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Jung Wooyoung

Esa noche no pude dormir apenas. Retazos del día anterior se colaban en mi mente cada vez que cerraba los ojos, y la soledad entre las cuatro paredes de la que era mi nueva habitación dejaba vía libre a mis recuerdos.

Desperté de mi pequeña siesta entre sudores y rápidas respiraciones cuando sonó la alarma general que anunciaba un nuevo día. Me levanté como un resorte y me cambié a gran velocidad, para no tener que centrarme en nada más que no fuera la tela deslizándose en mis extremidades. Sin embargo, cuando me encontré desnudo frente al espejo de cuerpo entero, no pude evitar detenerme y mirarme. Mirar en lo que me había convertido, en el saco de boxeo y desahogo de alguien más.

Un chupetón morado se hallaba en un lado de mi cuello, demasiado visible. Todavía tardaría un par de días más en empezar a desaparecer. En cada costado tenía las marcas violáceas del agarre de sus manos, y cuanto más me fijara en ellas, más le sentía presente, como si todavía estuviese ahí, respirando en mi nuca y sujetándome con fuerza. Sin embargo, en las palmas de mis manos lo que aún podía sentir era el arma sobre ellas, y me di cuenta de que no podía dejar que algo así me consumiera. No podía.

Abrí la puerta bruscamente cuando terminé de vestirme, por supuesto con el cuello de la chaqueta hasta arriba, tapando toda marca que descubriese mi infierno interior.

Los chicos pasaban delante de mí a lo suyo, mas algunos curiosos echaban miradas de reojo a la nueva puerta abierta y al chaval que despertaba tantos murmullos. Eché mi pelo hacia atrás con la mano y caminé por el pasillo ignorando comentarios y ojos cotillas. Evité ir a desayunar y anduve hasta donde se suponía que comenzaba nuestro entrenamiento. Era un pabellón que no había visto nunca antes, en el suelo había pintada una pista roja y aún no había nadie, pues estarían en el comedor.

Miré a mi alrededor, estaba solo, y pude respirar hondo.

Me senté en las gradas, visualizando las líneas marcadas en el suelo, no me gustaba demasiado correr pero habría que hacer una excepción. La verdad es que al principio lo único que quería hacer era irme de aquella organización, pero ahora había comprendido que nunca me dejarían ir por las buenas. No habiendo visto tanto. Ya ni siquiera me importaba, no tenía nada mejor que hacer ni ningún sitio mejor al que ir.

Unos pasos me sacaron del trance en el que me había sumido sin darme cuenta, y levanté la cabeza hacia quien se aproximaba. Me relajé cuando vi el cabello negro de San y sus calmados ojos revisarme de pies a cabeza.

–¿Qué quieres? –dije en voz baja pero audible.

–Nada. Yo tampoco tenía apetito –masculló, y después de unos segundos noté su peso a mi lado. Tras sentarse se mantuvo en silencio, pero no pudo aguantarse mucho las preguntas.

–¿Cómo estás?

Pensé la respuesta. Pero no sabía si decir la verdad, que no sabía ni cómo estaba, o simplemente mentir y dejarlo pasar.

–Bien –afirmé.

–¿Por qué estás aquí?

–¿Acaso tengo opción?

Le dejé sin palabras, parecía arrepentido de algo aunque no estuviese viendo su expresión directamente. Sabía que se estaba echando la culpa.

–No quiero que te acerques a mí –sentencié.

–¿Cómo?

–Que no quiero que te acerques a mí –repetí, y giré mi cabeza para mirarle a los oscuros ojos.

–No lo entiendo.

–¿Qué no entiendes? Desde que te conocí, siempre que estoy contigo algo sale mal. Estoy harto. Sólo nos damos preocupaciones y dolores de cabeza mutuamente.

INCIPIENTE - woosanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora