15. El nacimiento de James (primera parte)

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Los meses siguientes a la boda de Peter y Janey transcurrieron con tanta calma y un espíritu tan alegre, que el alboroto y la conmoción causados por el nacimiento del hijo de Lord Coveley fueron aún más penosos.

Bastará decir que el bautismo de James Edward Coveley, un niño rollizo y chillón, se realizó cuatro meses después de su nacimiento. Tuvieron que pasar todas esas semanas hasta que Lady Elizabeth se recuperó del parto y pudo, por fin, levantarse de la cama como para asistir a tal evento.

Mientras que el embarazo transcurrió sin ninguna dificultad, el parto estuvo signado por una suma de desgracias.

La primera fue que las contracciones empezaron demasiado pronto, ya que no esperaban al niño sino hasta fines de mes.

Los padres de Elizabeth se habían instalado en Coveley el 2 de Octubre, dispuestos a pasar al menos cuatro o cinco meses en aquella comarca. Lady Rochford quería estar presente para el nacimiento del primer hijo de Elizabeth y dispusieron todo para poder viajar antes de las lluvias de otoño que hacían intransitables los caminos al norte.

Nada más llegar, Lady Rochford descubrió que su bastidor de pié, con el cual viajaba siempre ya que le resultaba imprescindible para sus bordados, no había sido cargado en el coche. En un rapto de total estupidez, mandaron a Peter Murray a deshacer el camino hasta Rochester con la orden de ir a buscarlo y él partió ese mismo día.

Por aquella época, Elizabeth se sentía ya un poco pesada, y sus tobillos se hinchaban más de lo usual, pero estaba de muy buen ánimo y lejos de aislarse en su cuarto, pasaba las tardes con la familia.

Las mañanas de Coveley eran perezosas, cada uno se despertaba a su propio tiempo y solían desayunar en sus habitaciones privadas, excepto Philip que despertaba temprano, desayunaba en el comedor y luego recibía un informe del encargado de la finca y con frecuencia salía a resolver asuntos o supervisar tareas hasta el mediodía.

El almuerzo se servía a las doce y media en punto, y todos se reunían en el comedor a esa hora, cuando degustaban variedad de sencillos manjares. Luego salían a dar un corto paseo, si el tiempo era bueno y a las tres o cuatro se reencontraban en el salón.

Una vez finalizada la restauración que hizo Prudence en sus últimos años, la estancia había ganado luz y vida con una decoración muy hermosa en tonos pasteles. La enorme chimenea proporcionaba tanto calor que los sillones estaban alejados de ella y era frecuente que dejaran las abiertas las puertas que daban a la biblioteca y al hall.

Los días empezaban a acortarse y la temperatura había bajado sensiblemente, el fuego estaba prendido a todas horas. Cada uno tenía su propio rincón favorito en el salón, ya fuera para leer, escribir cartas o jugar al whist.

Elizabeth solía recostarse en una preciosa chaise longue de brocato azul que Philip había mandado a hacer especialmente para ella y que le había obsequiado cuando cumplieron un mes de casados.

Elizabeth solía recostarse en una preciosa chaise longue de brocato azul que Philip había mandado a hacer especialmente para ella y que le había obsequiado cuando cumplieron un mes de casados

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Los Secretos de la Luna (Coveley Castle)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora