Besos a medianoche y un «te quiero»

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Bárbara

El período de finales nos alcanzó como un tiburón blanco hambriento. Habíamos estudiado hasta el último momento y me sentía un noventa por ciento segura de mis avances. Por lo general, no suelo ponerme nerviosa, pero tanta gente igual o peor que yo a mi alrededor ha causado bastantes cambios de humor por mi parte.

Por supuesto, Mittchell soportó todos y cada uno de ellos.

No hay necesidad de etiquetarnos. Estamos juntos, algo que ni en mis pesadillas más aterradoras habría imaginado, y se siente bien. Realmente bien. Nos sale natural tomarnos de las manos, molestarnos constantemente y besarnos cuando creemos que nadie está viendo. Cuando lo hace, el mundo simplemente se para. Yo qué sé, nunca he tenido relaciones antes así que no sabría ponerlo en palabras, pero creo que es lo más cercano a la definición de amor que aparece en Google.

Mientras estudiábamos, nunca faltaba su mano en mi cintura o sus brazos a mi alrededor, o sus gruñidos juguetones que evidenciaban lo mucho que le gustaría estar solos en ese momento.

Nunca lo estábamos por completo. Sus amigos y los míos nos seguían a todas partes como sombras. Eran como los Minions siguiendo a Gru, solo les faltaba tener monos a juego y anteojos gigantes.

Sin embargo, la compañía era divertida. Nos ayudamos los unos a los otros, contando los días hasta los exámenes.

Y ese día es hoy. Hoy se define si nos graduamos y vamos a la universidad o si nos atrasamos un año.

Mittchell está sentado a mi lado, aguardando a ser llamado para el examen oral final de Filosofía. Su pierna se mueve de arriba a abajo en un vaivén incesante y molesto.

―Yo creí que la sesión de besos en tu auto te había relajado. ―bromeo, acercándome a su oreja y ganándome su atención.

Me dedica una mirada juguetona y yo beso su hombro.

―Te irá genial ―lo animo―. Si te bloqueas y empiezas a tartamudear, yo estaré aquí para darte las respuestas.

―¿Bárbara Sucker haciendo trampa por mí?

―No te sientas especial.

Sonríe y se impulsa hacia adelante para besar mis labios. No somos los únicos a la espera del llamado de los profesores, que están evaluando a una chica que está por delante en apellido; pero cuando su boca hace contacto con la mía todo desaparece, incluso los nervios.

―Si respondo todo bien sin atajos, te daré un regalo cuando lleguemos a casa.

―¿Un regalo para mí? ¿No debería darte uno a ti?

Antes de que pueda contestarme, nuestra compañera sale junto con los profesores. Ellos revisan la lista y llaman a Mittchell. Se levanta, temblando. Yo lo sigo y lo abrazo rápidamente.

―Suerte.

―Te quiero.

Y, dejándome con la palabra en la boca, se interna en la sala. Dirán, ¿por qué no le respondiste de regreso? Es la primera vez que lo dice tan abiertamente, es decir, está implícito y creí que cuando lo dijéramos sería en un momento especial, pero fue en un pasillo del instituto, rodeados por adolescentes hormonales presionados por el estudio.

Tomo asiento y reviso de nuevo mis apuntes. Nada me impedirá acabar mi último año de la mejor manera.

Excepto una persona, la que menos esperaba ver, y que ahora desciende en el asiento vacío a mi lado. Sacude su cabello pelirrojo y se mira las uñas carísimas recién esculpidas de color violeta, haciéndole justicia a su nombre.

Deseo deseo ©Onde histórias criam vida. Descubra agora