Mentiras, fiesta y decepción

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Bárbara


―Por fin en casa. ―suspiro, lanzando mi cansado trasero en el sillón de la sala. No hay nadie, como de costumbre. Le acabo de dejar un mensaje a mis padres que he llegado y que probablemente vaya a dormir un poco. No les mencioné nada de la fiesta.

Evi se había puesto como loca cuando recibí la invitación y cuando la rechacé, ambas por dos motivos diferentes. Quedó claro que yo no iría a ese sitio ni siquiera aunque tuviera el apoyo de mis mejores amigos. Siendo sincera, no quiero meterlos a ellos en mi posición, suficiente tengo con estar embarrada hasta las rodillas.

Miro el reloj de mi teléfono con pesadumbre. Son las 4:30 y Mittchell me ha enviado un mensaje diciendo que pasará por mí a las 7:30, exactamente en tres horas.

Ruedo los ojos al cielo. ¿Estaré haciendo mal en mentirle? Es decir, se nota que hasta ahora quiso ganarse, o al menos intentar, mi amistad. A menos que todo sea una farsa para que siga dándole tutorías y ayudándole en su no tan masculino problema que tiene gracias a mi inmadurez. Digo, nadie quiere tener a un compañero que ponga mala cara mientras le enseña algo. No solo es deprimente, sino de mala educación, y no es mi caso ser de esa manera.

Sin embargo, la otra parte de mí, la que es plenamente consciente de todo el daño que me hizo durante todos esos años, me dice que envíe ese maldito correo diciendo que no me siento bien y así librarme de esa penosa cita. Es que, ¿en serio tenía que invitarme justo a ese lugar? Iría todo el mundo, todos nos verían y armarían conjeturas, entonces mi cabeza estaría camino a la guillotina. Después de las palabras cortantes de Violet, no tenía ningún interés en poner un pie en esa casa.

Ahora, ¿cómo le explicaba eso a Mittchell? Él conoce a Violet desde más tiempo, seguramente sabe lo que ha hecho, o no, o no le importa. Pensará que no pasará nada, pero tampoco me arriesgaré.

¡Maldición, ¿por qué la vida de un adolescente es tan difícil e injusta?! ¡¿Por qué?!

Ojalá hubiera respuesta para esa pregunta.

Decido que ya me he martirizado mucho y subo las escaleras rumbo a mi cuarto. Una vez allí, prendo el aire acondicionado y me quito el uniforme escolar. Esa corbata asquerosa aprieta mucho como para aguantarla tanto tiempo. Me coloco mi pijama de pantalones cortos y me lanzo a la cama a ver la televisión. Con suerte encontraré una buena película y me distraeré de mi miserable vida durante unas horas.

En realidad, cierro los ojos y pretendo ver algo. La clave está en el verbo anterior.

Apenas pongo un filme de acción que pinta muy bien, el teléfono empieza a sonar como loco. El nombre de Mittchell se ilumina en la pantalla y trato por todos los medios posibles no gemir de frustración.

―¿Qué quieres? ―digo cuando atiendo.

―Vaya, ¿estás bien o te poseyó un enano gruñón?

―¿Qué quieres decir con eso, Raymond? ―acuso, achinando los ojos con molestia incluso aunque no pueda verme.

―Nada, no te enojes. ―Inevitablemente, eso acciona el botón que hace exactamente eso: cabrearme más―. ¿Estás en tu casa?

―No, estoy de parranda tomando cerveza. Sí, idiota, ¿dónde más podría estar? ―respondo con más sarcasmo del necesario.

―Estoy cerca. ¿Te apetece tomar algo antes de ir a la fiesta?

Deseo deseo ©Where stories live. Discover now