Afirmo con la cabeza, mostrándole una grácil sonrisa que ella me devuelve, antes de que yo vuelva a ver hacia el frente para poner el auto en marcha.

—Esto de mantener la relación a distancia ha sido muy complicado y tormentoso, y aunque sé que hemos sabido llevarlo de la mejor manera, quiero darle un fin a esta situación porque ya no lo soporto más. Siento que no me estoy apresurando. Yo... lo he pensado mucho después de que ustedes hablaron conmigo, y estoy segura de que esto es lo que quiero hacer, es lo mejor para los dos. De cualquier modo, aquí no se acaba la vida.

—Está bien, sabes que te apoyaremos siempre si esto es lo que te ayudará a crecer —añade orgullosa y le voy a agradecer, pero de nuevo me corta—. ¡No lo puedo creer, ya hablo de crecimiento! —exclama, falsamente horrorizada.

Me río estruendosamente, muy acostumbrada a este tipo de escenas por su parte.

—Esa es la magia de convivir conmigo —me jacto, alzando el mentón con orgullo—. Gracias, Deisy, por todo —señalo, realmente agradecida y sonriendo con sinceridad—. Ha sido hermoso tenerte a mi lado todo este tiempo.

—¡Y me amas, ¿verdad?! ¡¿Verdad que me amas?! —brama, con ese tono chillón que usa siempre que me molesta y se vuelve insoportable.

Ruedo los ojos, sonriendo y negando con la cabeza al mismo tiempo.

—Y te amo, sombrero de paja —la molesto, usando ese apodo que odia.

Jamás me canso de recordarle y avergonzarla —según sus palabras— porque se equivocó. Solo ella es capaz de confundir al sombrerero loco con Luffy, el protagonista de esa serie de anime que ama Maximiliano: One Piece.

—¡Te odio, caramelo de ajo asesino! —me acusa, ahora usando el otro apodo de Chris del que ella se apoderó.

Me río, pero no digo nada más al respecto. Ella lo deja también y hablamos sobre otras cosas más durante el camino, que resulta tener más de hora y media.

Hace dieciséis meses, tiempo que he estado viviendo en Los Ángeles, Deisy y yo hemos convivido juntas.

Recuerdo que el primer día de clases me sentía triste, sola y con una desazón que se acrecentaba con cada paso. Me vi a mí misma abandonada e incluso me cuestioné si había tomado la decisión correcta, hasta que ingresé con pasos quedos al salón en el que tendría la primera lección y me la encontré sentada al fondo, con los auriculares puestos y tarareando una canción con los ojos cerrados, a la vez que movía su cabeza de un lado a otro al ritmo de la música.

Sonreí, fue lo único que pude hacer al verla tan sencilla y despreocupada, mientras sentía cómo mi pecho se cubría de una bonita sensación que se llevó consigo mis inseguridades y miedos. Me le acerqué sigilosa, ella se puso de pie al verme y se lanzó a mis brazos como si fuese su hija que había perdido por trece años en el bosque y finalmente apareció sana y salva.

Ella nos había dicho antes de acabar el instituto que estudiaría en Los Ángeles, pero jamás nos dio detalles de dónde sería y nunca imaginé encontrármela en la Universidad del Sur de California, siendo mi compañera de clase y mi aspirante a colega de profesión.

Esa noticia nos hizo muy felices a ambas y nos mantuvimos juntas desde entonces; más que como compañeras, como amigas compenetradas.

Deisy se había trasladado sola a la ciudad tal como yo lo hice y había arrendado un departamento cerca del campus, yo también tenía uno que mis padres eligieron con tiempo, y sin pensarlo mucho decidimos mudarnos juntas al mío. No solo para minimizar gastos, sino porque al ser compañeras era más fácil y evitábamos, además, esa sensación de soledad que sentíamos por estar en un lugar desconocido y prácticamente solas, pues nunca quisimos vivir en las residencias de la universidad.

Canela ©Where stories live. Discover now