros, y por los nuestros.

Explosión.

INCIPIENTE - woosanजहाँ कहानियाँ रहती हैं। अभी खोजें