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Los días pasaron y el ambiente alrededor del rey se ponía cada vez más tenso. No solo se trataba de la amenaza del Zybyn de Guatavita, también estaba el hecho de que los otros Zybyns se sentían incomodos por compartir sus cosechas con la Uta de Usme y por eso buscaban todo tipo de excusas para no hacerlo. Meicuchuca se sentía frustrado. Tan solo había una cosa que alegraba los días del monarca.

—Alteza —lo alcanzó el consejero mientras él observaba a la forastera cerca del río recogiendo flores silvestres. El consejero observó a la mujer y frunció el ceño. Parecía que, al igual que el resto de su corte, no le agradaba.

Las personas en su palacio de campo habían empezado a rumorear. Decían que él pasaba más tiempo con la mujer que pensando en cómo solucionar los problemas de la confederación. Y, en parte era así. No había sentido la necesidad de explicar a otros la razón por lo que había decidido mandar a apresar a sus concuñados. No quería darles ideas. Cada día desconfiaba más de quienes le rodeaban.

La forastera volteó a observar hacia el lugar donde se encontraba el rey. A pesar de la distancia, a él la pareció que ella le había sonreído. Meicuchuca la saludó con un gesto de la cabeza.

—Alteza —insistió el consejero—. Los ejércitos de Guatavita marchan hacia la Sede de Gobierno en Hunza.

Meicuchuca retiró la mirada de la forastera y la posó en el hombre, quien inmediatamente bajó su rostro en señal de respeto.

—¿Ejércitos? —preguntó.

—Sí, alteza. Son más de tres mil Güechas. Desean hablar con usted y que pida disculpas públicas por buscar a los Uzaques. Debería ir...

Mientras el consejero seguía hablando, Meicuchuca apretó el puño con fuerza. No iba a ceder ante los caprichos de ningún Zybyn ni de sus nobles. Sabía que tenía que ir, que tenía que enfrentarse a ellos, pero había algo que lo detenía. Volvió a observar a la forastera. No quería alejarse de ella tan pronto. Disfrutaba de tenerla cerca, de su compañía y de observarla en la distancia.

—Que esperen —anunció el monarca deteniendo las disertaciones de su acompañante—. No les daré lo que desean.

—Pero señor...

—Puedes marcharte —ordenó.

Sin decir nada más, caminó hasta la forastera. Dejando al consejero solo, quien se marchó indignado.

—Alteza —lo saludó ella con gracia, cuando lo vio acercarse. Recorrió los pasos que los separaban. Antes de llegar a él, se detuvo en seco—. ¿Hay algo que lo moleste de nuevo? —preguntó.

Él se quedó observándola un momento, con el ceño fruncido. Con una de sus manos acunó el rostro de la mujer, quien no puso ninguna resistencia. Parecía que estaba esperando su caricia. Ella sonrió con dulzura y todas las preocupaciones del monarca desaparecieron.

—No quiero alejarme de ti —confesó Meicuchuca en un susurro.

Ella posó su mano sobre la de él. Su tacto era helado, como toda su piel. Lo miró a los ojos con sus ojos dorados y le sonrió. El rey ya no se estremeció al verla, en vez de eso sintió algo cálido en su interior.

—¿Por qué habría de hacerlo, alteza?

Meicuchua suspiró. Soltó el rostro de la forastera y empezó a caminar por el lugar sin un rumbo fijo. Ella lo siguió.

—Todo se está complicando a mi alrededor... —se quejó. No sabía ni por dónde empezar a contarle, deseaba poder confiar en ella todas sus penas. No deseaba una guerra, ni siquiera deseaba ser el Zipa. Lo único que quería era pasar el resto de sus días, apacibles, en compañía de ella.

—Entonces soluciónalo, alteza —respondió la forastera.

—No es tan simple...

—Todo es simple si no lo piensas mucho —interrumpió ella, deteniéndose. El monarca también se detuvo—. Eres el encargado de mantener el orden de las cosas, ese es tu deber, el que te dieron los dioses.

—Yo... —empezó a decir el hombre, pero se detuvo. Había algo mucho más urgente que debía saber—. ¿Me quieres? —preguntó.

Ella lo miró confundida.

—¿Alteza? —preguntó. Parecía como si no entendiera la pregunta. Él suspiró y tomó su mano.

—Solo quiero saber si también estoy en tu corazón...

Ella sonrió nuevamente. Antes de que él pudiera decir algo más, la serpiente dio un paso adelante. El rey se detuvo en seco, sin saber qué hacer. Ella lo tomó del cuello y lo acercó hasta su boca para besarlo.

 Ella lo tomó del cuello y lo acercó hasta su boca para besarlo

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La Forastera de TequendamaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora