Capitulo 8. Extraño sentimiento

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Llevó sus manos a sus mejillas al sentir calidez. Eran lagrimas, estaba llorando.

Pero, ¿Por qué?

Frente a ella, Bill la observó sorprendido por unos segundos. Entonces se percató, sus ojos. Se había sorprendido por sus ojos. Hasta ahora, él no la había visto sin sus lentes de contacto.

Se sentía atrapada, asustada, pero sobre todo, había una extraña sensación en su pecho que desconocía.

—Bien...—Dijo Bill soltando un largo suspiro y sentándose en la cama a su lado.—¿Qué pasó?—Llevó una mano a la mejilla de la pelinegra y secó las lágrimas con su pulgar.

—No lo sé.—Confesó la chica cohibida.—No soñé en absoluto, solo me desperté y comenzaron a salir.—Le asustaba la situación, la caricia en su mejilla no evitaba que las lagrimas dejaran de fluir.—No se detienen, ¿Por qué?

—No lo se.—Respondió el demonio completamente serio.—Mi magia no solo eliminó tus pesadillas sino tus sueños en general.—Sus labios formaron una línea.—Descansarías solamente, no tendría que afectar tus emociones. 

¿No era un efecto secundario de no tener sus recurrentes pesadillas? ¿Eran esas lagrimas interminables obra de ella? ¿Cómo era eso posible?

—¿No puedes hacer que paren?—Le pidió al rubio.

Él chasqueó sus dedos y observó a la desconcertada chica unos segundos. Las lágrimas seguían fluyendo.

—No te asustes. No te dañarán.—Le avisó, invocando su fuego azul en la palma de su mano libre y arrojándolo al rostro de la chica.

Sin poder evitarlo la chica se tensó y cerró los ojos, pero el fuego no la quemó, simplemente secó sus lágrimas.

Sonrió aliviada antes de volver a su expresión de desconcierto cuando las lágrimas aparecieron de nuevo.

—No puedo quitarlas con mi magia.—Expresó el demonio con la mirada ensombrecida.—Eso no es normal.

—Es raro.—Confesó ella, buscando consuelo en el toque de la mano de Bill en su mejilla.—Me asusta. Odio esta sensación.

El rubio hizo una mueca algo incomodo.

—Intenta dormir un poco...

—No puedo.—Respondió con rapidez.—No puedo. No me dejan dormir... Es...

La pelinegra calló al dejar de sentir el tacto de su mejilla y alzó la mirada. El demonio suspiró al observar ese gesto.

Esa extraña humana se veía terriblemente asustada por el hecho de estar llorando sin razón alguna. No mostró ni las mas mínima de esa expresión cuando él le mostró su verdadera apariencia... Se sentía ligeramente molesto, pero no comentó nada al respecto.

Llevó la silla del escritorio a un lado de la cama de la chica y se sentó, hizo que la pelinegra recostara su cabeza en sus piernas y comenzó a acariciar sus cabellos.

—Tal vez esto funcione.—Murmuró el demonio, consciente de como ella se tensó cuando escuchó su voz de nuevo.—... ¿Funciona?

La chica dio un largo y profundo suspiro antes de contestar.

—Si... Gracias, Bill.—Murmuró lo ultimo por lo bajo, pero no lo suficiente para que no lograra escucharla.

Una desconocida y desagradable sensación se instaló en el pecho del demonio al escucharla, sin darse cuenta su rostro se distorsionó en una mueca de desagrado. 

Al pasar los minutos sintió como el cuerpo de la chica sobre su regazo se tranquilizaba con las respiraciones ligeramente mas corta pero mas sincronizadas. Bill se percató entonces que ella estaba dormida, pero aun así las lagrimas no dejaban de salir.

No fue hasta un par de horas antes de que amaneciera que las lagrimas cesaron, lo que notó el demonio de inmediato mientras aun seguía hundiendo sus dedos en los oscuros cabellos de la chica para acariciarlos.

Tan solo se detuvo cuando ella comenzó a despertar. Al principio miró desorientada a su alrededor, frunciendo el ceño al ver al rubio y después su regazo, de donde se había levantado. Sus ojos se abrieron mas de lo normal al recordar lo que había ocurrido y casi como un acto de reflejo cubrió su ojo derecho.

—No hace falta que hagas eso, ya lo he visto.—Dijo, quitando importancia a la situación.—Aunque tenga preguntas ya que, esta condición en humanos no es muy... Común... No te pediré explicaciones si tu no quieres hablar de ello.

La chica asintió sin decir nada. Lentamente, descubrió su ojo, mirando directamente al demonio.

—Lo odio.—Comentó la chica sonriendo débilmente.

Bill observó intrigado, la siguió con la mirada hasta que se encerró en su baño.

Desde un inicio, él sabía que la chica tenia un poder oculto en sus ojos. Un poder que necesitaba para recuperar el suyo. No podía negar que se llevó una gran sorpresa al ver como esa energía se manifestaba de esa forma en la pelinegra.

Ahora entendía un poco el porqué era tan distante con los demás humanos, o su reacción al confesarle que quería el poder de sus ojos.

A pesar de que ahora conocía las respuestas, una parte de él le decía que faltaba algo, había algo más.

¿Cómo había conseguido ese poder?

**

—¡Mamá, mamá! ¡Tengo miedo!

—¡Ella da miedo!

—¡Es un monstruo! ¡Monstruo!

La pelinegra volvió a la realidad al sentir el agua fría del grifo en su rostro. Esfumando las voces de su infancia, donde sus compañeros de clase gritaban asustados.

Recordaba a su padre cargándola en brazos y protegiéndola de todo el mundo. La sensación de calidez no solo en su piel sino en el interior, en su corazón que la hacía sentir que todo estaba bien y que no había nada que pudiera lastimarla.

Miró con amargura los lentes de contacto en el lavabo. Se los puso casi en trance y después regresó a su cuarto.

Bill ya no estaba en su habitación. Pero estaba segura que se encontraba por ahí, podía sentir su presencia.

Se tomó su tiempo para bajar a la cocina, rebuscando en el refrigerador algo que pudiese recalentar para comer.

No había nada, solo quedaban dos opciones; cocinar o comprar comida.

La segunda opción fue la mas tentadora.

No fue sorpresa para ella encontrarse una nota de su progenitora avisando nuevamente que llegaría tarde a casa mientras tomaba el teléfono fijo de casa para llamar al restaurante de comida italiana.

—¿Te gusta la pasta?—Preguntó al demonio sentado en el sofá, que miraba fijamente el televisor, buscando un canal interesante.

El comentario de la chica descolocó al rubio.

—Estoy bien.

La pantalla finalmente se detuvo en un canal donde pasaban un programa de sucesos aparentemente paranormales.

El demonio se reía a carcajadas burlándose de sus efectos de cámara y sus malas interpretaciones en las apariencias de demonios y otros seres sobrenaturales.

Sus labios se curvearon ligeramente, contagiada con las buena actitud del ente a su lado. Fue entonces cuando él fijo su mirada sobre ella.

—Los ocultaste otra vez.

—No debo dejar que nadie lo vea.—Con su mano, cubrió el ojo de iris carmesí, disfrazado por los lentes de contacto.—Es malo.

—Tienes un gran poder ahí.—La chica negó.

—Desde que mi ojo cambió, todo empeoró...











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