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Choi San

Ya no sabía quién era, ni lo que estaba haciendo allí. No sabía lo que quería, y tampoco sabía cuál era ese lugar ni de dónde procedía ese tarareo.

Una dulce voz emitía sonidos suaves, cantando una canción sin palabras. Era la voz de una mujer, cosa que no entendí pues estaba yo solo. Cada cierto tiempo cerraba los ojos, pretendiendo que no estaba ahí, que estaba en otro lugar. Pero entonces volvía a abrirlos y me encontraba con la asquerosa y luminosa realidad. Esa habitación blanca la cual ahora tenía de fondo aquel desconocido tarareo.

Parpadeé despacio, saliendo de mi aturdimiento. Fácilmente podía llevar dos días enteros ahí metido y yo sin darme cuenta, pues había perdido la noción del tiempo. Nunca podría explicar lo que se siente cuando estás inmóvil, viendo lo mismo durante horas y horas, metido de lleno en la boca de la soledad. Fue tan insoportable, que no sabía si lo que estaba oyendo era producto de mi imaginación o era real.

–¿Hay alguien ahí? –pregunté, teniendo miedo de romper aquel perfecto silencio junto con el regular tarareo.

La voz femenina cesó y todo fue envuelto en otro silencio que parecía recriminarme por perturbar el ambiente. Permanecí callado, en el fondo sabiendo que aquella mujer no iba a volver a cantar por mi culpa.

–Justo a tu derecha –dijo la misma voz.

Giré la cabeza hacia mi derecha sin pensarlo. Para mi sorpresa, al otro lado de los barrotes de hierro, había una chica. Una chica acurrucada en una esquina de la otra mitad de la habitación, tal como estaba yo.

Fruncí el ceño sin entender nada.

–¿Cuándo has llegado?

–A la vez que tú.

Me arrastré un poco más cerca de los barrotes, aunque seguíamos estando a gran distancia. ¿Cómo que a la vez? Yo llegué solo, y cuando lo hice no había nadie en el otro lado de la habitación.

–No tienes por qué mentir.

–¿Mentir?

Todo era muy raro. Cuando tarareaba antes, el sonido sonaba como si hubiese unos altavoces estéreo en la habitación, sin embargo, cuando me hablaba el sonido provenía de su lugar. Me fijé en su apariencia, y parecía extrañamente tranquila y relajada.

–Pero cuando llegué no había nadie.

–¿Estás seguro?

No. La verdad es que no me había fijado demasiado, pero sin duda una presencia hubiera llamado mi atención. Era imposible que no me hubiese dado cuenta antes.

–¿Y por qué no has hablado antes? Dices que llegaste a la vez que yo, pero no te he oído en ningún momento hasta hace un rato.

–Soy mujer de pocas palabras. Puedes llamarme Bom.

Me estaba poniendo un poco nervioso. Esa tía me estaba tomando el pelo. Eso, o yo era un imbécil que no se había dado cuenta de que alguien había estado conmigo todo este tiempo.

–Eh... yo soy... San.

–Ya.

–¿Cómo que ya?

–Pues que ya sé cuál es tu nombre, idiota.

–¿Me conoces?

–Lo dijo Taeyong antes –me habló ruda, y puso los ojos en blanco.

Ella no tenía las manos atadas tras su espalda, al contrario que yo al principio, pero ahora mis manos eran libres porque tuve que ir al baño y me desataron para ello. Parecía que no les importaba demasiado el hecho de tenernos libres de movimiento o no. La chica tenía un maquillaje exagerado, con un eyeliner grueso y pestañas postizas. Pelo morado y tatuajes en sus brazos descubiertos. Ropa negra que destacaba con el fondo de la habitación.

INCIPIENTE - woosanWhere stories live. Discover now