Porque nuestros corazones son uno.

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Narrador omnisciente.

Se encontraba tendida en su cómoda cama, la que miraba con extrañeza y sin saberlo le daba nostalgia, miraba las paredes, las ventanas, los cuadros en la habitación y todos le daban una profunda tristeza.

Una tristeza dispuesta a dolerle por mucho tiempo.

Un toque en la puerta logró que ella se sobresaltara, a la habitación entró una mujer de bellos ojos azules. Tenía una sonrisa melancólica, ella estaba apoyada en el umbral de la puerta. Esperando que le dijera que pasara, que le dijera "Mamá".

― ¿Puedo pasar, pequeña? ―le sonríe con una ternura, apagada. Habían pasado cerca de un mes desde su llegada, desgraciadamente no había cambios en ello. Lo que le asustaba era que hoy a la media noche estaría a un paso para ser mayor, ella no lo recordaba.

―Claro... ―Accedió, sin darle importancia. Ella entró, se volvió un aire triste, al saber que ella no podía recordarla, por más que quisieran, sus recuerdos estaban perdidos entre tantas preguntas.

―Hija... yo... ¿Cómo te sientes?

―Pues, Jenny... ―Sus ojos se cristalizaron. Sabía que no podría decirle "Mamá". Pero por lo menos que ella lo intentará, quería escucharla decir "mamá". ―... No sé como soy, no recuerdo quien soy. Se me hace tan difícil ver que ustedes sepan quien soy, me conocen, me recuerdan, pero yo... yo no.

―Lamento lo que te ocurre, yo quisiera verte feliz,  puede que te sientas perdida, sin embargo sé que los abrazos ayudan, me gustaría darte uno ¿Puedo hacerlo? ―un nudo se formó en sus gargantas, ella asintió.

Jenny corrió a sus brazos y la abrazó, sin la más mínima intención de soltarla. Era su hija, su pequeña, era una pequeña parte de ella. Y la amaba mucho, como el día en que supo que estaba embarazada, como el día en que por primera vez la tuvo en sus brazos. Las lágrimas de escaparon de sus ojos, lloraba sobre el hombro de su hija.

Se separaron unos minutos, hasta que entró su padre, Eliot.

― ¿No hay un abrazo para mi? ―Maricela asintió, quería sentir que todo estaba bien, Jenny había dicho que los abrazos ayudaban, lo hacían de maravilla.

Se acercó a ellas, y las rodeó a ambas, era un hermoso momento entre los tres. Una pequeña familia.

Jenny recordó que cuando Maricela era pequeña y que en las noches de tormenta, ella corría hacia la habitación y saltaba a la cama de ambos, despertándolos.

―Los chicos tienen algo preparado para ti... abajo―dijo Eliot.

― ¿Qué cosa? ―Pregunto la chica, extrañada.

―Sólo... baja, cariño. ―sugirió Jenny. Ella asintió, algo extrañada fue. Bajó todos los escalones y se encontró con toda la familia reunida. Juntos a un viejo proyector, tenían refrigerios y demás.

―Pensamos que te gustaría ver algunas películas caseras. —Dijo la chica de ojos verdes. Un recuerdo de dos niñas pequeñas jugando en el lago le vino a la mente.

―Tal vez puedas recordar algo. ―Opinó un chico.

―Está bien... emm... ―Se le confundían los nombres.

―Ross. ―Ella sonrió.

Todos se sentaron en la gran sala de la mansión, la mayoría de los adolescentes estaban junto a Maricela, ella se incomodaba un poco, luego se sentía bien, se sentía en ¿Familia? Estaba bien así.

Entre tantos vídeos aparecieron fotos, de cuando eran pequeños, cuando estaban todos juntos, era algo lindo, se sentía extraña, porque habían cosas que sabía que debía hacer, no podía imaginar que lo haría.

Trabajando Con El Idiota #2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora