Intensidad al mil por ciento

323 54 44
                                    

Bárbara


Camino con Evi para encontrarnos con Peter. Nos ha enviado un mensaje pidiendo que nos acercáramos hasta el pasillo de su próxima clase para hablar acerca de algo, pero por el momento no ha aparecido.

―¿Crees que nos está jugando alguna especie de broma? ―le pregunto a mi amiga. Si una estrella pasara ahora mismo, desearía que Pete fuese un poco más puntual. Para lo único que llegaba era a la mañana y por si estaba en apuros.

―No lo creo. Tal vez se le atascó el baño.

No puedo evitar reír.

―¿Qué? Puede pasar. ―se excusa ella.

Abro el bolsillo de mi mochila y saco uno de los chocolates. Si bien me tomó un poco por sorpresa, nunca podría rechazar algo tan rico como esto. La notita que estaba junto a ellos sigue dándome vueltas por la cabeza. Dijo que es un comienzo y presiento que no se rendirá. Conociendo a Mittchell, será un dolor en el trasero las próximas semanas, además de sus clases particulares en mi casa.

Dios, de solo pensarlo tengo ganas de vomitar. Creo.

El timbre suena y debemos correr para no llegar tarde. Peter puede esperar un poco más, ninguna de las dos quiere desaprobar.

El reloj de mi teléfono marca las doce del mediodía cuando cruzo la puerta. La profesora está sentada en la misma silla, tiesa como una pared, ojeando su carpeta negra de asistencia. Suspiro nerviosa cuando paso junto a ella y pone una R en el cuadrante al lado de mi nombre. Retrasada por dos minutos. ¿Qué más puedo hacer? No es mi culpa que el edificio sea gigante.

Me acomodo en mi asiento y saco mi libro, en la zona donde dejé el resaltador para seguir tomando apuntes.

En la fila de atrás, unas chicas cuchichean acerca de lo que pasó en el pasillo. Al parecer, nadie se puede creer que un chico como Mittchell pueda regalarme una montaña de chocolates para desayunar. Hay que ser sinceros, yo tampoco me lo creo, pero aquí estamos. Saco una tableta y me la como, para mortificación de las chivatas.

Así paso el resto del día, evadiendo las miradas de los demás y comiendo dulces a más no poder. Mi odontóloga estaría decepcionada si me viera justo ahora, con los dientes negros y los dedos manchados de pringue.

Hace un par de minutos he recibido un mensaje de Raymond, preguntándome si me había gustado el regalo. Mi corazón saltó en mi pecho, cosa rara en mí. Aún no le respondo, la vergonzosa tilde del Whatsapp sigue ahí, burlándose de él.

Tomo aire y escribo:


Para: Drama Queen

Sí, gracias.


Casi me doy de cabezazos contra la mesa. Ni siquiera he puesto un emoji. Mi celular timbra de nuevo. ¿Pero qué es esto? Me acaba de enviar un sticker de un gatito tierno guiñando el ojo. Una sonrisa involuntaria me tira de la boca y me meto otro bocado de chocolate para disimularla.

Entonces, una mano me sacude el hombro y despierto.

―¿Tengo que avisarte que el timbre ya sonó? ―Es mi mejor amiga, quien ha aparecido repentinamente.

―Perdona, me distraje. ¿En qué momento entraste?

―Hace cinco minutos. ―dice, levantando la manga de la camisa blanca para descubrir la muñeca, libre de reloj, solo para molestarme―. Vamos, quiero ir al patio, necesitamos hablar.

Deseo deseo ©Where stories live. Discover now