VI

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Escondida entre los árboles del bosque, la Güi Chyty observaba cómo su esposo buscaba los afectos de la forastera de ojos dorados. La odiaba. Deseaba que la chamana nunca la hubiera llevado a la corte. No dejaba de preguntarse la razón por la que la mujer estaba ahí. Cuando los vio a ambos besarse, no pudo más. Corrió hasta sus aposentos, embargada por el llanto.

¿Por qué, a pesar de los años que llevaban juntos, ella nunca ha podido lograr que el monarca la mirara de la misma manera en que lo hacía con la forastera?

Por el camino, casi chocó con uno de los Güechas.

—¿Se encuentra bien, señora? —preguntó el hombre.

Ella se secó las lágrimas, orgullosa. Luego se enderezó, adquiriendo, nuevamente, su porte de reina.

—Ve a llamar al Chyquy, el sacerdote del palacio —ordenó.

El hombre le hizo caso y ella continuó su camino hacia sus aposentos con solemnidad. Había tomado una decisión. No le importaba si debía recurrir a las artes oscuras, haría lo que fuera para alejar a la forastera del Zipa.

***

El sacerdote llegó a sus aposentos cuando empezaba a anochecer.

—¿Me buscaba, señora? —preguntó el hombre.

—Entra —ordenó ella. Se levantó de su lugar, en una silla junto al lecho y caminó hasta la entrada con el fin de cerciorarse de que no hubiera nadie afuera que los pudiera escuchar. La luz de las antorchas iluminaba la entrada. Estaban solos.

—¿Qué sabes de la forastera? —preguntó la reina volviendo a su asiento. Deseaba respuestas pronto. Su ansiedad no le permitía dar los rodeos protocolarios.

El Chyquy guardó silencio. Levantó su rostro con el fin de observarla mejor. A diferencia del Zipa, no había ninguna ley que evitara que pudiera observar a la reina a los ojos.

—Señora... —empezó. Luego calló, retirando la mirada. Le dio a entender a la mujer que no podía responder lo que le preguntaba. La Güi Chyty resopló.

—¿Por qué tiene los ojos dorados? ¿De dónde vino? —Hizo un nuevo intento de sacarle información.

El hombre dejó caer los brazos a su lado. Carraspeó. Parecía que busca las palabras para negarse a responderle sin ofenderla.

—Solo puedo decirle, señora, que ella no es gente...

Un destello de esperanza cruzó los ojos de la reina. Si la forastera llegaba a ser lo que ella pensaba, entonces tendría todos los argumentos necesarios para reunir al consejo y desterrarla, alejarla para siempre del rey.

—¿Es una bárbara de las tierras calientes? —preguntó.

El Chyquy negó con la cabeza.

—No, alteza —respondió.

La reina lanzó una exclamación, frustrada. ¿Es que acaso no le ayudaría a deshacerse de la forastera?

El Chyquy volvió a carraspear.

—No puedo darle mayor información sobre ella —dice—, pero le sorprendería saber lo que yo sé.

La reina apretó la quijada. No le gustaba que jugaran con ella.

—¿Por qué no me lo dices? —preguntó tratando de mantener la compostura.

—Alteza... —respondió el sacerdote, casi en una súplica. Sin embargo ella alcanzó a ver una chispa de codicia en sus ojos.

—¡Habla! —ordenó—. ¿Cuál es tu precio?

El sacerdote sonrió. Como se lo esperaba, su última pregunta era lo que él quería escuchar.

—Si tan solo perteneciera a los Chyquy del Templo del Sol de Sugamox, podría darle mayor información...

La Güi Chyty resopló. Al menos ya se estaban entendiendo.

—¿Así que de eso se trata? —preguntó—. Habla, te lo concedo.

El sacerdote volvió a carraspear.

—He dicho que mi rango no me permite hablar sobre la forastera... —empezó. La Güi Chyty dejó escapar un suspiro de frustración—. Sin embargo —continuó el hombre—, no es inconveniente para que le de las siguientes instrucciones: después de ayunar durante tres días y de realizar ofrendas a Huitaca durante cada una de las noches de ayuno, tome la poción que le prepararé mañana. Bajo la luz de la luna en el cenit, observe a la forastera y descubrirá su verdadera naturaleza.

***

La reina siguió las instrucciones del sacerdote. Al tercer día fue en busca de la forastera. La encontró en los aposentos del rey, retozando en su lecho. Una oleada de celos golpeó su interior, sin embargo no duró mucho. La poción surtió efecto: la forastera se transformó ante sus ojos.

La Güi Chyty ahogó un grito al darse cuenta que el rey estaba durmiendo con una enorme serpiente dorada.

Sin perder tiempo, la mujer corrió a la casa del sacerdote, quien la esperaba en la entrada. Antes de que ella pudiera hablar, le entregó un frasquito con una nueva poción.

—Lleva a la forastera al río y vierte el líquido en el agua —le indicó—. Cuando se transforme enfrente de todos, di que es un demonio que quiere matar al rey. De esa forma lograras que los Güechas la maten.

 De esa forma lograras que los Güechas la maten

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La Forastera de TequendamaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora