Charlas de medianoche

299 47 15
                                    

Bárbara


Ya ha pasado un día y estoy a muy poco de que me estallen los sesos. Tengo un dolor increíblemente grande en la parte trasera del cráneo, producto de las pocas horas sin dormir y de los mandatos de mi abuela. La anciana no se cansa de dar órdenes a diestra y siniestra, se pone de mal humor al estar sentada a todas horas. A mamá no le da descanso, pero no le importa porque hace todo lo posible para ayudarla.

Revuelvo el té y me llevo la taza a los labios. Estoy muerta de sueño, son las seis de la mañana y el resto sigue durmiendo. No he podido pegar ojo en toda la noche, Evi me mantuvo en vilo hasta las cuatro y media. Estuvo ayudándome a ponerme al día, entregué cuatro trabajos en seis horas. Dentro de poco, la abuela se despertará y se ofrecerá a prepararme unas tortitas.

Es un desayuno típico desde que soy niña. Cocinar es lo mejor que sabe hacer, aparte del crochet. Colecciono bufandas y algunos apoyavasos desde que tengo memoria.

El barrio es tranquilo, aunque no tengo muchos amigos. Suelo pasar de largo cada vez que me encuentro a alguien de frente, sin importar si se me quedan viendo. Debo admitir que hay chicos atractivos, pero ninguno que me llame la atención de verdad. De hecho, las cosas son mejores así. No me gustaría tener una relación a distancia de ningún tipo.

Termino mi té y salgo al jardín. Riego las plantas, porque a mamá se le olvidó ayer. A lo lejos, puedo ver la casa de aquella chica que solía venir a pedir dulces cuando éramos pequeñas. Yo le entregaba más dado que su hermana se los comía todos. La he visto asomándose por la ventana, como si quisiera acercarse y no supiera cómo. Jamás la entendí, y supongo que no empezaremos ahora.

Al mediodía me toca hacer las compras, así que agarro las bolsas y voy hacia el mercadillo. No está tan lejos, pero queda en una zona con calle de tierra y es mejor ir cuando no llueve. Tengo que apurarme, el cielo encapotado confirma que no queda mucho para que se largue un aguacero.

Mientras camino pienso en mis amigos. Me han enviado un mensaje cada vez que salen o entran a clases, pero aún no tengo noticias concretas de Mittchell. Le pedí implícitamente a mi amiga que me dijera cómo se comportaba al ver que no estaba allí. Me sorprendió y me entristeció en partes iguales que me hubiera buscado y desistido en la primera oportunidad.


De: La Mejor Amiga Más Loca Del Mundo

Para: mí

Me preguntó en qué clase podría encontrarse y se marchó. Es gracioso, está raro por ti. Creo que vi chanchitos con alas planeando en el campo de fútbol.


Su broma me hace reír un poco. Concuerdo que es inusual y me encantaría poder estar allí para verlo yo misma. Pero no puedo perder el sentido por un chico. Tal vez no haya sido él quien puso las balas en el dispositivo, y no tiene la culpa de que la chica esté completamente loca. Sin embargo, necesito tiempo para ordenar mis pensamientos, y eso es lo que le confieso a mi amiga, quien me responde:


Evi: Le diré a Peter que me dé los cien dólares que aposté a que te enamorarías de él.


El teléfono tiembla en mis manos al repasar esas palabras y mi corazón aletea con vida propia en mi tórax. Mi mente, por otro lado, se niega rotundamente a que exista esa posibilidad. Los sentimientos no mienten, y puedo estar segura de que no me pasa nada con ese adolescente de ojos grises.

Deseo deseo ©Where stories live. Discover now