Capítulo 24 - Final

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Al día siguiente, metí a los dos diablillos en el coche, me coloqué en el asiento conductor y puse la canción que sabía que les gustaba a los dos sobre un cerdito que hacía no sé qué con un amiguito suyo que era un pescado... en fin. Estúpida canción. Seguro que después se me quedaba grabada en el cerebro.

—¿Dónde vamos? —preguntó Jay, curioso, mirando por la ventanilla.

—He pensado que podríamos cocinarle algo a mamá —murmuré, recorriendo el camino de entrada—, para cuando vuelva esta noche.

La idea pareció encantarles.

—¿Podemos hacer macarrones? —exclamó Jay.

—¡CHO-OLATE! —chilló Ellie a todo pulmón.

—En realidad... —les di un momento de pausa dramática para que las reacciones fueran todavía mejores—. ¡He pensado que podríamos hacer chili!

Hubo unos segundos de silencio. Les eché una ojeada por el retrovisor y vi que ambos me miraban con cara de asco.

—¿Qué? —protesté.

—Nadie quie-e chili, pa-á —me aseguró Ellie.

—¡A tu madre le encanta!

—Mamá dice que le gusta, pero no es verdad —me corrigió Jay.

—Pues de eso se trata el amor, de fingir que te gusta algo que hace el otro para que no llore. Tomad nota, queridos niños.

—Eso no es... —empezó Jay.

—Bueno —puse una mueca—. ¿Macarrones, entonces?

—¡Sí! —exclamó Jay felizmente.

—¡Y CHO-OLATE!

—Macarrones y chocolate, qué gran combinación.

Cuando por fin llegamos al supermercado, no me quedó más remedio que sentarme a Ellie en los hombros —si no la tenía controlada, correteaba de un lado a otro y si me despistaba terminaría incendiando algo— mientras que Jay se negaba a sentarse en el carrito, en la zona para niños.

—¡Ya soy un adulto! —me chilló, frunciendo el ceño.

—¡Si tienes seis años! ¡Tengo sudaderas más viejas que tú!

Al final accedió a sentarse en el carrito, aunque sospeché que era solo para ahorrarse caminar.

La verdad, ir con ellos dos a algún lado era una verdadera aventura, porque nunca sabías cuántas desgracias te podían pasar. Como ese día, en que Ellie dio un tirón a una de las bolsas de una estantería y se cayó la mitad al suelo. Se puso roja como un tomate y tuvimos que recogerlo todo entre los tres a toda prisa.

—Pa-á —Ellie me dio un golpecito en la frente con un dedo cuando pasamos por su pasillo favorito—. ¿Puedo id a pod el choco-ate?

—¿Por qué no puedo hacerlo yo?

—Poque tú no sa-es el que tá bueno de vedá.

—¿Y tú sí? ¿Ahora eres una maestra chocolatera?

De todos modos, me sorprendió ver cómo recorría las estanterías con los ojos entrecerrados porque estaba usando su máxima concentración, y volvió al cabo de unos segundos con doce barras de chocolate. Tuve que devolver más de la mitad a la estantería.

Cuando por fin volvimos a casa, Ellie soltó un chillido y salió corriendo hacia la cocina, emocionada por empezar a cocinar cosas —aunque a ella solíamos reservarle la parte de remover o golpear cosas—. Jay y yo llegamos unos segundos más tarde.

Tres mesesWhere stories live. Discover now